Capítulo 259

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Tan pronto como abandonó aquel cuarto, Dulce María se adentró en el de enfrente, ése que compartía con su pareja, quien había dejado sobre su cama una pequeña nota doblada a la mitad...

- «Bajo al bar con los chavos. Allí te esperamos. Chris»; leía la joven cuando ya dejaba aquella habitación.

Un par de minutos más tarde, allí se los encontró, sentados alrededor de una misma mesa. La muchacha pidió una cerveza y se juntó con ellos. Christopher estaba en su mundo, con la vista clavada en la puerta de entrada mientras daba pequeños tragos a su segunda copa. Poncho y Christian charlaban alegremente, mientras Maite intentaba consolar a su amiga Anahí, quien no había dejado de llorar a pesar de los intentos de su compañera.

Dulce, sin ganas de hablar con nadie, se centró en su cerveza, que pronto terminó para pedir una nueva...

- Ya, ardilla... Bebe con cuidado, toma más despacio; la aconsejaba su ex-novio.

- Déjame. Hoy es mi último día de felicidad; afirmaba la chica dando un nuevo trago.

Un par de horas más tarde, cada cual más achispado, los seis regresaban a sus cuartos como buenamente podían. Al día siguiente, a primera hora de la tarde, tomarían un avión rumbo a su país natal.

Entre risas, a duras penas lograron abrir la puerta de aquella habitación. La pelirroja se tambaleaba en busca del interruptor más cercano, que logró alcanzar a pesar de que veía cómo aquel cuarto giraba cada vez más rápido. El greñudo cerró la puerta, no sin antes asegurarse de que de su pomo exterior colgase un pequeño cartel que decía «No molestar».

Al girarse, la encontró sentada sobre su cama, bien sonriente, con las piernas abiertas de par en par, dejando a la vista la ropa interior que se escondía bajo su falda, mirándolo sensualmente, pidiendo con su dedo índice que se acercase a ella.

- ¿Qué quieres?; preguntaba Uckermann entre risas incapaces de controlar.

- Averígualo...; respondía Dulce, intentando tumbarse sobre aquella cama cuando se dio de bruces contra el suelo, despertando las carcajadas del joven, que ya se acompasaban a las suyas en aquel hotel madrileño.

Sin contemplaciones, se colocó sobre ella, quien permanecía tirada sobre aquel piso de madera, paseando sus labios por su cuello, mordisqueando su oreja izquierda, dejando que sus manos se perdieran bajo su camiseta.

- Me encantas, me vuelves loco...; susurraba el muchacho sin dejar de tocarla, mientras ella permanecía bajo su cuerpo, con los ojos cerrados, disfrutando de todos y cada uno de los movimientos de su pareja.

- No sé si estaremos en condiciones, pero necesito que hagamos el amor toda la noche...; pedía Dulce María en un exhalo.    

2.2. Before the moon... (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora