Baby

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***

—Leo... tenemos que hablar— la voz de Calipso había temblado al decirlo. Eso provocó que Leo sintiera un escalofrío de mal augurio en todo el cuerpo. Llevó la mirada desde el televisor hacia ella, tan rápido que le dio un tirón en el cuello, y al verla, no pudo quedarse quieto en la cama.

"Santo Jesús" —pensó—"Pero, ¿qué diablos pasó?"

Las mejillas de Calipso estaban pálidas cual talco, sus labios muy secos, su cabello ligeramente desordenado, y sus ojos muy, pero muy húmedos y brillantes. No estaba llorando, pero parecía a punto de hacerlo. Estaba usando su pijama, pero a través del pantalón holgado podía notarse como sus piernas temblaban. Sus manos estaban igual de inestables, una de ellas estaba cerrada en un puño y traía algo en ella, como un lápiz, pero más grande.

Leo se levantó de la cama en segundos, su instinto le decía que debía correr hacia ella, tomarla por los hombros y abrazarla, pero, cuando estuvo lo suficientemente cerca como para hacerlo, ella dio dos pasos hacia atrás para separarse. Sintió que todos sus órganos se caían al suelo, y el nudo en la garganta que Calipso posiblemente tenía, se enroscó alrededor de su cuello.

Tenía más miedo que nunca antes en su vida, y que Cali estuviera mirándolo directamente a los ojos, con el mismo sentimiento reflejado en ellos, no ayudaba en lo más mínimo. Ella no hablaba, solo lo miraba. Él quería hacer la pregunta indicada, pero no sabía cuál de ellas era. Sentía que el aire empezaba a volverse más espeso, y él era solo un pequeño fosforo encendido que se consumía con su propia llama.

—¿Qué...?— Leo quiso preguntar "¿Qué pasa?", o "¿Qué hago?", o "¿Qué hice?", pero las palabras se quedaron en sus labios, escasas de energía.

—Yo...— esta vez su voz salió ronca, casi disfónica— Es que... Eh...P...

Lo intentó bastante, pero no consiguió decir nada entendible. Leo se sentía a punto de vomitar, ya no podía siquiera fingir que estaba respirando con normalidad, podía ver su pecho levantándose y cayendo continuamente, por la parte inferior de sus ojos. Intentaba no prestarse atención, pero el mal presentimiento que había tenido desde hacía varios meses estaba gritando como cerdo en matadero justo en ese momento.

"Es todo" —no podía evitar pensar— "Va a terminar conmigo, me va a sacar de aquí, se enamoró de alguien más. No llores, no llores, no llores..."

Pero, Calipso no hizo nada de eso. Tampoco dijo nada, después de lo que parecían haber sido horas, pero posiblemente fueron uno o dos minutos. Al final, ella levantó su mano, tan lento como el caminar fúnebre, y le entregó lo que tenía ahí, con un temblor que no era para nada normal. Sus ojos estaban tan abiertos, que a pesar de aceptar lo que ella le estaba entregando, Leo no podía dejar de mirarla al rostro.

—¿Qué es...?— Leo preguntó. Cali no contestó.

Leo inclinó la cabeza hacia abajo, lenta y tortuosamente. Por un momento fue incapaz de enfocar la mirada, tomó una larga inhalación. No entendía por qué sus ojos no estaban mirando bien, no eran lágrimas, porque se sentían tan secos que tenía que parpadear velozmente para poder moverlos. Aún así, se le dificultaba reconocer lo que estaba en su mano.

Cuando pudo ver, aún se quedó un rato más sin entender.

—Es... es... — Leo no era idiota, sabía de la existencia de esas cosas. Nunca había tenido una en la mano, pero sí sabía lo que era—: ¿Una prueba de embarazo?

Returning HomeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora