Sin esperarlo, el timbre suena en aquel departamento perdido entre las calles del DF.
- ¿Quién será?; se preguntaba Dulce María mientras secaba sus lágrimas.
- Yo abro...; decía sonriente Anahí.
- Creo que esto es para ti...; informaba la güera, cargada con un inmenso ramo de rosas rojas.
Sin dudarlo, la pelirroja corrió hacia ella, arrebatándole las flores, buscando la tarjeta que no encontró.
- La tengo yo...; reía la chica, burlándose de su amiga.
- «Soy un estúpido, un estúpido que no puede vivir sin su estúpida y su estúpido amor...»; leía la muchacha al tiempo que se le escapaba una tímida sonrisa.
- ¿Puedo pasar?; decía alguien detrás de aquella puerta que Annie había dejado entreabierta.
La pelirroja, estupefacta, dejó caer el ramo de rosas rojas que aún sostenía entre sus brazos, corriendo hacia aquel hombre que rompía todos sus esquemas, que daba vuelta a todos sus sentimientos.
- Sí que son estúpidos sí...; carcajeaba Anahí, despidiéndose de aquellos dos que aún no habían logrado separarse el uno del otro.
- Gracias...; respondía Uckermann guiñándole un ojo.
- ¿Lo sabías todo?; preguntaba Dulce haciéndose la ofendida.
- ¿Tú qué crees? Disfruten de la noche...; contestaba la güera, saliendo de aquel departamento cargado de amor.
Tan pronto como su celestina cerró aquella puerta, ambos se entregaron sin límites, una vez más se juraron amor eterno...
- Lo siento...; susurraba Christopher, acogiéndola contra su pecho, cubriendo su desnudez con aquellas sábanas que hacía horas habían desecho.
- Te amo...; respondía Dulce María, ofreciéndole un tierno beso en su cachete.
- Para siempre...; prometía él.
- Lo verdadero es eterno...; juraba ella.
Como alguien dijo hace un tiempo: Había necesidad, había amor, había pasión, había promesas, había magia, había realidad... ¿Había futuro?