Igual no podía enfocarse en encontrarlo. Ya estaba sangrando mucho. Sus pantalones estaban manchados y la sangre corría por sus pies, densa, muy roja, y por desgracia número siete no había cambiado ni un poco. Seguía tratando de destrozar la oscuridad para atraparlo.

¡¿Por qué no funcionaba?!

Se esforzó todo lo que pudo con la esperanza de que darle tiempo sirviera para algo, pero en cierto momento, ya rodeado por un charco, Ax no logró sostener más el muro. Se desvaneció, y él no pudo evitar que número siete se le abalanzara. Nada más tuvo tiempo de sacarse el trozo de cristal que había enterrado hasta el fondo de la herida, y cayó por la debilidad de sus piernas y la desorientación de sus sentidos, sentado al suelo sobre su propia sangre, apoyado de una de sus manos.

Vio venir las manos de número siete, listas para tomarlo del cuello y rompérselo porque había agotado su energía y era el momento perfecto para derrotarlo. De todas formas, dispuesto hasta el último aliento, quiso interponer su única mano libre para tratar de evitar cualquier cosa. 

Así que cerró los ojos con fuerza en caso de que eso le ayudara a crear algún campo de protección, solo que nada se levantaba de la oscuridad porque no podía crearlo, porque no podía usar la oscuridad por su falta de energía, porque toda esa sangre perdida le estaba haciendo perder la consciencia e incluso su visión era borrosa y confusa, de modo que tal vez solo tenía que esperar el dolor...

No llegó.

Ax abrió los ojos y se encontró con que las manos sucias y hechas garras de número siete se habían detenido a centímetros de su cuello, como si una fuerza invisible le hubiera lanzado un lazo para impedir que avanzara más. Le vio delante de él con los ojos bien abiertos del pasmo y los dientes apretados, a punto de ahorcarlo, pero en un estado de parálisis.

Entonces, sucedió primero a una velocidad lenta y misteriosa. La sangre que formaba el charco debajo de Ax se deslizó hacia número siete. Y luego, a una velocidad impresionante, el líquido se elevó en largas líneas hacia una de las manos inmovilizadas. Ambos presenciaron con perplejidad cómo la sangre rodeó los dedos, la palma, el dorso y el antebrazo hasta el inicio del codo para formar una especie de guante que se solidificó tras unos segundos como si fuera una tela.

De forma inesperada, ese brazo le dio un puñetazo a número siete que le lanzó hacia atrás, lejos de Ax en dos mensajes claros:

Uno: «No te le acerques»

Dos: «Porque al menos esta parte ya no te pertenece, intruso».

Claro que el resto del cuerpo no se rendiría. Empezó a luchar contra el guante de sangre para acercarse a Ax, y aquello se transformó en una lucha de reclamos entre las dos partes de número siete: la controlada y la verdadera.

Pero más que ser una batalla física, también era mental. Por esa razón, mientras esquivaba o recibía un golpe que le evitaba atrapar a Ax, él vio cómo sus expresiones cambiaban con una inestabilidad aterradora y errática: un segundo era una expresión de rabia, al otro era una de desespero, al otro era una de dolor, al otro era una de confusión, pero la peor expresión fue la de sufrimiento.

La manera en la que los ojos de número siete, desconectados de los actos del guante, buscaron a Ax y lo miraron con una angustia profunda, hizo que él entendiera algo muy importante:

Que le estaba pidiendo ayuda, porque estar bajo el control de ese desconocido, le lastimaba.

Ese control intrusivo para el que los individuos de STRANGE no estaban hechos porque no provenía de Ax, porque no era aceptado por ellos, porque no tenía su pureza y su conexión, actuaba como una prisión y al mismo tiempo una tortura.

S T R A N G E © [Parte 1 y Parte 2]Where stories live. Discover now