Avatar. Siempre Juntos

By nicolasgodetti

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En lo que se van desarrollando como héroes y figuras mundiales, nuestros cinco protagonistas verán la vida pa... More

Introducción
Capítulo 1. Fin de la Fiesta, Parte 1 (Inicio del Libro 1: Loto Negro)
Capítulo 2. Fin de la Fiesta, Parte 2
Capítulo 3. Reflexiones
Capítulo 4. Firmeza y lealtad
Capítulo 5. Contención
Capítulo 6. Infiltrada
Capítulo 7. Máscara caída
Capítulo 8. Alianza rota
Capítulo 9. Fugitivo
Capítulo 10. Golpe de Estado, Parte 1
Capítulo 11. Golpe de Estado, Parte 2
Capítulo 12. Conspiraciones
Capítulo 13. A su disposición...
Capítulo 14. Él no es el único...
Capítulo 15. Agni Kai
Capítulo 16. "Nos volveremos a ver..."
Capítulo 17. Los Cuatro Temerarios (Inicio del Libro 2: República Unida)
Capítulo 18. Jefa Beifong
Capítulo 19. Relación complicada
Capítulo 20. En dudas
Capítulo 21. La propuesta
Capítulo 22. Noche alocada
Capítulo 23. En el punto de mira
Capítulo 24. Atormentados
Capítulo 25. "Hasta pronto, Señor del Fuego"
Capítulo 26. Recuerdos de un gran día
Capítulo 27. "Juntos venceremos"
Capítulo 28. El enemigo está dentro
Capítulo 29. Testigos en peligro
Capítulo 30. Alta traición
Capítulo 31. Corrupción y discordia
Capítulo 32. República Unida de Naciones
Capítulo 33. La boda de Aang y Katara
Capítulo 34. Princesa Izumi
Capítulo 35. Adiós a un grande... (Inicio del Libro 3: Crecimiento)
Capítulo 36. Nuevos habitantes en la Isla
Capítulo 37. ¿El primero de cuántos?
Capítulo 38. Padres primerizos
Capítulo 39. "En honor al Avatar Aang..."
Capítulo 40. Ruptura
Capítulo 41. Tiempos felices
Capítulo 42. Atentados a la Justicia
Capítulo 43. Tensión
Capítulo 44. Presionados
Capítulo 45. Amor y terror
Capítulo 46. Entre la espada y la pared
Capítulo 47. "Mi todo"
Capítulo 48. Técnica Prohibida
Capítulo 49. Corporación Col
Capítulo 50. Por segunda vez...
Capítulo 51. Más fuertes que nunca...
Capítulo 52. EL REY
Capítulo 53. Plenitud (Inicio del Libro 4: Orígenes)
Capítulo 54. Cicatrices
Capítulo 55. Amor es amor
Capítulo 56. Los hijos del Avatar
Capítulo 57. Cita "a ciegas"
Capítulo 58. Una nueva oportunidad
Capítulo 59. Un momento para recordar...
Capítulo 60. ALEGRÍA
Capítulo 61. Karith
Capítulo 62. "Ella es la mejor"
Capítulo 63. Mentiras y amores sin culpa
Capítulo 64. A un paso de...
Capítulo 65. La jugada de Yakone
Capítulo 66. El legado de los Sato
Capítulo 67. ¡Como roca!
Capítulo 68. Una Beifong más
Capítulo 69. Primeros verdaderos pasos (Inicio del Libro 5: Tío Sokka)
Capítulo 70. Futura Reina
Capítulo 71. Tío Sokka
Capítulo 72. "Nunca dejes de sonreír"
Capítulo 73. Heridas que no cicatrizan
Capítulo 74. Dejarse llevar...
Capítulo 75. Más juntos que nunca
Capítulo 76. Compañía Incondicional
Capítulo 77. Oogi
Capítulo 78. Tiempo juntos
Capítulo 79. Como una familia...
Capítulo 80. Reunión
Capítulo 81. Sometidos (Inicio del Libro 6: El Caso Yakone)
Capítulo 82. Jefa Invicta
Capítulo 83. Familia Beifong
Capítulo 84. El Encuentro
Capítulo 85. Esperanza
Capítulo 86. Yakone
Capítulo 87. Concejal Sokka, Parte 1
Capítulo 88. Concejal Sokka, Parte 2
Capítulo 89. El Juicio a Yakone, Parte 1
Capítulo 90. El Juicio a Yakone, Parte 2
Capítulo 91. Heredero (Inicio del Libro 7: El futuro)
Capítulo 92. Hojas de Vid
Capítulo 93. Opuestos
Capítulo 94. Realeza
Capítulo 95. Sueño Cumplido
Capítulo 96. Sin rumbo fijo
Capítulo 97. El futuro se hace presente
Capítulo 98. Industrias Futuro
Capítulo 99. Internas Familiares
Capítulo 100. Traspaso de Poder
Capítulo 101. Los hijos de Aang y Katara
Capítulo 102. La odisea de Suyin
Capítulo 103. Jefe Sokka (Inicio del Libro 8: Despedidas)
Capítulo 104. Relación Tóxica
Capítulo 105. LEYENDA
Capítulo 106. Sentimiento Igualitario
Capítulo 107. Un amor de verdad
Capítulo 108. Larga vida a la Reina Mai
Capítulo 109. El llamado a la protección
Capítulo 111. SIEMPRE JUNTOS
Capítulo 112. Un motivo para seguir
Capítulo 113. Dolor en la belleza
Capítulo 114. GRACIAS
Capítulo 115. Descendientes
Epílogo
Agradecimientos

Capítulo 110. Un último baile

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By nicolasgodetti

| AÑO 153 DG |


El tiempo ha pasado volando... Los años se han ido junto al viento tal y como las hojas amarillas, anaranjadas y marrones que se desprenden de los árboles y caen al suelo.

El otoño ha llegado a Ciudad República, y a todo el hemisferio Norte del mundo.

Y se siente. En verdad se siente. Una inmensa tranquilidad, una inmensa angustia, una inmensa paz y un inmenso caos... Pero las ciudades siempre suelen ser así, en un punto tienes paz y en el otro, guerra. Es algo que nunca se detiene, y sus habitantes están acostumbrados a ello.

Quienes viven en Ciudad República hace años están acostumbrados a que el caos predomine en las calle, pero no hablamos de un caos casi apocalíptico en el que hay Maestros Sangre sueltos por ahí ni tampoco un escenario en el que naves no identificadas tiran bombas sobre la ciudad. Es un caos más cotidiano, que se traduce en bocinazos, griteríos, pequeños hurtos...

Con el paso de los años Ciudad República se convirtió en lo que podría ser considerado como el eje del mundo entero. Ganó gran fama tras el Movimiento de Restauración de la Armonía, siendo cientos de miles los que, aburridos de vivir en su tierra natal, decidieron apostar por la suerte de aquel "gran sueño" que este nuevo país ofrecía, por lo que migraron hacia sus tierras.

Al principio fue difícil, eso nadie puede negarlo. Un pequeño país que apenas se formaba... El que recibiera a tantos inmigrantes fue una completa locura, en especial porque sus ciudadanos lo único que querían era estar tranquilos, y porque llegó un punto en el que ya no quedaban edificios en donde albergar a los miles que llegaban día tras día.

Por unos meses hubo incluso una crisis a la que Kori Morishita, Gran Concejala en aquellos momentos, no supo responder de buena forma. Miles de personas durmiendo en las calles, las tiendas saqueadas, realmente parecía que el país se derrumbaría tras apenas haber nacido. No fue así, u hoy no se estaría hablando de una fuerte y gloriosa Ciudad República.

Una Ciudad República que se levantó de los escombros de cada crisis y cada problema que tuvo. Una Ciudad República que a pesar de las dificultades, pudo darle albergue a todos aquellos que llegaban a su suelo para crecer, trabajar, vivir y ser felices. Una Ciudad República que se hizo grande en base a su gente, valiente y segura de sí. Sus ciudadanos eran ganadores, no iban a dar por sentado al país solo porque faltaban algunas camas o raciones de comida.

Como siempre lo hizo, la República Unida siguió adelante. Con sus héroes legendarios, e incluso sin ellos. Lo que se ha vivido ahí con el paso de los años ha sido sumamente extenso, nadie tiene dudas de que hay miles de historias para contar y tan solo si se cuentan a los grandes héroes que juraron siempre proteger la paz de Ciudad República. Si nos extendemos a sus ciudadanos, a quienes viven en sus calles y respiran el aire más urbano, esto sería un escrito eterno.

Pero ahora, el otoño ha llegado a Ciudad República y con él, el frío. Pero no un frío desolador y que te deja sin ganas de vivir, en el que si te quedas un segundo quieto te congelas al instante. Era un frío que acompañaba, que te seguía hacia donde ibas y que te hacía despertar. Quizá en el centro de la ciudad, gracias a los edificios, las más grandes ventiscas no se sentían tanto, pero en lugares como el Templo Aire de la Isla la temperatura descendía cada vez más.

Observando a través de una ventana uno de los árboles frutales del jardín ser empujado por el viento, Katara sigue preparando dos tazas de té junto a un plato lleno de pastelillos. Dejando la tetera a un lado, toma la bandeja en donde ha preparado todo y la levanta de la mesada, yendo con ella fuera de la pequeña cocina en la que estaba y llegando hasta a una sala de estar.

Una vez entra, Katara deja la bandeja sobre una mesita de madera que está rodeada por varios sillones. Sentado en uno de ellos, el cual es individual, se encuentra él viendo hacia fuera. Aang. El anciano está viendo hacia la ventana, la cual se empaña ante la humedad de aquel día. Por su lado, Katara toma asiento en otro sillón individual junto a su amado, siendo separados solo por una chimenea encendida. El crepitar del fuego se mantiene estable...

-Amorcito, ¿qué tal si bebes un poco de té?- Le propone Katara, sonriendo dulcemente.

-El té no me salvará de la muerte.- Dice Aang sin tapujos.

Al oír aquello, la expresión de Katara cambia de inmediato a una más triste y decaída. Esa misma mañana estuvo en el Templo un doctor, llamado especialmente por la Maestra Katara para que le ayude a revisar a su marido, quien se negaba completamente a recibir tratamiento médico. No quería ni que Katara le revisara y eso que es su esposa y compañera desde hace décadas.

-Lo que dijo el doctor... es injusto. No lo acepto.- Habla un poco más Aang, mirando con seriedad hacia la ventana y su exterior, el cual comienza a cubrirse por una fina llovizna.

-Aang... tienes que comprender, que esto va más allá de lo que podemos hacer, de lo que alguna vez pudimos hacer.- Le asegura Katara, intentando tomar su mano, pero él la quita.

-Sí, sí se pudo hacer algo.- Le responde él de forma brusca. –Yo pude hacer algo. No escapar.

-¿En verdad te pondrás a pensar en qué hubiera pasado, de nuevo, si no escapabas esa noche? ¿En verdad te negarás a una realidad que aceptaste cuando apenas eras un niño? No entiendo qué te sucede, Aang, tú no eres así... Sé que la partida de Appa fue dura cariño, pero si estamos juntos entonces...

-¡Entonces nada!- Grita Aang, asustando un poco a Katara. –No es solo por Appa, es por todo... Momo también. Iroh, Suki, ahora Mai... Todos se están yendo, y todos lo aceptamos como si...- Hace una pausa, mirando hacia la humeante taza de té. –Como si... fuese nuestro destino.

Por un momento se mantiene el silencio entre ambos.

El doctor que fue esa mañana revisó a Aang, quien fue finalmente convencido.

Los diagnósticos no fueron nada buenos.

Al parecer Aang tenía una distrofia muscular inusual, una que había estado "inactiva" en él desde su salida del iceberg y que en los últimos años, al llegar a la vejez, se había presentado nuevamente en su organismo. Aquella condición le impedía cosas tan simples como respirar adecuadamente o tragar, y que día a día le debilitaba corporalmente más y más.

-Aang... La muerte no es nuestro destino, no es el destino del equipo Avatar. Es el destino del mundo, de todos los que lo habitan.- Le asegura Katara. –A todos les llega su tiempo.

-Pero, ¿por qué ahora? No lo entiendo, no lo quiero entender.- Dice Aang con suma tristeza. –Si tan solo no hubiese hecho ese iceberg, no les estaría haciendo sufrir...

-Aang, ¿pero qué dices?

-Nadie se merece perder a un ser querido tan temprano...- Le dice Aang. –Puede que la muerte sea algo que le llega a todos, pero al menos tenemos la tranquilidad de pensar que podemos vivir unos 80 o 90 años, antes de que ésta toque a la puerta. Si entra por la ventana, entonces altera el orden natural, y lastima mucho más.

-Aang... La muerte es algo desconocido. Es algo aleatorio, es algo... malo, hiriente, pero que llega por una razón. Hay razones mejores que otras, sí, pero si con 66 años necesitas un bastón para caminar, entonces significa que el mundo necesita procesar la formación de un nuevo héroe.

Mientras Katara le habla, Aang se mantiene con la mirada fija en el suelo.

-Así que así nos toma el mundo ¿eh? Como algo que cuando se vuelve inservible, lo deshecha para construir un nuevo envase que lo proteja.- Supone Aang, negando con la cabeza.

-El mundo no utiliza al Avatar, nadie lo hace... Pero todos lo necesitan, y el mundo necesita a un Avatar pleno. ¿Qué tal si en 20 años surge una nueva amenaza? Si estás así ahora, con 80 tú vas a estar tirado en una cama...- Le dice Katara, cuando entonces su voz se quiebra y sus ojos se cristalizan. -...y no podrás salvar a nadie. Es tiempo de avanzar, cariño.- Le dice, cuando por fin logra acariciar su mano, estando ya arrodillada frente a él.

Mirando a los ojos a su amada, Aang suelta un par de lágrimas y cierra sus ojos, para volverlos a abrir al par de segundos y sonreír.

-Si algo siempre admiré de ti, es que nunca te echaste abajo.- Le dice Katara. –Hubo momentos, sí, en los que intentaste derribar tu esperanza, pero no hay fuerza esperanzadora mayor que la del Avatar... No te pido que te eches abajo ahora, pero sí te pido que te dejes guiar por esa misma fuerza que ahora nos indica que es tiempo de un cambio, de un avance.

Respirando hondo, Aang mantiene apretada la mano de su amada y entonces sonríe, con ella devolviéndole la sonrisa. Mirando hacia la pared junto a la chimenea, el anciano Avatar ve allí su viejo planeador azul, el cual utilizó para guiar tantas batallas, tantos rescates, misiones...

-El equipo... no los llames.- Le pide Aang, sorprendiendo a Katara.

-Pero ellos merecen estar aquí, y querrán venir.- Le responde Katara.

-Soy un nómada aire, cariño, prefiero algo más... privado. Cuando se haya cumplido, entonces sí diles... y al mundo.- Dice Aang, viendo por la ventana la llovizna caer.

-Como tú prefieras, amorcito.- Contesta Katara, sonriéndole. –Ahora, ¿quieres beber té? Puedo leerte algo si gustas... Luego podemos ir a alimentar a los lémures, supe por una acólita que una pareja tuvo nuevos bebés.- Le cuenta la Maestra Agua un poco más entusiasmada.

-Eh, no cariño...- Le dice Aang, sorprendiendo un poco a su amada. –Si no te molesta, en un día como hoy me gustaría quedarme contigo. Sólo contigo.

-¿Cómo va a molestarme eso, amorcito?- Le dice Katara, sonriéndole con lágrimas en los ojos.

Abrazando a su amado, Katara apoya su mentón en el hombro de este en lo que Aang acaricia el torso de su amada con su mano. Haciendo gran fuerza, logra levantar el brazo y le devuelve el abrazo, aunque a los pocos segundos vuelve a bajarlo hasta el apoyabrazos del sillón.

-Un día a tu lado, es el mejor día que podría tener.- Le asegura Katara, mirándolo a los ojos.

Después de un rato bebiendo té y leyendo un pequeño libro para niños, Katara decide animar un poco el ambiente con un poco de música. Encendiendo la radio que recientemente les llegó de regalo de parte de Corporación Col, Katara gira la perilla pasando al parecer por canales en los que no se oye más que una turbulencia eléctrica, hasta que por fin se oye una suave música.

Danzando de lado a lado y mirando hacia la radio y la pared, Katara une sus manos frente a su pecho, cierra sus ojos y deja escapar una sonrisa. Dando una pequeña vuelta, se gira hacia Aang quien le ve desde el sillón con una pequeña sonrisa dibujada en el rostro. Lentamente, su amada se acerca al anciano monje y acaricia sus manos, sus antebrazos, sus brazos y sus hombros.

-¿Acaso el tan inquieto Aang ha perdido el gusto por la música?- Le coquetea Katara.

-Si apenas puedo caminar...

-Yo te guío.- Le interrumpe Katara, extendiéndole la mano.

Dudando por un largo momento, Aang finalmente decide levantar su mano izquierda hacia la de su amada. Al principio le cuesta bastante, pero finalmente lo logra y en cuanto entra en pleno contacto con su hermosa esposa, todo dolor se disipa. En ese momento toma con su otra mano un bastón de madera que se hallaba apoyado en su sillón, y entonces se pone en pie.

En un par de segundos, Aang casi se desploma sobre Katara, aunque la misma ataja su cuerpo con el suyo y lo abraza fuertemente. Es entonces cuando comienzan a danzar en sus lugares, juntos y con los ojos cerrados. Cuando eran más jóvenes solían danzar por toda la Isla, y ya ni hablar de cuando eran niños... Aquel baile en esa cueva de la Nación del Fuego fue maravilloso.

A medida que fueron creciendo, Aang y Katara no perdían esa chispa que tenían cuando eran más jóvenes y siempre hallaban un momento para divertirse. Incluso cuando Bumi se largaba a llorar de forma eterna siendo apenas un bebé, y ensuciaba sus pañales al ver a Appa desplegar su gran vuelo sobre su cabeza, ellos reían abrazados, viendo la ternura que emanaba el pequeño. Que sí, se asustaba al ver la bestia gigante volando, pero era muy tierno y al final acababa riendo cuando Momo llegaba hasta él cargando todo un tazón de frutos rojos.

La diversión nunca se acabó para Aang y Katara, y el amor mucho menos. Recuerdan haber pasado fines de año en los hermosos prados del Polo Sur, cuando la cena familiar ya había llegado a su fin. Sokka se encontraba dentro del Palacio junto a Hakoda, presumiendo de todos sus trabajos, sus misiones, sus aventuras, con Malina y Suki de fieles acompañantes. Luego Toph les interrumpía golpeando la mesa y entonces contaba las "verdaderas aventuras" como Jefa de Policía, maravillando así a los más pequeños de la mesa y dando todo un espectáculo.

Mientras todos se entretenían dentro, Aang y Katara salían a pasear fuera, caminando por sobre una colina nevada tomados de las manos. Sin dudas aquella era la mejor sensación que la feliz pareja de casados, con cada uno cargando aproximadamente unos 30 años, podían vivir. Eran buenos tiempos y querían aprovecharlos al máximo. Incluso había una vieja tradición en la Tribu que dictaba que, cuando una pareja se halla bajo un muérdago, deben besarse. Al estar al aire libre, eso era imposible, pero siempre Katara sorprendía a su amado cargando en lo alto una de esas plantitas. Ambos compartían risas y luego sellaban la noche con un lindo beso.

Mientras danzaban a lo largo de aquella sala, Aang y Katara se susurraban a los oídos cosas inentendibles para cualquiera que les estuviese observando incluso a dos metros de distancia. Se sostenían firmemente uno al otro e iban de aquí hacia allá, soltando pequeños pasitos pero que iban al ritmo de la canción que sonaba de fondo.

Reían, jugaban y se divertían, tal y como siempre habían hecho.

Pero sobre todo, se amaban. El amor de Aang y Katara era insuperable de cualquier forma, y la unión que ellos siempre tuvieron, la conexión, no lograría romperla ni la muerte.

Fuera de aquel lugar, la llovizna continuaba. El cielo seguía gris, el viento corría y las hojas de los árboles, en aquel frío y desolado otoño, seguían cayendo. Dentro de aquel lugar, ellos eran felices, pues a pesar de todo estaban juntos. Siempre.

Y sin dudas disfrutaban, quizá, de su último baile...


~*~*~


Ya ha caído la noche sobre Ciudad República y en el Templo Aire de la Isla se preparan para la cena. Cuando eran más jóvenes, Aang y Katara recibían la atención de los acólitos y también una vez tuvieron a sus tres hijos. Era algo imposible cocinar, hacer la mesa, cuidar de los niños, y en cuanto sus poderes se empezaron a proyectar...

Era complicado hacer todo lo anterior y además evitar que Kya congelara a Bumi por tirarle de las trenzas, o que Tenzin no saliera volando de repente y se hiciera papilla contra el suelo. Sin embargo, una vez los tres niños fueron creciendo Katara fue tomando las tareas que las acólitas sin ningún problema hacían por ella, hasta que finalmente se ocupó de todo.

Ahora en la vejez, a Katara no le importaba hacerse cargo de la cena, por más que Aang insistía en que las acólitas no presentarían objeción a hacerlo por ella. Lo habían hecho siempre. Pero no, Katara se excusaba en que antes debía cuidar de tres niños inquietos, pero ahora esos tres niños ya no estaban allí volándoles la cabeza. Podía cocinarle a su amado y cuidar de él.

Bumi estaba viajando por el mundo junto a las Fuerzas Unidas, mientras que Kya andaba como nómada, perdida en el extenso y basto Reino Tierra. Con el paso de los años habían recibido cartas de ambos, pero no eran exactamente los más comunicativos del mundo. Era muy difícil seguirles el rastro, pero sabían dónde jamás podrían encontrarlos: en Ciudad República.

Normalmente el menor de sus hijos, Tenzin, les acompañaba, pero aquel día al parecer estaba tapado de trabajo en el Ayuntamiento, así que solo eran dos. En la situación en la que estaban, Katara incluso creía que todo se había acomodado para que así sea. Sabía bien que ella merecía pasar una noche a solas con su amado, e iba a darle todo el amor que se merecía.

-Los acólitos hoy hicieron algo divertido... en la playa.- Habla Katara tras un largo e incluso incómodo silencio. –Un castillo de arena. Luego llegaron unos lémures y recorrieron su interior. No era tan grande pero uno de ellos pudo pasar por sus túneles. Era un lémur bebé, claro.

Aang no contesta absolutamente nada. Se mantiene centrado en sus vegetales hervidos. Desde su silla, del otro lado de la mesa, Katara mira con atención a su esposo. Ha estado así desde la media-tarde, cuando debieron apagar la radio por el peligro de tormenta que se acercaba.

-El baile hoy estuvo divertido, ¿verdad? Tus pies se movieron muy bien.- Vuelve a hablar Katara, pero todo sigue igual. Soltando un suspiro, respira hondo. –Sé que estás ahí...

Tras susurrar aquello, Katara vuelve a centrarse en su plato, cuando entonces Aang levanta un poco la mirada y ve a su amada un poco más decaída. No le gusta nada verla así.

-¿A q-...? ¿A qué te refieres?- Le pregunta Aang en voz baja, apenas abriendo su boca.

-Tú... Tu verdadera esencia, sé que sigue ahí dentro, en algún punto.

Aang se mantiene en silencio y mantiene, en todo momento, su expresión de total confusión.

-Tu espíritu... Nunca permitiste que muriera, y no morirá ahora.- Le dice Katara, volviendo a mirarlo esta vez a sus apagados ojos grises. –El alegre, carismático, tontorrón, inocente, Aang que conocí aquel día en el hielo, sigue ahí... No voy a perder ese lado de ti jamás.

-Yo pronto voy a...

-Sí, lo sé.- Le interrumpe Katara, frunciendo un poco el ceño. –Pero es horrible sentir que ya estás muerto.- Dice finalmente, lagrimeando un poco. –Quisiera poder despedirme de ese lindo y divertido muchacho, y que entonces te apagues. No que te apagues, y luego despedirme.

-Katara, eso es...

-Lo sé, una tontería.- Vuelve a interrumpirlo. –Pero, yo conocí a ese otro Aang. Al verdadero. En todas esas vacaciones familiares, cuando visitábamos los grandes muros de Ba Sing Se y alzabas en tus hombros a Bumi, luego a Kya, luego a Tenzin... Le mostrabas a cada uno la ciudad. Reías con ellos al pasar junto a los Dai Li haciendo poses graciosas, luego íbamos al Lago Laogai y por un momento rompíamos las reglas y nadábamos un rato, nos salpicábamos... vivíamos.

Tras decir todo ello, Katara duda si seguir hablando, decidiendo entonces que no. Volviendo a sus vegetales, deja a Aang mirándola en silencio mientras las fuertes gotas de la lluvia de fuera golpea el vidrio de las ventanas, y el frío golpea contra las paredes queriendo entrar.

-Iba a decir que... eso es, justo.- Le dice Aang, sorprendiendo entonces a su amada. –Te di una buena vida. Intenté darle a nuestros niños una buena vida, y aunque ahora ellos estén lejos, yo los sigo amando lo suficiente como para que no deban recordarme como un viejo echado sobre un sofá que pasa sus últimas horas lamentándose por una enfermedad que nadie ni nada pudo prevenir.- Habla rápida y claramente. –Mereces tener un buen último recuerdo de mí. Lo siento.

-No, no, no está bien Aang...

-No, déjame hablar por favor. Mientras pueda, déjame hacerlo.- Le pide entonces Aang, en lo que extiende su brazo izquierdo sobre la mesa, pasando entre las botellas de agua y llegando hasta su mano. –Lamento estar haciéndome esto, y lamento muchísimo estar haciéndote esto.

Acariciando la mano de su amada, Aang sonríe hasta que logra reanimar a Katara, quien con cierta emoción le devuelve la sonrisa y toma con fuerza la mano del anciano monje. Tras ello, la cena continúa, esta vez con Aang y Katara recordando grandes momentos vividos junto a sus tres hijos. Momentos que quedarán en el recuerdo de ambos para siempre.


~*~*~


Ya habiendo acostado y arropado a su amado, Katara le sonríe en lo que se pone en pie y dirige hasta el baño para también prepararse para dormir, apagando la luz antes de encerrarse en el pequeño cuarto de aseo adjunto a la habitación. Antes de cerrar sus ojos para descansar, Aang se queda por un momento mirando hacia el techo, recordando y sintiendo mucho.

Recuerda esa vez en la que tanto él como Katara estaban alimentando a unos pequeños y muy divertidos lémures, en el ala derecha del Templo en perspectiva a su muelle. Dejaban, como cada día, las frutas dentro de una pequeña jaula con orificios a los que solo llegaban, una vez cerrada, las pequeñas garritas de los lémures, así los mayores no podrían robárselas.

-Con calma, pequeñitos, hay para todos.- Les dice Katara, riendo mientras uno le hace cosquillas al posarse sobre su hombro.

-Cariño, no son nuestros hijos. No te entienden, jaja.- Le dice Aang.

-Nuestros hijos tampoco nos entienden.- Le responde Katara, riendo junto a su amado.

-Bueno, en eso tienes razón.- Vuelve a decir Aang, en lo que terminan de dejar las frutas.

Aang y Katara ya están regresando hacia el Templo cuando entonces oyen un chapoteo sorpresivo, seguido por un bufido y un pequeño grito que apenas entienden. Siendo desde siempre ambos muy curiosos, se voltean hacia un grupo de arbustos al costado del edificio del comedor.

-¡Vamos, vamos!- Oyen una aguda voz, en lo que se van acercando lentamente.

Mirándose entre sí, los jóvenes se abren paso entre las ramas y las hojas, y entonces se quedan en absoluto silencio y en absoluta quietud cuando ven lo que ven. Frente a ellos tienen a Bumi, quien está casi al borde de un acantilado con una cantimplora entre manos, echando un chorro de agua frente a él cada tanto y haciendo movimientos bruscos con su mano libre, enfadándose.

Aang recuerda ese momento como si hubiese sido ayer. Bumi estaba intentando hacer Agua Control, y antes ya había intentado Tierra Control, Fuego, Aire... Algo quería controlar, algo quería ser. Estaba muy frustrado aquella tarde, creía que sus poderes no se habían terminado de desbloquear aún, que ya llegarían, que debía seguir intentándolo. Estaba desesperado.

Finalmente había terminado sentado en una banca, entre medio de Aang y Katara. Ambos le miraban preocupados y le acompañaban, abrazándolo por detrás e intentando animarlo de la forma que fuese, pero Bumi estaba demasiado decepcionado de sí mismo como para que algo le levantara el ánimo. Katara solo miraba a Aang, pues era él quien debía decir algo.

-¿Por qué no puedo controlar nada?- Preguntó el pequeño, mirando al suelo con tristeza.

A pesar de aquello, con el tiempo todo fue mejorando, y llegó un punto en el que Bumi comenzó a interesarse por otras cosas por fuera del control elemental. Tomando como gran héroe a su tío Sokka, vio en él a un no maestro que había llegado muy lejos tan solo con su ingenio, por lo quiso ser igual a él. Un héroe, un no maestro, y una persona orgullosa de su naturaleza.

Poco antes de que Tenzin llegara a la familia, Bumi y Aang eran muy unidos. Jugaban juntos todo el tiempo, leían libros, alimentaban a los bisontes, salían a pasear en Appa... El cariño que Aang tenía con sus hijos era por igual, pero al ser Bumi su primogénito y, además, un varón, el contacto con él era más fácil y más ameno que con la dulce Kya.

Aang y Bumi sabían muy bien cómo divertirse, y no importaba cómo estuviese el día fuera, cuando no podían salir a jugar con los bisontes o los lémures, formaban toda una fiesta dentro de la casa, lo que a veces desesperaba a Katara pero que finalmente hasta le hacía reír. Hubo un día en el que Aang tomó su viejo cuerno tsungi y, con un par de lentes, ofreció junto a Bumi todo un espectáculo para las dos damas de la casa, quienes claro les aplaudieron con fervor.

La relación con Kya cambiaba a como lo era con Bumi. Aang supo desde el principio que con una niña las cosas serían diferentes. No hay nada mejor que saber que debes dar, decir y ofrecer lo justo y necesario cuando se trata de una hija mujer. No es que Aang le mantuviera corta en cada cosa que pedía o quería hacer, pero sí le demostraba que existían los límites.

A pesar de ello, Aang nunca privó a Kya de su libertad. Recuerda caminar junto a ella por los más hermosos y verdes prados de una Isla del Templo del Aire no tan cubierta por edificaciones, saltar junto a ella y hacerla volar por los aires. Como último momento de una tarde a solas, Aang sentaba a Kya frente a él en lo alto de una colina y, rodeado de flores, le hacía una trenza.

Kya había aprendido desde pequeña que la libertad y el amor no suelen ir de la mano, no es que por obtener una cosa, de inmediato obtendrás la otra, y sabía bien que a veces una de estas puede hacer que la plenitud de la otra peligre. Aang le enseñó a ser libre como cualquier otro Maestro Aire, a tener esperanza, a creer en las personas, a sonreír, bailar, cantar, dibujar...

Eso sí, también había momentos distintos, momentos que no sonaban tan divertidos pero que de alguna forma sirvieron para que la confianza entre Aang y Kya aumentara, a tal punto de que algún día durante la juventud de Kya, la misma le confesaría en secreto a su padre sus gustos más internos... Años más tarde, cuando Kya se marchó y envió aquella carta, mientras Tenzin la leía a sus padres, dos en aquel círculo no tenían idea de que el mismísimo Avatar ya sabía todo aquello, y que cuando lo supo, no hizo más que apoyar y estar orgulloso de ella.

Una noche, cuando Kya tenía unos nueve años, no pudo dormir y por ello se quedó mirando por la ventana hacia Ciudad República. Las luces de la ciudad brillaban en todo su esplendor, pero más allá de sorprenderla, asustaban a Kya. La jovencita sabía bien por qué estaba así. Su padre aún no había vuelto a casa. Se había ido temprano a ayudar a tía Toph con un sujeto raro.

Cuando Aang regresó a casa, Kya decidió saltar de la cama y correr hacia los pasillos, recibiendo a su padre y abrazándolo con fuerza. Ese fue el día en el que Aang ayudó a Toph con el arresto y el posterior juicio a Yakone, con el enfrentamiento en las calles y la toma final de su poder. Aang estaba exhausto, pero no podía negarse al amor de su pequeña.

Recuerda bien lo que le dijo.

"Tú eres quien debe proteger al mundo. Pero, ¿papá? ¿Quién te protege a ti?"

Ese fue el momento exacto en el que a Aang se le rompió el corazón. Su pequeña flor estaba en verdad muy preocupado por él, y le había hecho una pregunta que, en verdad, no sabía cómo responder. Recuerda tan solo haberle sonreído y haberla abrazado fuerte, dándole las gracias por haberse quedado despierta esperando a por él y acompañándola hasta su cama.

Y por último, estaba su pequeño y dulce Tenzin. Su tercer y último hijo y quien le había alegrado de una forma inexplicable al ser Maestro Aire. Con Tenzin todo fue distinto a con Bumi o con Kya. Aang se sentía en casa, se sentía con su gente de nuevo, y se emocionaba cada vez que aquel niño hacía algún avance con sus habilidades, incluso cuando aprendió la técnica de las pelotillas.

Aang veía en Tenzin a sus amigos, a sus maestros, a Gyatso, pero se veía a él... Siendo un niño y aprendiendo en el Templo Aire del Sur rodeado de su gente, estando en su hogar. Ahora Aang tenía un nuevo hogar, y sin dudas amaba hacer Aire Control por diversión junto al pequeño en los valles del Templo Aire de la Isla. Sin dudas no había nada que le hiciera sentir más pleno.

Finalmente Katara regresa del baño y se recuesta junto a su amado, besando su mejilla con mucho cariño, tal y como cada día, y así deseándole buenas noches. La luz se apaga.


~*~*~

Nota: Y aquí está la primera parte de un capítulo doble muy especial, en el que nos toca despedir a un personaje más y al que podríamos considerar como el eje de toda la historia. Mañana domingo 11 de noviembre no se pierdan la segunda parte de este día a día de nuestro querido Aang y de nuestra querida Katara. Espero ver sus votos en apoyo a la historia, y si gustan comentar y compartir la historia, sería genial. Gracias por las más de 12 mil lecturas y los casi 700 votos :D -Nico.

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