Capítulo 290

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Unas semanas más tarde, y tras dieciocho horas de vuelo, Dulce María, Christopher y los pocos invitados a aquella ceremonia simbólica ya aterrizaban en Motu Mute, el único aeropuerto de la isla de Bora Bora.

Durante unos días, todos ellos pudieron disfrutar de las maravillas de este rincón volcánico de la Polinesia Francesa: sus playas de arena blanca bañadas por el sol, las aguas cristalinas que las rodeaban, los arrecifes de coral, los bancos de peces tropicales, las flores y frutas exóticas...

Para familiares y amigos, aquella boda simbólica que estaba a punto de producirse daría fin a sus vacaciones paradisíacas. Dulce y Christopher disfrutarían unos días más del Océano Pacífico, tomando un nuevo avión que los llevaría a Tahití, lugar en el que disfrutarían de su particular luna de miel.

La tarde estaba ideal, el mar en calma regalaba su fragancia, el cielo ya se tornaba de un precioso color anaranjado. Los invitados, vestidos de un blanco impoluto, esperaban tranquilos el inicio de la ceremonia, charlando unos con otros muy distendidamente.

Un viejo habitante de la isla actuaría como sacerdote, quien llegó al lugar cruzando un bello camino cubierto de pétalos blanquecinos, acompañados de unos artistas polinesios que amenizarían la llegada de los novios con sus cantos, su música y sus danzas tribales.

Un par de barcas decoradas ya se observaban al fondo de aquellas aguas color turquesa, y unos minutos más tarde, la pareja ya posaba sus pies descalzos sobre aquel camino que los llevaría hacia el arco decorado con hojas de cocotero y flores de hibisco bajo el que sellarían su amor.

También vestidos de un blanco radiante, Dulce y Christopher escucharon las palabras de aquel sacerdote, de espaldas a sus amigos y familiares, con las manos entrelazadas en todo momento, regalándose tiernas miradas, sonrisas cómplices...

La ceremonia terminó entre lágrimas, de unos y otros, cuando aquel par de enamorados intercambió collares y coronas de flores naturales que simbolizaban la unión de sus almas, la armonía en la que ahora vivirían. Su amor quedó sellado cuando aquel sacerdote les entregó un certificado de matrimonio simbólico hecho con la corteza de algún árbol local.

Sus amigos cerraron aquella celebración con una lluvia de pétalos que aumentó la magia del momento mientras caminaban por aquel sendero que habían recorrido minutos antes, y que ahora los llevaría a un pequeño cóctel a la orilla del mar, donde podrían disfrutar de algunos platos típicos de la isla junto a sus familias.

Tras los besos, abrazos y alguna que otra lágrima que aún quedaba por derramar en aquella fiesta, los novios se despidieron de todos ellos, tomando de nuevo una de esas barcas que los llevaría al resort en el que se alojaban y en el que disfrutarían de su particular noche de bodas antes de viajar a la isla de Tahití.

2.2. Before the moon... (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora