S T R A N G E © [Parte 1 y Pa...

By Alexdigomas

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¿Qué harías si una noche encuentras a un chico semi desnudo y cubierto de sangre en tu patio? ¿Qué harías si... More

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Hello Stranger (?)
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Epílogo
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Nota Importante
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STRANGE - SEGUNDA PARTE
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56 - Parte 2
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Explicación
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58 - Parte 1
58 - Parte 2
58 - Parte 3

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By Alexdigomas

Siempre hubo otro plan 

¿Lo aceptarás, Mack?

La mansión Cavalier se veía sombría bajo la noche.

Toda la vida me había parecido una residencia monumental, lujosa, de revista. En ese instante me pareció una casa de terror, lo que quedaba en las películas luego de una tragedia. Las luces encendidas eran lo peor, como si adentro estuviesen los fantasmas de la familia Cavalier esperando por atormentar a cualquiera que se atreviera a entrar.

Tuve que tomar valor para atravesar la verja y llegar a las puertas dobles de la entrada. Puse la mano sobre la manija dorada que Eleanor había escogido años antes de que yo naciera. La miré un instante. Sería la última vez que abriera esta puerta y que pisara la casa. Sería el final de toda la vida de mentiras que mis padres habían armado para mí, sobre el constante sufrimiento de otra persona, sobre las cosas malas que Godric había hecho.

En parte eso era un alivio.

Cerré los ojos y abrí la puerta. Pasé y la cerré detrás de mí. Me quedé apoyada contra ella unos segundos, esperando que me llegara el fétido olor de los cadáveres de los soldados que nadie había recogido y que de seguro solo los de la agencia del padre de Nolan recogerían si aceptaba que inspeccionaran la casa.

Solo que no me llegó esa pestilencia. Lo que inhalé fue un raro e inusual olor a humedad, a rocas, a tierra, a profundidad. Lo que captaron mis oídos también me extrañó. Era nada. Un silencio muy denso que no tenía ni siquiera zumbido. Por último, mi piel percibió frío. Y todo eso, que no reconocí de dónde podía venir, me hizo latir el corazón de miedo.

Aun así, me atreví a abrir los ojos para ver lo que había ante mí.

Y me quedé congelada por dos razones:

La primera porque de repente, de alguna forma inexplicable, tenía una linterna encendida en mi mano.

La segunda, porque lo que me permitió ver la luz de dicha linterna no era mi vestíbulo ni mi sala, ni mi escalera, ni mi casa. Era un lugar totalmente diferente. Era oscuro en donde no alumbraba, húmedo, como una bóveda de rocas que formaban paredes y techos irregulares de los que colgaban estalagmitas.

Era una cueva. Una caverna.

Los latidos de mi corazón golpearon con violencia mi pecho y la confusión amenazó con causarme un ataque de desesperación, pero una fuerza extraña que de repente surgió dentro de mí me impulsó a caminar, a adentrarme, a seguir hacia las profundidades.

Apuntando la luz hacia adelante, avancé con mis pasos causando un sonido seco sobre las rocas y la tierra gris. Una certeza me dijo que aunque este lugar daba un jodido miedo, no debía detenerme. Sin esfuerzo, le obedecí y seguí. El suelo empezó a inclinarse al descender hasta que en cierto momento tuve que sentarme en un borde y saltar hacia abajo.

Aterricé y recorrí el lugar con el campo de luz de la linterna: espacio más cerrado que el resto, tanto que sentí la presión de las paredes; el techo todavía de estalactitas, pero con algunas formas adicionales abultadas que podían ser murciélagos o... ¿algo más?; el suelo con algunos pequeños charcos y el olor a moho y a tierra más concentrado, un poco fastidioso.

Mi atención se detuvo en un punto del fondo. Ahí no había nada y al mismo tiempo había una oscuridad que parecía significar algo. Era muy rara, como un trozo de algo que no estaba, como si hacia allá la cueva estuviese incompleta y la negrura marcara lo faltante.

De ahí salió ella.

Aunque su aspecto era terrible, no me asusté. Dio pasos sombríos y lentos sobre el suelo cavernoso hacia mí. Mientras, el silencio que se extendió entre nosotras fue expectante. Ella me miró al tiempo que me rodeaba, me estudió como saciando una curiosidad de años. Yo hice lo mismo. La vi diferente, como si fuese solo una chica tan solo un año mayor que yo, despeinada, sucia, con una inusual heterocromía, vistiendo una bata de paciente de hospital. Su piel opaca, sus labios agrietados, sus manos con sangre seca indicaban lo mal que la había pasado en la vida, lo terrible que había vivido en su encierro bajo la mansión.

—¿Tienes nombre? —le pregunté finalmente. Mi voz sonó nerviosa e hizo cierto eco en el lugar.

Ella negó lento con la cabeza, un gesto igual a los de Ax.

—¿Mi padre te llamaba de alguna forma? —pregunté también. Me escuché muy débil en la parte de "mi padre".

—Pequeña —contestó.

Su voz fue baja, algo áspera. Era la voz de alguien que siempre había temido decir algo. Aun así, detecté en ella una nota amarga, de resentimiento.

—Pues ya no eres pequeña —bromeé.

Cuando ella se detuvo frente a mí, vi que el chiste me había causado gracia solo a mí. En verdad que sus ojos eran un poco más grandes que los de Ax, y su hermetismo más intimidante, como el de un terrorífico maniquí.

—Tú tampoco —me dijo al cabo de un momento—. Creciste. Mucho.

—Tengo dieciocho —fue lo que se me ocurrió mencionar con una risa incómoda—. Hoy es mi cumpleaños.

—Lo sé —dijo también de forma inesperada.

Me pregunté si había estado en todos mis cumpleaños que habían sido fiestas enormes organizadas por mi madre, ahí, invisible, escuchando, viendo al resto vivir en libertad, viendo a Godric actuar como si no la tuviese encerrada en una celda impidiéndole ser una niña normal, mintiéndole. Era una idea triste.

Ella me leyó la mente.

—Siempre he estado —confesó.

Una profunda tristeza me empujó a disculparme.

—Oye, de verdad lamento todo lo que él te hizo —le dije—. Si tan solo me lo hubieses dicho, si hubieses dejado que yo...

—¿Qué? —me interrumpió de golpe, aunque no sonó grosera, sino neutral, difícil de descifrar—. ¿Ibas a cambiar de lugar conmigo?

Aguardó por mi respuesta con expectativa, y me sentí peor.

—No —admití, avergonzada—. No habría hecho eso, pero habría intentado ayudarte como he ayudado a Ax todo este tiempo.

Si le molestó no logré detectarlo.

—No has terminado de ayudarnos —dejó en claro—. Este no es el fin.

Mi corazón se aceleró. Sospeché que para oír eso era que estaba ahí.

—¿A qué te refieres?

Sus pies descalzos giraron sobre sí mismos. Me dio la espalda, alzó el brazo raquítico y señaló la extraña oscuridad que había en esa parte de la cueva y que parecía no encajar.

—No lo puedo recordar —indicó.

—¿Exactamente qué?

—Ahí debe haber algo —especificó— pero si no lo recuerdo no lo puedo completar.

Entendí entonces que era ella quien me estaba mostrando ese lugar por una razón importante. La caverna claramente era una proyección suya. Una proyección perfecta, imposible de distinguir de la realidad. Que ella no pudiera completar ese trozo de oscuridad explicaba por qué parecía no acoplarse con el resto de los detalles.

—Esta es la cueva en la que estaban las doce mujeres de las que ustedes nacieron, ¿no? —pregunté para comprobar.

—Un recuerdo —asintió ella.

—Y tú la construiste.

—Tuve que... buscar —asintió también—. Por mucho tiempo. En nuestras mentes. La hice con los pedazos de los recuerdos que esas mujeres tuvieron cuando estábamos en su interior.

—Wow —emití, sorprendida.

Proyectar algo a tal detalle solo con haber buscado recuerdos era una habilidad poderosísima. La chica no solo podía manipular la mente, podía manipular la realidad, engañar al cerebro humano. De estar Nolan ahí habría dicho que era un personaje de Marvel.

—Pero ahí. —Volvió a señalar ella la oscuridad—. No encuentro lo que había, y es importante.

—¿Para qué lo necesitas?

—Para recuperarnos —reveló—. Nuestra conexión está rota en partes. Los que quedamos tenemos que volver a este lugar y crear una nueva.

La miré, intrigada, y conecté algunas cosas.

—¿Eso era lo que ibas a hacer al lograr salir de la celda? —quise saber—. Sé que tenías un plan porque mataste a Godric y luego enviaste a Ax a sacarte de la celda, pero nada salió bien.

—Nada saldrá bien —susurró, y luego volvió a girarse hacia mí. Solo su mirada me produjo un frío inusual—. Ellos nos quieren.

—¿Mantis?

La chica asintió con la cabeza.

—Y la organización —añadió.

—¿Son malos también? —pregunté a pesar de que ya había desconfiado de ellos.

Lo aseguró en un susurro:

—El mundo entero es malo.

Sí, nada iba a cambiar su perspectiva en ese momento. ¿Qué sabía yo sobre cosas malas ante alguien que había sido usada como rata de laboratorio? Nada, aunque sí estaba segura de había partes que no eran tan espantosas, partes que yo solía querer enseñarle a Ax y que sentí la fuerte necesidad de enseñarle a ella.

—Sé que las cosas que te hizo mi padre para aumentar tu poder fueron inhumanas —volví a intentar disculparme— y que las cosas que te hizo Mantis fueron...

La chica frunció las cejas, un gesto tan abrupto que interrumpió mis palabras.

—Ya no debes preocuparte por lo que me hicieron a mí —zanjó—. Debes preocuparte por lo que le hicieron a Ax, y si quieres que se lo hagan de nuevo, porque justo ahora depende solo de ti.

Ella de repente hizo un movimiento con la mano. Tras eso, justo frente a nosotras, entre la oscuridad de la parte incompleta de la cueva, se formó una nueva proyección:

Primero apareció una camilla. Sobre ella se moldeó el cuerpo desnudo de un niño de unos diez años. Tenía el cabello azabache enmarañado y la piel pálida. Era frágil, y estaba por completo desnudo, delgado y atado con gruesas correas para impedir su total movimiento. Temblaba, y tenía muchas intravenosas conectadas a sus brazos, pecho, piernas e incluso a su cuello que enviaban líquidos extraños a su sangre y a su sistema.

Era Ax, por supuesto, y sufría. El sufrimiento en su posición era capaz de percibirse. Se notaba que sentía dolor, frío y que le agobiaban todos los efectos secundarios de tantos medicamentos y fluidos alterados que le aplicaban. Ni siquiera tenía expresión alguna, como si el alma hubiera sido separada de su cuerpo. Su imagen era la del dolor de una enfermedad. El tormento de ser una rata de laboratorio, de ser solo un recipiente, un objeto modificado.

Junto a esa proyección apareció otra. Esa vez, el Ax que yo conocía de adulto, pero totalmente desnudo y sentado en el suelo con las piernas contra su pecho. Sus manos hechas puños golpeaban con desesperación unas paredes invisibles a su alrededor. Estaba en una especie de caja. De su cabeza salían muchos cables que monitoreaban sus actividades cerebrales. Sus ansias de salir de allí eran caóticas. Gritaba, golpeaba, exigía no estar dentro de ese espacio tan reducido y asfixiante. Pero alrededor, las voces de sus secuestradores le daban ordenes sobre desarrollar su poder.

Automáticamente di pasos hacia esa proyección. Me agaché frente a ella, horrorizada, con el corazón acelerado por la realidad de la imagen, la realidad de lo que había sido su vida y de lo que sería de ser atrapado. De nuevo encerrado así, de nuevo como un animal golpeando las paredes, sin ropa, sin el calor de una cama. Tanto que me había costado enseñarle que él era una persona... Devolverlo a esa vida era un crimen. Y dependía de mí si se cumplía o no.

Me giré hacia la chica con todo el cuerpo temblando de horror.

—No —solté al instante, asustada, temblando—. Claro que no quiero eso. No quiero que lo hieran, no quiero que vuelvan a encerrarlo nunca más.

Ella lo dijo:

—Para que eso no vuelva a pasar debemos matarlos. A todos.

Su forma de decirlo fue tan sombría que me heló la piel. Me hice la pregunta mentalmente: "¿A quiénes se refiere con todos?" y ni siquiera necesité decirla para que ella la respondiera:

—A Mantis y a la organización.

—¿Ese es el plan ahora? —logré preguntar. Mi voz sonó temerosa.

—Ha sido el plan siempre —fue clara—. Y cuando lo empezamos solo habrá dos bandos. Ellos. Y nosotros.

Las proyecciones de Ax sufriendo desaparecieron para dar paso a unas nuevas que se formaron a nuestro alrededor. Si aquellas habían sido espantosas y casi traumatizantes, estas fueron asombrosamente poderosas.

Se moldearon consecutivamente siluetas oscuras, casi sombras, que no tenían rasgos detallados como ojos o dientes, pero sí características diferentes y captables: alturas, contexturas y edades distintas. Se alzaron en sus sitios como si hubiesen sido llamados para mostrarse finalmente, para decir: estos somos nosotros, estamos vivos. Primero no entendí qué eran a exactitud, pero en lo que entre ellos vi que una de las siluetas tenía un tapabocas a pesar de no ser más que negrura, supe que era Vyd. Incluso la silueta que se había quedado parada junto a la chica mostraba un punto de luz clara en lo que debía estar uno de sus ojos. Comprendí rápido que era claramente Ax.

Luego estuvo muy claro. Todos ellos eran los doce de Strange, y tenían la disposición de un ejército. Eso indicaban sus posturas, la forma amenazante en la refugía su oscuridad. Querían alzarse así. Querían estar unidos.

—¿Sabes en dónde está cada uno? —pregunté, asombrada.

—Algunos, muertos —respondió—. Otros, vivos. Hay que encontrarlos. Vamos a encontrarlos.

Entendí por completo el punto de todo.

—¿Ax, Vyd y tú irían a buscarlos?

—Es lo que debemos hacer —asintió ella.

—¿Ax ya lo sabe? —pregunté también.

—Siempre lo ha sabido.

Enterarme me hizo sentir un poco mal porque él nunca me lo había dicho, ni siquiera insinuado. Aunque, claro, que Ax dijera algo era difícil, pero ese plan era sumamente importante. Ese plan era un destino que de cumplirse prometía caos y destrucción. Eso era lo que ella intentaba decirme.

—Teníamos que llegar a este punto para que lo supieras —aclaró ella ante mi inquietud.

—¿Y luego de esto? —quise saber, ignorando mis emociones—. Me refiero a, ¿luego de las muertes y la venganza?

—Libres.

Libertad...

Quería eso para Ax. Quería que fuera libre. Quería que pudiera salir a la calle, ver las cosas que nunca había visto sin ser perseguido por nadie. Aunque yo no pudiera compartir eso con él, quería que viera la otra parte del mundo que jamás le habían mostrado. Sabía que debía sentirme espantada ante la idea de que destruyeran a Mantis y acabaran con cualquier organización, pero lo que esas personas le habían hecho a Ax, a la chica, a los otros de Strange y a quién sabía quién más.

—Tienes que tomar una decisión —me dijo ella.

¿Lo permitiría? ¿Permitiría una matanza así? Me sentí horriblemente confundida y asustada. Hasta quise vomitar.

—Pero es que no sé qué debo hacer —admití, preocupada—. No sé qué decirle a la organización ni qué decidir ni hacia donde ir ahora que estoy sola.

A eso, la chica solo tuvo una cosa para decir, tan enigmática como su propia mirada:

—Nosotros tenemos el poder y tú conoces el mundo.

Lo dejó flotar como un acertijo para mí que me dejó el doble de confusa.

Seguido a eso, las siluetas de los doce se desvanecieron. La cueva sorprendentemente realista volvió a ser oscuridad, frío y silencio. Tan solo un goteo se oyó por ahí. Ella pareció lista para irse, aunque no supe a dónde porque ni siquiera sabía en realidad en dónde estaba, si ahí o en otro lugar. La recordaba herida por la batalla en el patio, pero su imagen en ese momento no tenía ninguna lesión.

De repente dijo algo extraño, algo fuera del tema de la decisión:

—Él lo necesitaba más.

—¿Qué? —Hundí las cejas.

—Conocerte —dijo, neutral—. Por eso lo llevé hasta ti. Ayudó a contenerlo, a que no enloqueciera.

Oh, así que eso explicaba por qué me había hecho conocer a Ax.

—Pero si también te hubieses mostrado habríamos sido, no lo sé, amigas —le comenté, bastante sincera.

Se mantuvo tan inexpresiva que me fue imposible percibir algo.

—¿Lo habríamos sido? —fue lo que respondió.

Me bastó un parpadeo para no verla más. La caverna desapareció y se reconstruyó la realidad de la casa. Me encontré parada en medio del vestíbulo, de los cadáveres y del mal olor. Me quedó un ligero dolor de cabeza muy extraño, pero lo ignoré porque de pronto sentí que alguien detrás de mí me agarró por los hombros con fuerza. Automáticamente creí que era alguien de Mantis y me asusté, pero la persona me giró para mirarme.

Era Ax.

Perdí el aire cuando lo vi de nuevo, entre aliviada y preocupada por su estado. Estaba todavía descalzo, sucio, despeinado y herido. Había unas rasgaduras en sus hombros causadas por los ganchos que le habían lanzado. La sangre estaba seca alrededor de ellas, aunque no eran graves. Quizás su cuerpo había luchado para sanarlas un poco más rápido. Lo bueno era que seguía en pie, alto y con esa aura de rareza y poder que les daban su contextura junto a sus ojos heterocromáticos.

Aunque en ese instante no tenía su expresión seria. Sus cejas estaban arqueadas y le daban a su rostro algo de indignación. Entendí cuál era la razón de esa emoción en él.

—Lamento haberme ido así cuando estábamos en el patio —quise explicarle de una vez— es que la toxicidad...

Pero me interrumpió:

—No puedes.

—Era necesario —aseguré—. Ahora Nolan está vivo y...

—¡No puedes, Mack! —exclamó, esa vez con voz más firme como si yo no entendiera la gravedad del asunto.

Y entonces sus manos pasaron a mi rostro. Me lo sostuvo, y de forma inesperada presionó sus labios contra los míos sin darme tiempo de decir palabra alguna.

Su beso fue necesitado, medio salvaje, como una forma de asegurar que yo estaba allí y no me había ido lejos. Me gustó, realmente me gustó que me tomara de esa manera tan demandante e incontrolada y abriera mis labios con los suyos en el momento menos esperado e indicado, pero hubo un problemilla del que me di cuenta un instante después...

—¡Ax! —aparté mi boca sin poder aguantarlo—: ¡Oh Dios, hueles horrible!

Demonios, lo quería, pero así solo iba a lograr hacerme vomitar porque era una mezcla de sangre, sudor y tierra, todo demasiado concentrado y para nada atractivo.

Él se miró las manos sucias y hediondas ante mi exclamación. Luego se vio el pecho manchado de sangre, sus pies casi negros de tierra y finalmente me miró a mí.

—¿Baño? —propuso con simpleza.

Me causó algo de gracia que lo dijera tan simple como si no hubiera problemas alrededor y el día a día hubiese vuelto a la normalidad. Además, era el peor momento para relajarse con un baño, pero en verdad necesitaba higienizarse, sobre todo si se iría pronto. Al menos debía ir limpio. Y... quería pasar un poco de tiempo con él. Tal vez el último.

—Bueno, creo que tenemos tiempo —asentí—. Subamos.

Subimos las escaleras y entramos en mi habitación. La sentí como la habitación de una persona que ya no vivía allí. También sentí que aunque todo era mío, al mismo tiempo era como si no me perteneciera nada. E igual no quería. Todo lo que había en esa casa, ya no lo quería.

Pasamos al baño. Por costumbre le abrí la llave de la ducha mientras él se quitaba la ropa. Recordar que eso solíamos hacer normalmente me devastó. Ya nada sería "normal".

En tan solo un momento él quedó por completo desnudo. En cuanto me hice a un lado, entró a la ducha. Iba a darme vuelta para darle privacidad, pero de pronto me tomó por el brazo y me jaló con suavidad en su dirección.

—Ax, en realidad tenemos que hablar... —intenté resistirme porque en realidad tenía en la mente las cosas que había dicho la chica y porque además la tristeza de que debíamos separarnos me tenía el estómago hecho nudo.

—No quiero hablar —se negó y
volvió a tirar  un poco más en insistencia.

No me salió de nuevo su nombre para negarme. Mi cuerpo y mi mente estaban débiles, así que automáticamente me quité los zapatos con mis propios pies y pisé el interior de la ducha. Él me acercó a su cuerpo hasta que mi pecho quedó contra el suyo y sostuvo el borde de mi camisa. Luego me empezó a desvestir.

Lanzó la camisa fuera de la ducha y luego mi jean sucio de sangre. Su silencio decía: es el peor momento, pero, ¿qué importa? Sé que quieres esto al igual que yo. Con mi brasier no se complicó demasiado, aunque tenía broche en medio, lo rompió con facilidad y lo arrojó fuera. Hizo lo mismo con la parte de debajo de mi ropa interior, dejándome por completo desnuda y expuesta ante él.

Y de nuevo fue como tenía que ser, como alguien como él, que seguía sin saber demasiado y que solo se dejaba llevar por su impulso de necesidad, lo haría.

Rodeó mi cintura con sus brazos, me pegó a sí y nos puso bajo el agua que caía. Ahí nos besamos. Inexpertamente, pero con tantas ansias que salía bien. Al mismo tiempo utilicé mis manos para frotar sus brazos duros, para sentirlo, para limpiarlo, para disfrutarlo. Las deslicé hacia sus hombros, después en su rostro, después por su cuello, por sus clavículas y su pecho. Quité toda la sangre, todo el sucio, y mientras tanteaba la dureza de su cuerpo admití que estaba enamorada. Sabía que estaba enamorada de él. Sabía que lo amaba. Fue ese el momento en el que supe que Ax, con su peligro, con su anormalidad, con su toxicidad, era lo único que deseaba.

Con mi boca entre la suya, su lengua rozando la mía, el agua siendo saboreada, nuestras respiraciones acelerándose, yo solo pensaba: me lanzaría al abismo por él. Desafiaría las leyes por ayudarlo. Aceptaría cualquier trato por protegerlo. Me quedaría a su lado, aunque eso me matara.

Él no aguantó más. Sus ganas aumentaron de nivel y me apegó a la pared de la ducha, todavía entre sus brazos, todavía entre sus besos. Quedé deliciosamente aplastada entre él y la pared. De forma automática alcé mi pierna derecha y rodeé su cintura con ella. Ante la entrada libre, Ax tomó su propio miembro ya duro y preparado para descargarse, y lo introdujo en mí.

Nuestras frentes se unieron apenas impulsó su pelvis contra mí. Él cerró los ojos en un gesto de alivio. Sus labios quedaron entreabiertos, con el agua goteando de ellos. Estuve encantada de presenciar su excitación, de que mis manos sobre sus hombros sintieran su respiración acelerada, de sentir su calor en mi interior, pero perdí poder de mis sentidos en lo que empezó a entrar y salir de mi.

Comenzó lento y fue aumentando de velocidad progresivamente. Aferré una mano a su nuca y la otra la dejé en su hombro. Mi espalda contra la pared percibió el frío de la ducha, pero estaba completamente caliente gracias a él, así que disfruté extasiada sus embestidas. Disfruté oírlo jadear, disfruté su fuerza al sostener mi cuerpo, su potencia, su necesidad de hacer aquello conmigo en el momento en el que todavía estábamos en peligro. Disfruté de ver sus ojos tornarse completamente negros a medida que subía su excitación, el cómo las venas oscuras empezaron a entretejerse bajo su pálida piel y le fueron exigiendo mayor impulso.

Los gemidos salieron de mí sin vergüenza. Esa vez el placer que sentí fue diferente, menos doloroso, más como siempre había dicho Nolan que debía ser, como había imaginado que sería. "Delicioso" era buena palabra para describirlo. Un alivio a una exigencia. Dije su nombre contra su oído, olvidé todo lo que nos rodeaba y me entregué hasta que él llegó al clímax y con fuerza se descargó dentro de mí.

Justo tras ese momento, con sus últimos movimientos de entrada y salida, sentí una pequeña explosión que me hizo emitir un gemido más alto y que por unos segundos me hizo perder consciencia de la vida entera para solo sentir un nuevo placer. Luego desapareció y me dejó aferrada a Ax, temblando un poco, con la cabeza apoyada en la pared, disfrutando de los restos de las sensaciones, del calor que todavía ardía entre mis piernas.

Bajé mi pierna con él aún presionándome contra la pared y me dediqué a respirar. Él también, con la punta de su nariz rozando mi mejilla y sus labios húmedos rozando la piel de mi rostro a medida que tomaba aire. Tal vez por estar así de extasiada olvidé que él tenía una curiosa habilidad.

—Tristeza —me susurró de pronto. En lo que abrí los ojos descubrí que estaba mirándome porque lo había detectado con mi olor.

Sí, me sentía triste. Después de esa explosión me había afectado algo de nuevo.

—Es que sé lo que se supone que ustedes quieren hacer —le fui sincera con la voz aún un poco jadeante pero afectada—. Y no puedo acompañarte. No podría ir contigo.

Él hundió las cejas bruscamente. Me soltó como si solo con eso yo acabara de matar el momento. Se metió bajo el agua y se limpió los restos de su descarga, malhumorado.

—Te dije que no puedes —habló como si no hubiese más respuesta.

—Puedo, tú no tomas las decisiones —le repliqué.

—Somos amigos —apeló él—. Tú, Nolan, yo, juntos. Es lo que se hace.

—¿Es que quieres matarme? —le recordé de una vez, trayéndolo a la realidad—. ¿Matarnos? Porque eso es lo que va a pasar si seguimos cerca, Ax, me voy a morir muy rápido.

—No sabía eso —dijo, molesto—. No es mi culpa.

—Sé que no, pero es la realidad.

Dio la impresión de que quería golpear a la realidad. Y de hecho, tras frotarse el cabello con el agua y limpiarse la cara, dio un golpe de rabia a la puerta de la ducha y salió de mala gana. También cogió la tuya de mala gana e incluso empezó a secarse de mala gana.

Lo miré desde dentro.

—Me pidieron que te convenciera de unirte a una organización que te va a proteger —le solté. 

Detuvo el secado de sus brazos. Miró el vacío por un instante y luego me observó, enfadado.

—No —rechazó, directo.

—Pero es que...

—¡Que no! —casi gritó—. ¡Tú dijiste que me ayudarías!

Cerré la boca. El momento se volvió denso. Me hizo sentir muy mal, no porque él se enojara, eso lo entendía, ¿quién querría volver a ser atrapado? Era porque el peso de la decisión me estaba carcomiendo, porque sí era cierto que le había ofrecido mi ayuda para salvarse, no para regresar al infierno.

Me fue imposible seguir conteniendo más esa verdad.

—Ax, te amo —le confesé con una voz vulnerable—. ¿Sabes lo que eso significa?

Sus cejas disminuyeron su ira. Se quedó pensando un instante.

—Amor —pronunció en respuesta.

Nolan le había hablado del amor muchas veces. Del amor en las películas, en la vida. Por supuesto, sobre el amor que yo sentía él no sabía mucho. Tal vez nunca lo entendería por completo. Siempre seríamos demasiado diferentes, aunque pudiéramos hacer algo tan normal como tener sexo. Por eso no esperé una respuesta igual de su parte. Aunque la que recibí me sorprendió de todas formas.

—Hubo cosas que nunca te dije —admitió él con una sorprendente nota de aflicción—. Quise, pero no pude.

—¿Hay alguna que me quieras decir ahora? —Tragué saliva.

Tardó un momento en el que casi me morí de ansias por saber qué saldría de él ya que nunca se expresaba.

—Perdón.

—¿Por qué? —pregunté sin entender la razón.

—Por no saber que te estaba lastimando.

Salí de la ducha y me acerqué a él. Mi única reacción fue sonreírle. Me sentí feliz de que lo que Nolan y yo habíamos intentado enseñarle todo ese tiempo, funcionara.

—Después de todo sí eres humano también —le dije al poner mi mano sobre su mejilla.

Su respuesta fue lo mejor/peor que escuché jamás:

—No, no lo soy —dijo en un tono sombrío—. Porque voy a matar a todos los que me hicieron esto. 

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Nos vemos en el siguiente capítulo final que será subido en unos instantes ❤️

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