La mañana antes

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-Mierda de teléfono, ¡¿por qué no sonaste a las 4:30?!

Evidentemente el aparato no le contestó, pero Lauren siguió con su ajetreada tarea de recoger todas sus pertenencias y meterlas, a presión, dentro de su mochila. No había tiempo para doblar, o guardar, las cosas cuidadosamente.

La chica de ojos verdes se había despertado demasiado tarde para todo lo que tenía planeado para aquel día; su plan había sido levantarse de madrugada y, antes de la cinco de mañana, salir lo más rápido posible de aquel motel sin pagar por aquella habitación. Pero, las cosas en esos momentos se habían complicado bastante... Tenía que irse lo más rápido posible, Lauren lo sabía, y no solo de aquella habitación, sino también de aquella ciudad. Lauren nunca se quedaba más de un día en un lugar concreto, sin embargo Nueva York era tan grande que podía permitirse unos días, cambiando siempre de zona. Por eso, ya no podía seguir más por allí o la acabaría atrapando la policía.

Lauren salió de su habitación a hurtadillas mientras hacía un repaso mental de que lo llevase todo en su mochila: portátil, móvil, documentos falsos, ropa, dinero, saco de dormir... La lista no era mucho más larga, y solo dos cosas iban fuera de la bolsa de viaje: su casco, que se lo había encajado en el codo para poder tener las manos libres, y la llave que estaba en el bolsillo de su pantalón.

Al empezar a bajar las escaleras se dio cuenta de que el motel en el que se había hospedado ya estaba en su máxima actividad; es decir, el dueño debía estarla esperado en recepción, cerca de la puerta de entrada. La radio a todo volumen le estaba dando esos indicios a la morena. Seguramente nadie más se ha hospedado... Normal, es asqueroso, pensó disgustada. Pero, Lauren se equivocó, aunque tan solo por muy poco; el dueño del motel no la estaba esperando en la recepción de la entrada...

Antes de poderse dar media vuelta para buscar otra salida que no fuese la puerta de entrada, quizás unas escaleras de emergencia en el piso de arriba, una voz retumbó por aquellas paredes de color verde moho:

-Muñeca-aquella voz sonó ronca y con bastante desprecio: era el dueño-, tienes que pagar lo que me debes.

No había vuelta de hoja, era una orden.

Lauren le miró a los ojos desde su posición en la escalera, varios peldaños por encima de él, y cerró sus manos con fuerza de la impotencia. Aquel gordo y calvo hombre no le daba miedo, pero la pistola que tenía en la cintura del pantalón, sí. Era evidente que se la había puesto ahí para que se viera, para crear miedo a la gente de su alrededor, y lo había conseguido. A la chica de ojos verdes nunca le habían gustado las armas de fuego, y en ese momento, le gustaban mucho menos. Instantáneamente, se le quitaron las ganas de salir corriendo. Y aunque por velocidad Lauren podría ganarlo, el riesgo de salir herida, o muerta, de allí no era su plan.

¿Y si es falsa? Le dijo una voz lejana en su mente, pero rápidamente desechó esa opción, no iba arriesgarse.

A regañadientes, Lauren bajó el par de escalones que le faltaban para llegar al piso, con las manos en puño conteniendo el dolor y las corrientes, y siguió a aquel maloliente dueño hasta llegar al mostrador que había en la entrada.

Y, finalmente, pagó por aquella noche.

Genial, me acabó de quedar sin el dinero de la gasolina.

Ese fue el primer pensamiento que le vino a la cabeza al salir de aquel hotel, aunque sin dejar de mirar en ningún momento la cartera para, una vez más, volver a contar los pocos billetes que le quedaban. Simplemente, por si acaso se había equivocado.

Lauren no lo había hecho.

No era algo habitual en ella no pagar por lo que consumía o por las habitaciones en las que dormía. Desde hacía mucho tiempo, había decidido que sus robos no eran para beneficio de ella. Solo sus primeros robos, con poco más de 18 años, los había cometido para poder sobrevivir, pero eso había sido durante las primeras semanas en las que estaba completamente arruinada después de haber huido de su casa.

Con el tiempo, y por una persona en concreto, aprendió a sobrevivir ganando su propio dinero limpiamente y sus robos acabaron siendo simplemente para ayudar a la gente que lo necesitaba. Su primer sueldo limpió fue el más duro y doloroso. Lauren, con un sobre en sus manos, fue directa al buzón más cercano para enviarle a su familia los pocos billetes que había ganado trabajando para un mecánico. Pero no pudo hacerlo. Se había prometido así misma no tener ningún contacto con ellos para evitar hacerles daño; Lauren creyó, y creía, que desparecer de sus vidas había sido la mejor opción. Y por eso dio media vuelta al llegar al buzón, con lágrimas en los ojos y el sobre aun en sus manos.

La joven también podría haberse quedado de brazos cruzados y simplemente vivir de lo que ganaba, sin problemas con la ley, incluso podría haberse establecido en una ciudad lejana con otro nombre, un nombre totalmente falso. Pero, desde en el momento en el que vio la pobreza de las calles, no pudo no hacer nada; esa no sería ella. Si no podía ayudar a su familia por su condición, ayudaría al menos a otros. El ejemplo más cercano había sido cuatro días atrás:

Nada más llegar a Nueva York, Lauren había encontrado un pequeño trabajo en una clínica médica. Una clínica totalmente publica, y eso, era algo bastante inusual. Durante unas horas, la chica de guantes negros estuvo revisando el sistema eléctrico y cambiando varias bombillas fundidas, algo que había aprendido gracias a sus manos. Lauren no estaba orgullosa de esa habilidad que tenía con la luz, pero había aprendido a sacarle provecho. En esas horas, ella había estado observando, bastante sorprendida, aquella planta médica, en la que hospitalizaban y curaban sin pedir a cambio un seguro médico. Una clínica que se sostenía, a duras penas, por las donaciones anónimas y no por una empresa o un gobierno.

Evidentemente, Lauren se negó a cobrar por sus horas de servicio, a pesar de que sabía que eso dinero le era esencial para comer o dormir en una cama. Sin embargo, no fue suficiente no cobrarles; tenía que hacer algo más. Así que, aquel 26 de abril, con un plan bastante elaborado, Lauren se dirigió hacia una de las zonas más adineradas de la ciudad y entró en una joyería dispuesta a recaudar su donación anónima para la clínica.

-Que bien empieza el día...-susurró para sí misma después de convencerse de que no tenía más que 18$ en su cartera.

No era suficiente.

Saltando un suspiro desganado, Lauren se dirigió hacia el callejón que había justo a la derecha del motel.

Rápidamente, la chica con guantes guardó su cartera en uno de los bolsillos y se ajustó la mochila a su espalda; sus pasos eran apresurados, pero seguros. A pesar de ser de día, no quería estar más tiempo por aquella zona; no era seguro.

A tan solo unos 20 metros de ella, Lauren encontró lo que había estado buscando en aquel callejón. Y aliviada de ver que nadie le había robado lo que había ahí, se dirigió hacia los contenedores, concretamente, a lo que había a la derecha de ellos. Una lona oscura tapaba lo que había debajo, pero la morena en un tan solo movimiento lo descubrió:

Ahí estaba, su Kawasaki Ninja negra, modelo 250SL.

Lauren reconocía abiertamente que aquella moto tenía muchos desperfectos, tenía ojos para ver que no era una moto perfecta ni nueva: ruedas desgastadas, algún que otro bollo, arañazos en la pintura... Pero, la mayoría de esas cosas era por lo mucho que la había utilizado. Después de todo, se había recorrido una parte del país con aquel vehículo de dos ruedas; su Ninja la había acompañado durante la gran parte de su viaje en solitario.

Era una de sus posesiones más preciadas.

Después de quitarle el candado, se puso su casco y se subió en ella con maestría. La llave hizo un leve clic al ser girada y, al instante, Lauren dio gas sin moverse del sitio haciendo que el motor ronroneara como un gato, o mejor dicho, como un león porque aquella moto a pesar de ser muy ligera, y de tener un tamaño pequeño, tenía una gran potencia. A ella le encantaba aquel sonido; era tranquilizador y seguro. 

Era un sonido que para la chica de ojos verdes significaba una gran libertad.

Y aunque en aquel día nada le estaba saliendo bien a Lauren, subida en su moto, esta decidió que iba a intentar solucionarlo de alguna forma. Iba a conseguir el dinero suficiente para salir de la gran manzana aquel mismo día. Ante ese pensamiento, a la joven solo se le ocurrió un sitio en el que podría conseguirlo y de forma rápida; era hora de hacerles una visita a los hermanos Issartel.

Y sin más, salió quemando ruedas de aquel callejón de Nueva York.


Feel Again I: X Factor (CAMREN)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt