49. Rafael: Explorando nuestras ansias

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Porque es en medio del dolor donde más se glorifica la felicidad.

Rafael


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Para quedarse solo unos días conmigo por vacaciones, mi hijo sabía cómo traer consigo la gran carga y responsabilidad de ser su cuidador, de ser, aunque fuera por unos días completos, un padre a cargo.

Habían pasado varias semanas desde su incidente de contagio de TBC hacia el muchacho Pablo. Y siendo sincero, quería que ese evento se olvidara de la mente de todos tan pronto como fuera posible, dándolo por más que resuelto.

No obstante, e incluso para solo verlo tan poco tiempo, eso fue suficiente para notar el terrible decaimiento emocional que manifestaba más a menudo que cualquier otra emoción y con seis años de edad. ¿O era solo por hallarse alejado de un lugar que ya se le hizo más familiar que su propia casa?

—¿Me puedes explicar de una vez qué fue lo que pasó? —renegué fastidiado mientras restregaba su espalda con una esponja en la tina del baño—. Y no te encorves, estás muy chico para que tengas una joroba. ¡Arriba, arriba! Vamos.

No respondió, y para darme la contra se cohibió incluso más, llegando a abrazar sus piernas en cuclillas, remeciendo el agua tibia de su tina. Usualmente un niño de su edad ya me habría empapado toda la ropa con chapoteos fuertes y alegres, pero ya me había dejado bastante claro que, en su internado todo lo que él ensuciaba él mismo lo tenía que limpiar, por lo que no optaba por ensuciar de más.

—A ver —me frustré frotando mis sienes con las manos llena de espuma—. Marina me dijo que te caíste por accidente en el barro ¿eso es cierto?

Siguió sin responder, huyendo de mi mirada.

—Por si no recuerdas, Marina se llama la niña con la que estabas jugando en el parque ¿recuerdas? ¿sí? Es hija de un buen amigo y colega, así que tendrás el tiempo suficiente para arreglar esa primera mala impresión.

—Ella me empujó —me pareció oírlo susurrar casi inaudible, escondiendo la frente en sus rodillas.

Paré en seco de limpiarlo.

—¡¿Cómo dices?! ¿Qué ella te hizo esto? Esta niña —mascullé mirando hacia la puerta del baño— mentirosita habría sido esta...

—¡Miento, miento, miento! Yo miento —se exaltó, apretando el cabello húmedo por encima de sus orejas. Me costó un buen zafárselas de encima—. Ella no miente, yo...

—¿Tal vez no solo estaban jugando? —cuestioné, cargándolo hasta sentarlo encima del fregadero para poder secarlo y de paso limpiarle las orejas.

Estaba por empezar a responder cuando me apresuré a ponerle la toalla en los labios para hacerlos vibrar mientras hablaba. A mí se me hacía gracioso como le vibraba la voz y rompí a reí para aligerar el ambiente, esperando a que él riera conmigo.

Por fortuna lo hizo, aunque fue por menos tiempo del que esperé. Era un gran alivio verlo reír, haberlo hecho reír yo por primera vez en toda la semana en que se quedó conmigo. A veces me daba a entender que no le daba gusto reencontrarme conmigo si es que eso lo alejaba del compañero de su internado.

—Di que sí y cerraremos el tema ¿está bien? —le pedí.

Mi hijo alzó la frente para verme, quizá esperando que dijera algo más, pero al final asintió casi ninguna emoción de regreso, inexpresivo.

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now