Reventó cerebros de los abusivos empleados. Resquebrajó las paredes. Quebró cristales. Hizo que los soldados murieran por derrames cerebrales, por shocks, por miedos que causaban infartos. Hizo estallar ojos. Quebró huesos. Incitó al suicidio.

Fue una matanza brutal, sin piedad.

Ella llegó incluso a la sala principal de reuniones en donde estaban congregados la mayoría de los socios secundarios, personas que llevaban muchísimos años ocupando ese puesto, tal vez desde que los individuos eran pequeños.

Estaban atendiendo la emergencia del mellizo que había escapado, cuando las puertas se abrieron de par en par.

Los socios solo pudieron girar la cabeza para verla parada allí con su bata azul, la maraña de cabello oscuro y el cuerpo delgado, porque un segundo después ella les reventó el cráneo a cada uno.

La sangre salió de las cuencas de sus ojos, de los orificios de sus orejas, de sus bocas. La gran mesa alrededor de la que habían estado sentados quedó empapada y las paredes salpicadas, creándose así el escenario más grotesco que jamás lograría armar ni siquiera el asesino más creativo del mundo.

Ella lo destruyó todo.

Hubo disparos, alarmas, gritos, súplicas, caos, pero no dejó ni un empleado vivo. Ni la más pequeña habitación en pie. Hizo explotar las tuberías que transportaban la calefacción y con un incendio imposible de ser apagado derrumbó entero el complejo de edificios que conformaban aquella gran corporación.

La chica número dos acabó con aquel lugar en dónde, desde bebés, habían sido encerrados y manipulados.

Y ese fue el día que MANTIS dejó de existir.

Luego de haberlo destruido todo, la realidad volvió a torcerse, a deslizarse con una velocidad parpadeante entre distintos sitios.

Una carretera, autos, luces, el pueblo. Todo pasando muy rápido.

Hasta que cayó de nuevo. Godric volvió a verse de pie. O a ver los pies de la chica. Solo que, esa vez, el lugar era diferente:

Era la habitación del hospital en el que se encontraba Mack, luego del accidente con Jaden.

Como tenía una contusión debido al golpe, la adolescente Mack estaba dormida sobre la camilla. El pitido de sus signos vitales era estable. La noche oscura y sin estrellas se veía a través de una ventana cuya cortina ondeaba por la suave y fría brisa.

Godric vio (siempre desde la perspectiva en primera persona) cómo la chica se acercó a la camilla. Percibió los pensamientos de ella a medida que daba los pasos:

La rabia que le causaba el ver a Mack con rasguños y moretones; la debilidad propia del cariño; la preocupación por su vida; el fuerte sentimiento de protección; la tristeza de un amor que se había gestado en la distancia, en el silencio, en la desolación. Un amor que iba más allá de cualquier concepto conocido y que al mismo tiempo los mezclaba todos. Tan puro, tan profundo, tan incomprensible para la egoísta humanidad.

Si Mack estuvo sola, ella siempre lo vio.

Si Mack estuvo enferma, ella siempre lo vio.

Si Mack estuvo triste, ella siempre lo vio.

Si Mack se sintió abandonada por sus padres, ella siempre lo vio.

Torció realidades para que Mack fuera feliz. Apartó peligros para que sus caminos fueran seguros. Alejó cualquier riesgo para que Mack nunca temiera perder. Hizo lo que un ángel de la guarda haría. Siempre la acompañó.

Pero, en especial, Mack siempre la acompañó a ella.

Nadie jamás iba a entenderlo. Nadie iba a entender cómo cuando todo estuvo oscuro para la chica número dos, esa niña llamada Mack que vivía en la parte de arriba de la mansión, fue la única luz.

S T R A N G E © [Parte 1 y Parte 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora