S T R A N G E © [Parte 1 y Pa...

By Alexdigomas

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¿Qué harías si una noche encuentras a un chico semi desnudo y cubierto de sangre en tu patio? ¿Qué harías si... More

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Hello Stranger (?)
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Epílogo
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Nota Importante
Extra #1
STRANGE - SEGUNDA PARTE
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56 - Parte 1
56 - Parte 2
56 - Parte 3
Explicación
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By Alexdigomas


Hay algo en donde parece no haber nada

Me dio algo parecido a un ataque de histeria.

Entré a la casa grande, subí a mi habitación y empecé a caminar de un lado a otro, furiosa. Esa era mi manera de reaccionar ante algo que me desequilibraba emocionalmente: con enojo hacia mí misma. Ahora estaba frustrada, confundida, desesperada. Las manos incluso me temblaban por la brusquedad del recuerdo.

Ax no se parecía ni un poco a Jaden, claro que no, porque Ax era un desconocido al que solo ayudaba para sentir que aún podía relacionarme a mi padre. Bueno... eso era lo que solía asegurarme, pero todo aquello estaba tomando rutas más escabrosas. Además, papá estaba muerto por más que quisiera cambiarlo, y aunque me lo negara, el contacto con Ax sí resultaba muy familiar.

Y ni siquiera se trataba únicamente de eso. Seguía pensando que conocía a Ax por otras razones... algo que no lograba determinar... ¿o recordar?

¡Maldición!

Pateé el puff que había junto a la cama y luego me tiré en ella, derrotada. Habría dado la vida por tener a papá allí. Habría hecho un pacto con cualquier demonio para escucharlo, porque él me habría dicho qué hacer, en dónde buscar, cómo encontrar lo que había perdido.

—Papá, no recuerdo haber venido a este lugar.

—Viniste, pero eras mucho más pequeña.

—¿A qué edad?

—Nueve, quizás.

—¿Por qué no puedo acordarme? A veces ni siquiera recuerdo lo que comí en la cena...

—No lo sé, Mack, pero un relato griego que leí una vez dice que para que entren nuevos conocimientos, hay que empujar los viejos. Quizás sabes tantas cosas que las menos importantes desaparecen...

Las palabras se desvanecieron en la oscuridad de la habitación. No lograba recordar en qué momento tuvimos esa conversación, si antes de enfermarse o después. Habíamos ido a algún lugar, pero tampoco recordaba cuál. Intenté encontrarlo. Traté de formar la imagen de nosotros ese día, hablando, en ese sitio, ¿qué edad? ¿qué hora? ¿qué fecha? ¿qué aspecto teníamos?

Nada.

Volví a intentarlo durante mucho rato. Ni siquiera me di cuenta de que me quedé dormida hasta que un estrepitoso trueno, que crujió de tal manera como si hubiera partido el cielo en dos, me despertó. Los cristales de las ventanas repiqueteaban por la lluvia. De nuevo era gruesa, furiosa, helada.

Me incorporé en la cama, algo desorientada. Había tenido un sueño con mi padre. Él estaba en su despacho y me pedía que le llevara un café. ¿Lo raro en ese sueño? Mi padre jamás me había pedido tal cosa porque él nunca me dejó entrar a su despacho. Aquel era su santuario, su lugar de trabajo y reflexión, y si alguien se atrevía siquiera a husmear, solía enojarse bastante.

Me levanté y salí de la habitación. Avancé por el solitario pasillo decorado con cuadros de pintores contemporáneos. Se me antojó tenebroso. El silencio era denso, casi fúnebre. No se percibía más que un frío de abandono, como si mamá y yo, las únicas personas que caminaban diariamente por aquel suelo, fuéramos solo fantasmas habitando un lugar que no nos pertenecía.

Ni siquiera había un rastro, un olor, una chispa. Estábamos ahí por estar. Dormíamos ahí por dormir. No sentíamos que fuera un hogar. Quizás antes tampoco lo fue, pero con papá vivo, las cosas eran más sencillas. Él reía y todo se iluminaba, yo me iluminaba.

Seguí mi impulso. En ese piso solo había habitaciones, así que tuve que subir al tercero para llegar a donde de repente se me había ocurrido ir: el despacho. Era una puerta al fondo del pasillo. La puerta prohibida. Mi curiosidad hacia ese lugar siempre fue mínima, pero ahora necesitaba conocerlo.

Entré y cerré detrás de mí. Estaba oscuro, así que busqué el interruptor. En cuanto encendí la luz, fue menos de lo que esperaba. Era un despacho normal: escritorio, estantes con libros, un globo terráqueo en una esquina, algunos cuadros y más estantes con papeles y carpetas. El ventanal que dejaba ver gran parte del patio, no tenía cortina y la lluvia azotaba el cristal como espectros que exigían entrar.

Me paseé con cuidado por la estancia. Ya nada olía a él. No se percibía su perfume ni su esencia, sino un fastidioso hedor a encierro y olvido. Me senté en la que había sido su silla y con mi mano aparté las partículas de polvo que se levantaron. Luego me quedé un momento ahí sentada, frente al escritorio, haciendo nada, como buscando consuelo en un sitio viejo y sucio.

Abrí una que otra gaveta y jugué con los lapiceros, los sobres, con un pequeño bloc de notas amarillo que tenía escrito un viejo recordatorio: 14 de marzo por CNN. 6:00 pm, y después coloqué todo en su lugar. Pasé a abrir el último cajón y dentro de ella encontré una laptop. Se la había visto un par de veces a papá, aunque no era la que usaba todo el tiempo. La personal se la había quedado Eleanor.

Husmeé de todas maneras. Conecté el cargador al tomacorriente y cuando pude encenderla apareció una foto de ambos de fondo de pantalla. Él y yo, sonriendo en el zoológico.

Se me formó un nudo en la garganta. Siempre había pensado que nos parecíamos. Su cabello era oscuro y liso como el mío. Sus ojos eran amables, cargados de conocimientos y experiencias. Fue un hombre alto, sencillo, con una sonrisa encantadora a la que nadie podía negarse. Parecía injusto que muriera a los cuarenta y seis años.

Admiré la foto durante un rato hasta que algo llamó mi atención. Unos treinta accesos directos llenaban la parte izquierda en el escritorio, y entre esos había una carpeta llamada: STRANGE.

Hice doble clic sobre ella y emergió una ventana. Pedía una contraseña de seis dígitos. Me pareció de lo más extraño. Revisé el resto de las carpetas y encontré cosas bastante normales: informes sobre sus clases en la universidad, horarios, programas, tareas para sus alumnos y fotografías familiares.

Esa era la única carpeta bloqueada.

Se me ocurrió que podía tener pornografía. Es decir, no era ajena a que los adultos caían en esas cosas. Papá era respetable, pero un hombre a fin de cuentas, de modo que abrí el navegador y revisé el historial para saber si mis suposiciones eran ciertas.

Pero no había registro de páginas de ese tipo. La última búsqueda de papá en su laptop había sido su correo electrónico. Cliqueé en el link que llevaba a GMAIL. Cuando cargó, descubrí que abría la sesión automáticamente. No había mensajes en su bandeja de entrada, ni uno solo. El único mensaje aparecía con un "1" en la bandeja de salida. Lo abrí. El email decía:

209.9824 u

Estuve a punto de googlearlo, pero mi teléfono sonó y me sobresalté como si me hubieran pillado haciendo algo muy malo. Atendí. Era Nolan. Me dijo que acababa de ver mi mensaje y me pidió que le explicara por qué Dan había ido a mi casa. Le conté todo con lujo de detalles y culminamos en que lo hablaríamos mejor mañana porque ya era tarde y, por las lluvias, las carreteras no eran seguras a esas horas como para que él viniera.

Apenas colgué me sentí extrañamente exhausta, así que tomé aire y le saqué una foto al mensaje con los números extraños. Después apagué la laptop y la devolví a su lugar. No obstante, antes de cerrar la gaveta, la idea flotó por mi mente. ¿Y si...? Lo pensé un poco hasta que lo decidí. Tomé la laptop y salí del despacho con cuidado como si alguien fuera a escucharme.

Ya en el pasillo, justo antes de bajar las escaleras, me detuve en seco.

Alguien venía.

Una sombra se deslizó por la pared. El corazón me latió rapidísimo al recordar que era la única que estaba en la casa. Di un paso hacia atrás, asustada...

Pero era Ax.

Apareció y me observó desde el último escalón, tranquilo, neutral. Tenía los hombros mojados y el cabello húmedo en algunos mechones por haber pasado el patio. Me pareció que entreabrió los labios con toda la intención de decirme algo, así que bajé un peldaño. El susto se transformó en un ligero entusiasmo. Esperé que las palabras brotaran de su boca, que formara una oración completa y, por primera vez, se expresara sin copiar algo más.

En realidad no supe exactamente qué quería que dijera. Tampoco entendí por qué mi corazón latió con ansias al verlo abajo, contemplándome con interés. Fue una buena sensación. Tuve la impresión de que oiría algo importante, algo sobre lo que había sucedido en la casita de la piscina, quizás algo sobre él... Entonces habló:

—Tengo hambre.

Y solo quise lanzarle la laptop en la cara.

***

Bajamos a la cocina y nos quedamos ahí mientras yo preparaba macarrones con queso. A Ax le gustaban más los sándwiches, pero siempre tenía que hacer más de seis para que quedara casi satisfecho. Ya necesitaba platos más grandes y cargados para que no le dieran ataques de hambre repentinos.

Él se había sentado frente a la isla a mirar la televisión. Estaba muy concentrado haciendo zapping. Eran alrededor de las 2:00 a.m. El sonido de los programas, agua hirviendo y unos que otros truenos, acompañaban la madrugada.

En cierto punto Ax dejó un solo canal y observó la pantalla con el ceño fruncido. Cuando giré la cabeza para saber qué lo había intrigado, se trataba de la escena de una película en la que un hombre y una mujer se besaban.

—¿Qué es? —preguntó Ax sin dejar de contemplar la escena.

Alterné la vista entre la olla con los macarrones y él. Era sorprendente todas las cosas que no conocía. Admití que en algún momento pensé que fingía, pero el desconcierto y la curiosidad en su rostro eran genuinos. A veces una cosa lo intrigaba, otra lo fascinaba, unas cuantas no le agradaban.

En este momento estaba confundido. Veía la escena como si no lo entendiera en lo absoluto.

—¿Cómo que no sabes qué es? Es un beso —le respondí, extrañada—. Se están besando. ¿Nunca has visto a nadie besarse?

—¿Para qué sirve? —volvió a preguntar él.

Dejé de mover los macarrones, hice la paleta a un lado y pasé a cortar el queso cheddar en trozos. En ningún momento de mi vida esperé encontrarme allí, en mi cocina, explicándole las relaciones físicas a alguien que no fuera un niño.

—Bueno, lo haces con tu novia o novio para demostrar afecto —contesté, tratando de sonar lo más clara posible.

Ax pareció más intrigado aún. No dejaba de ver la pantalla pero era como si demasiadas cosas intentaran adquirir sentido para él, pero no lo consiguieran.

—¿Qué es novia o novio? —preguntó esa vez.

—Es, uhm, una persona con la que pasas casi todo el tiempo —expliqué con simpleza.

Entonces, su mirada se dirigió lentamente desde la televisión hacia mí y la fijó con tanta insistencia que entendí a la perfección lo que quería decir.

Un cuadrito de queso me salió cortado de manera extraña.

—¡Ah, no! —aclaré, riendo, y la risa me sonó algo nerviosa—. Tú y yo pasamos mucho tiempo juntos, pero no somos novios. Los novios se gustan y se besan. Esa es la diferencia. Tú y yo somos... —Carraspeé la garganta—. Somos amigos. Ya Nolan te explicó lo que es ser amigos, ¿no?

Ax pensó un momento.

—Pero... —dudó. Intentó decir otra cosa, pero después de abrirla y cerrarla como si supiera las letras pero no consiguiera emitirlas, cerró la boca.

A veces lo entendía. No saber algo era casi igual a no recordarlo. Si yo me frustraba un montón cuando no conseguía recordar, imaginaba cuanto estrés debía de producirle a él no comprender algo o expresarse.

Y también era un poco raro, porque yo no era la persona más paciente del mundo, pero con él conseguía serlo.

—Mira, te lo diré con ejemplos —suspiré. Él se reacomodó en el taburete, interesado. Los ejemplos eran métodos más fáciles de hacerle entender ciertas cosas—. A una novia o un novio lo amas de una manera romántica. A un amigo lo amas de una manera fraternal. Los besos sirven para demostrarle a alguien que lo quieres, pero hay distintas maneras de querer. Ejemplo: amo a Nolan como a un hermano y con él no me besaría así como vez ahí. —Señalé la pantalla con el cuchillo. Los actores se besaban entre jadeos—. Nos damos un toquecito en los labios en un gesto casi de costumbre y significa que nos tenemos cariño fraternal. Ahora, amo a Michael Fassbender de manera romántica y con él sí que me besaría de esa forma. ¿Entiendes?

—¿Michael Fassbender? —inquirió como si tratara de ubicarlo en todo lo que le habíamos enseñado, pero la búsqueda no diera resultados.

Solté una risa.

—Es un actor, podemos ver una de sus películas si quieres.

Ax asintió con la cabeza y volvió la atención al televisor. La pareja se besaba con más efusividad, y el tipo ya estaba tratando de quitarle la ropa. Él contemplaba todo con interés, pero al mismo tiempo como si fuera otra cosa que debiera aprender.

—No es posible que no sepas nada de esto —comenté—. A tu edad claro que debes saberlo.

El actor apartó los labios de la mujer y se lanzó con todo. Entre besos le arrancó el pantalón. El resto fueron escenas en donde simulaban tener sexo. Pensé en quitarle el control a Ax para cambiar el canal, pero de nuevo su expresión fue de total confusión. Hundió las cejas como si no entendiera por qué ahora estaban uno arriba del otro actuando de manera tan salvaje. El rostro de la protagonista era una expresión de delicioso dolor.

—¿Qué es? —preguntó Ax, alternando la vista entre la pantalla y yo.

—Están teniendo sexo —solté sin más, como mi madre me lo había revelado a mí.

Quizás fue por lo extraño de estar explicándole a un chico de veinte años lo que era aquello, pero en cuanto corté el último cuadro de queso también rocé el filo del cuchillo con mi pulgar. Fue un corte muy pequeño, apenas una línea, pero me ardió demasiado.

Emití un quejido y me presioné el dedo en un gesto inconsciente. Observé los delicados y brillantes puntitos de sangre que aparecieron. Me giré para poner el pulgar debajo del grifo, pero entonces me topé con Ax.

No supe en qué momento se movió, pero ahora estaba frente a mí. Lo curioso era que observaba con fijeza el dedo que me había cortado. ¿Por qué? Ni idea, pero di un par de pasos hacia atrás para apartarme. Al mismo tiempo, Ax avanzó, embelesado. Extrañada, di otros, pero mi espalda chocó con la encimera y no hubo más hacia donde retroceder.

—Ax, ¿qué...? —solté, pero sus ojos seguían afincados en mi minúscula herida.

Se detuvo muy cerca, tanto que tuve que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo. Alcancé a escuchar su acompasada respiración. Su pecho desnudo y plagado de cicatrices se movía al mismo ritmo. Podía incluso sentir el intenso calor que emanaba su piel. Me pregunté si era siempre así. ¿Por qué no lo había notado antes? ¿Y por qué ahora notaba otras cosas? Como que tenía los labios entreabiertos y percibía su aliento natural y fresco; como que era más alto que yo de una forma admirable; o como que su cercanía empezó a producirme una poderosa y peligrosa sensación.

Ax colocó una mano detrás de mí, sobre la encimera, y me acorraló. Fue tan desprevenido que una corriente de nerviosismo me aceleró los latidos. Quise decir algo, pero no lo conseguí. En momentos así no podía ignorar lo atractivo que era. Desconocido, extraño, envuelto en un aire de problemas y riesgos, seguía siendo un misterio que provocaba descubrir. Y en esa posición mis diecisiete años palpitaban con fuerza. Por más que tratara de centrarme, de verlo todo de una manera objetiva, mis ojos adolescentes se encontraban con aquel chico sin camisa, bien formado, guapo de una manera inusual y algo se removía en mí.

Durante un instante incluso creí que estábamos así por lo mismo que los chicos normales se acercaban a las chicas, pero en realidad toda su atención recaía sobre mi pequeña herida. Apenas me di cuenta, traté de apartarme, pero él me lo impidió.

Ax cogió mi muñeca, deteniéndome. Su mano la envolvió con una firmeza que me heló. Fue un movimiento repentino y brusco, pero no me retiré. Una poderosa sensación entre temor, intriga y fascinación me dejó inmóvil. Eso era nuevo. Era una nueva reacción de su parte.

Pero ¿qué estaba haciendo?

¿Qué quería hacer?

¿Y por qué demonios se lo permitía?

De igual modo esperé, intrigada. Entonces él acercó mi mano a su rostro y cuando mi corazón parecía a punto de colapsar, hizo que mi pulgar acariciara su labio inferior. Fue un contacto suave que dejó un pequeño rastro de sangre en su boca. Después soltó mi mano y se relamió los labios con lentitud. En ningún momento me miró de verdad. Sus ojos estaban fijos en mí, pero concentrados en algún pensamiento.

Lo que pasó por su cabeza al momento de probar la sangre debió de ser confuso, porque primero lució perdido, luego analítico y finalmente un tanto asombrado. Le quedó un pequeñísimo rastro de sangre cerca de la comisura, algo mínimo que solo era posible ver estando tan cerca. Tal vez era una locura, pero quise limpiárselo, quise volver a sentir cómo ardían sus labios.

Pero si lo hacía, ¿cómo reaccionaría?

Claramente aquel gesto no significaba lo mismo para mí que para él. Vaya a saber qué rayos pretendía él al probar la sangre de mi herida. En Ax nada era común ni normal. Podía ser uno de sus extraños comportamientos para reconocer el mundo, o podía ser nada. De lo que estaba segura era de que él no experimentó lo mismo que yo.

Su corazón no palpitaba a mil como el mío.

Sus sentidos no trabajaban el doble para detallar hasta la más pequeña imperfección de mi rostro, como lo hacía yo.

No estaba nervioso por la cercanía.

No quería que volviera a tocarle.

¿O sí?

Entreabrí la boca para preguntárselo, incluso me incliné un poco hacia adelante como si deseara explorar cuáles eran los límites de nuestra cercanía...

Hasta que sonaron unos pitidos y Ax giró la cabeza en un gesto violento y curioso. Solté el aire que había estado conteniendo. Era el sistema de seguridad de la casa que avisaba cuándo se abría la verja de entrada. No me asusté. Para que se abriera debía de ser alguien conocido que tuviera el acceso requerido: contraseña, llaves o control remoto. Así que le indiqué que no se moviera de ahí y fui a chequear si era que Eleanor regresaba antes de lo que había asegurado.

Entré y miré las pantallas de las cámaras de seguridad. Como era tan tarde y todo estaba oscuro y lluvioso, habían pasado a modo nocturno. Las imágenes eran verdes e inquietantes, como si fueran escenas de películas de terror. Igual chequeé. La puerta de entrada, el patio y los muros que rodeaban la casa se veía bastante tranquilos y en orden.

Sin embargo, en una de las pantallas, la verja se deslizaba hacia un lado. ¿Lo raro? No había un auto. No había nadie entrando. Entonces, ¿por qué demonios se abría?

Apoyé las manos en la mesa que sostenía el sistema y me incliné hacia adelante como quien observaba algo con una lupa. Una mala sensación me abordó. Me quedé mirando fijamente la imagen en la pantalla. Entorné los ojos y por un mínimo, quizás demasiado pequeño momento, me pareció avistar un reflejo deslizarse hacia el interior.

El reflejo de una persona.

En ese momento sí me asusté. Salí disparada fuera del cuarto de seguridad y a partir de allí las cosas sucedieron con una rapidez abrumadora:

Entré agitada a la cocina, pero antes de poder avisarle a Ax que algo extraño sucedía, alguien me jaló y me cubrió la boca con fuerza. Abrí los ojos de par en par y solté un grito que se ahogó por la presión de la palma. No tardé ni un segundo en comenzar a forcejear para que me soltaran. Ax ni siquiera estaba por ningún lado y eso me causó un miedo que reflejé con agresividad. Manoteé y pateé con toda mi energía. Enterré las uñas en las manos del desconocido hasta que en un momento las reconocí.

Era él. Quien me sostenía era Ax. Pero ¿por qué? Miró hacia todos lados, alerta, cauteloso. Sentí una corriente de inquietud porque eso solo significaba que percibía peligro. ¡¿Qué carajos estaba sucediendo?! La sospecha y un montón de muy malas suposiciones me causaron un escalofrío, sin embargo, la situación empeoró. Un golpe seco y potente como si hubieran derrumbado la puerta de entrada, me hizo sobresaltarme entre el cuerpo de Ax.

Y justo en ese momento se cortó la luz.

El televisor destelló apenas se apagó. Las bombillas parpadearon un segundo y luego dejaron de funcionar. El bajón de electricidad causó un sonido agudo y todo se sumió en una profunda e inquietante oscuridad.

Ax comenzó a moverse y me arrastró con él. Miré el espacio en el que se conectaba el pasillo con la entrada de la cocina. De pronto, el círculo de luz de una linterna me advirtió que alguien se aproximaba. Como si no fuera poco, unos pasos resonaron en el suelo de mármol y una corriente de temor me heló las manos.

No entendí nada. Una puerta se abrió detrás de nosotros con sumo cuidado y entre la confusión logré entender que era la puerta de la alacena. Al mismo tiempo que nos escondíamos en su interior, la luz de la linterna que alguien sostenía se hizo más intensa.

Ax cerró la puerta delante de mí, me giró por los hombros hasta que quedamos frente a frente y luego me acorraló contra ella. Apoyó una mano en la madera y se inclinó un poco hacia mi rostro. Ahí, con esa mínima y claustrofóbica cercanía, me miró a los ojos y se llevó un dedo a los labios para indicarme que no hiciera ningún ruido. Fue el mismo gesto de "shh" que yo le hice el día que queríamos evitar que mamá nos viera.

Ok, hice silencio.

La luz de la extraña linterna se deslizó como un rastreo por debajo de la puerta, justo bajo mis pies descalzos. Los pasos se oyeron más cerca hasta que entendí que no eran de una persona sino de varias.

Mierda. Unos desconocidos acababan de entrar en mi cocina. Y eran peligrosos. El rostro y la postura de Ax me lo confirmaban. Estábamos tan pegados el uno al otro que podía ser incómodo, pero no lo era. De alguna forma me sentí... protegida. Además, hubo algo en sus ojos que de repente me hizo creer ciegamente en él. Era como si supiera qué hacer, cómo actuar. Era como si esos problemas para expresarse o esas dudas sobre ciertos aspectos humanos, no existieran. En él estaba estampada la determinación fiera de una persona dispuesta a defenderse a toda costa.

Y lo peor fue que los ojos que con normalidad parecían vacíos, se llenaron de algo nuevo. Fue como si de eso se tratara todo, como si en ese instante él viviera y su único objetivo fuera evitar que nos encontraran.

Traté de respirar lo más calmada posible. No me moví ni un centímetro. Permanecí muy rígida porque de algún modo sabía que si me relajaba aunque fuera un poco notarían nuestra presencia. Así que esperé. De la misma forma que Ax, en silencio y con precaución, esperé a que sucediera lo que fuera.

Empecé a escuchar muchos ruidos: cosas que se movían, que se arrastraban, que se caían o que quizás arrojaban. Las personas se movieron de un lado a otro por un buen rato hasta que dejaron la cocina, sin embargo, Ax no me indicó que ya era seguro. Su cabeza giró hacia los lados y luego hacia arriba. Sus ojos se movieron en distintas direcciones como si siguiera algo que flotaba con lentitud sobre nosotros y solo él pudiera ver. Tuve la impresión de que podía escuchar cada paso de las personas que se habían metido a la casa, y que a pesar de que yo no los oía ellos seguían ahí en alguna parte.

Después de lo que me pareció un rato eterno, él miró el vacío por un instante, no con distracción, sino muy concentrado en algo... Quizás, ¿en los sonidos? No había manera de saberlo. Esperé alguna indicación de su parte hasta que dio un paso adelante, abrió la puerta y salió. Todavía había una chispa precavida en sus ojos, pero ya no se escuchaban los pasos, de hecho, no se escuchaba nada más que la lluvia.

Ax salió de inmediato al pasillo y yo le seguí. Cuando lo atravesamos y llegamos al vestíbulo principal que también daba a la sala de estar y a la entrada de la casa, contemplamos lo que las personas habían hecho.

No era un total desastre, pero muchas cosas no estaban en su sitio. La puerta de entrada estaba abierta de par en par y tenía un enorme agujero en donde debía ir la cerradura. Un gran charco de agua se extendía desde allí hasta el interior. Afuera, la lluvia golpeaba el suelo con salvajismo, produciendo ese ruido característico de una tormenta. Como toque final había un montón de huellas de zapato marcadas en el suelo de mármol, formadas por tierra húmeda.

Entonces no lo dudé:

Claro que habían entrado a buscar algo.

Quienes lo hicieron eran personas peligrosas y Ax lo supo desde el principio. No tenía ni idea de qué habrían hecho con nosotros de vernos, si nos habrían lastimado o no, pero tenía la punzante sensación de él nos había salvado a ambos.

La pregunta era: ¿de qué?

----

Hola, strangers!

Aquí Alex su humilde y rara autora. ¿Qué tal el capítulo? Espero que les haya gustado tanto como a mí. A mí me encantó, en verdad, porque Mack descubrió algo, ella y Ax tuvieron un momento (no se preocupen, habrá más) y ya iremos encajando las piezas.

En el próximo capítulo sucede algo que revela una enorme parte de este lío y ya estoy muy emocionada de que lo lean...

Por eso aquí les voy a dejar cómo empieza:

14

Al mismo tiempo que regresó la luz, Ax cayó con las rodillas y las palmas contra el suelo.

Me apresuré a ayudarlo a levantarse, pero apenas enderezó una pierna volvió a desplomarse como si no le funcionaran por completo. A gatas, sus brazos temblaron y las venas brotaron en tensión. Reuní mucha fuerza y lo enderecé hasta ponerlo de rodillas.

Empleé todo mi peso para sostenerlo. Algo no estaba bien en él. Sus parpadeos eran lentos. Su piel caliente estaba fría. Por un instante ni siquiera supe cómo actuar.

—Ax, ¿qué pasa? —solté, inclinada frente a él. Sostuve su rostro con mis manos, pero su cabeza se tambaleó con debilidad. Dios santo, estaba más pálido de lo normal. Parecía como... como si de pronto perdiera toda la energía. Pero empeoró. Un súbito hilillo de sangre asomó por el orificio de su oreja—. ¡Ax, dime algo, por favor! ¿Qué sientes? ¿Qué debo hacer? —le exigí, tan nerviosa que incluso yo temblé.

Entonces habló...


Nos leemos en el próximo.

Besos misteriosos,

Alex.

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