Could you?

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¿Podrías?

Denver, Colorado.

Las puertas se abren una tras otra, según sus exigencias, al tiempo que ambos caminan, con prisa, con los ojos cerrados y los labios demasiado ocupados como para pronunciar palabras coherentes. Las manos de Leo se escabullen bajo las cortas faldas del vestido rojo de Calipso, deslizándose por sus piernas, hacia arriba, acariciando sus muslos, y apretando sus glúteos.

Cuando el calor de su cuerpo ha superado los límites de lo razonable, él se separa un poco, intentando quitarse la camisa. ¡Pero esos malditos botones! ¡Cómo odiaba la ropa formal, tan incómoda, tan difícil de quitar! ¿Qué no podía vestirse todo el mundo con pijamas todo el día?

Las manos de Calipso suben por su pecho, conociendo a la perfección cuál es el problema. Sus labios no lo abandonan en ningún momento, y sus pies tampoco dejan de caminar hacia atrás, pero sus manos pueden desabotonar sin problemas, pueden quitarle la ropa, a su gusto, como si fuera la propia porque... quizá... solo quizá, verdaderamente ellos han estado juntos durante tanto tiempo, que lo que le pertenece a uno, corresponde al otro, por derecho.

Y Leo se considera estúpido justo ahora. ¿Qué demonios pensaba? ¿Por qué pierde el tiempo tan estúpidamente? Intentando quitarse su propia vestimenta, cuando Calipso puede hacerlo mejor, y más fácilmente, y sus propias manos podrían estar aprovechando el tiempo, en deslizar la cremallera del vestido de Calipso. Si eso es lo que él sabe hacer menor ¿no?

Desvestirla a ella, justo como ella lo desviste a él.

La tela roja de su vestido se desliza hasta caer al suelo, dejándola apenas en un diminuto triangulo de encaje, en el mismo color. No hay sostén (¡Benditos sean los dioses!). Los tacones de ella, se levantan para esquivar la tela en el suelo, y luego son empujados lejos, resonando con un fuerte golpe cuando chocan contra una de las paredes. Leo no le da importancia.

Su cabeza debe inclinarse un poco ahora, que la ausencia de zapatos los ha dejado en diferencia de estaturas, pero el chico sabe muy bien cómo solucionar eso. Sus brazos la levantan y ella de inmediato enrolla sus piernas alrededor de la cintura de él. Varios segundos después, él se inclina para depositarla sobre la cama. Sus labios se separan, solo para que él pueda dirigirlos esta vez hasta su cuello, su clavícula, sus pechos.

Deshacerse de su cinturón y sus zapatos, no es para nada difícil, es como si ellos mismos colaboraran y se fueran por su propio gusto. ¿Su ropa interior? Ni siquiera recuerda cómo, o de qué modo, pero pronto ya no estuvo ahí para aprisionar la extensión de su miembro que luchaba por poder ser libre, solo para luego aprisionarse él mismo, dentro de un ambiente muchísimo más cálido, húmedo y placentero.

¿Y el triángulo de encaje que aún tenía Calipso hace un par de segundos? ¿A dónde se fue? ¿Cómo desapareció? ¿Saben qué? No es importante. Olvídenlo. Podemos prescindir de su existencia por el resto de la eternidad. Nadie va a extrañarlo.

Ella toma su rostro entre sus manos, y lo obliga a subir nuevamente a la altura de sus labios, quiere mirarlo a los ojos, como siempre lo hacen, como siempre se conectan. Juntos, sinceros, incondicionales el uno para el otro. Sus miradas hablan más de lo que cualquier palabra podría. Y Leo siente que no la merece. Realmente no la merece. ¿Qué bien habrá hecho ese elfo latino en otra vida, para poder ser capaz de poseer a esta mujer perfecta?

—Lo siento— susurra contra sus labios, sin romper el contacto visual, al tiempo que la punta de su erección prueba el terreno, asegurándose de que ella está lo suficientemente mojada como para poder avanzar. — El tiempo voló. Lamento haber llegado tarde, en serio.

Returning HomeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora