Capítulo 242

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A primera hora de la mañana, Dulce y Christopher se perdían entre los viajeros de la Estación de Chamartín. Como les indicaba su billete, se dirigieron a la tercera vía, donde ya los esperaba el tren que los llevaría a uno de los pocos rincones del mundo en el que no habían posado sus pies.

Tras dos películas dignas de un Razzie y alguna que otra cabezadita, por fin podrían disfrutar de aquella libertad que tanto anhelaban.

- No te lo quitarás hasta que yo te lo ordene...; pedía el joven, vendándole los ojos cuando ya se subían en uno de aquellos taxis que se agolpaban en la puerta de la Estación de Tren de la ciudad.

Estaban en Santiago de Compostela, destino de millones de peregrinos, la ciudad en la que los rayos del sol iluminaban sus fachadas en verano y la lluvia hacía que un ambiente mágico se apoderase de sus calles empedradas en invierno...

Aquel auto ya los dejaba en el Parador de Santiago, más conocido como el Hostal de los Reyes Católicos, uno de los emblemas de la ciudad. Aquella mezcla de historia, arte y tradición se alzaba sobre la Plaza del Obradoiro, formando con la catedral un ángulo de belleza inigualable.

La muchacha no pudo deshacerse de aquel pañuelo hasta adentrarse en el que había sido Hospital Real unos quinientos años antes. No sabía dónde se encontraba, pero se maravilló al escuchar las explicaciones de aquel mozo de equipaje que los acompañaba en su paseo. Pudo observar sus cuatro claustros, algunas de sus elegantes estancias y, por supuesto, aquella espectacular habitación en la que ya dejaban sus maletas.

- ¡Estás loco! Esto es impresionante...; decía la pelirroja ofreciéndole tiernos arrumacos.

- ¿Qué tal serán las vistas?; preguntaba el greñudo escondido en una sonrisa pícara.

Dulce corrió hacia aquel balcón, parándose al ver cómo se alzaba aquella maravilla arquitectónica frente a ella. No podía dejar de mirar aquella fachada, sintiendo cómo sus ojos se nublaban, sintiendo cómo unas manos se enlazaban a su cintura.

- ¡Te amo!; sonreía emocionada la mujer, queriendo y dejándose querer entre los brazos de su amor.

- La catedral será testigo de nuestros días en la ciudad, y de nuestras noches en este hotel... El Apóstol seguro que nos lo perdonará; reía socarronamente el joven.

Tras unos segundos...

- Iré a abrir...; decía el muchacho al escuchar cómo alguien tocaba la puerta.

- Siéntese en esa mesa, señorita. Su comida está lista; sonreía el chico sosteniendo dos bandejas.

Entre dulces besos y tiernas caricias, la pareja disfrutó de unos suculentos platos típicamente gallegos en aquella balaustrada desde la que podían observar los pasos de unos compostelanos ajenos a su presencia.

Una hora más tarde Dulce y Christopher ya abandonaban aquel parador, con las manos entrelazadas y una sonrisa en su rostro, dispuestos a disfrutar de su amor sin ataduras entre las pedregosas calles compostelanas.

2.2. Before the moon... (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora