43. Ezequiel: Fragmentación

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¡Advertencia!

Las siguientes representaciones tratan un caso particular ficticio. No se intenta ningún momento en generalizar dichos desórdenes o dar a entender que todos son así.

Me he empeñado en estos días a investigar lo que acontecerá aquí. Lo he tratado con pinzas. Mas, no soy una profesional, ni vivo esto en carne propia, por lo tanto si consideras que he cometido un error o una falacia, me disculpo de antemano y pido encarecidamente que se me den las debidas correcciones al privado. Esto es un borrador y cualquier corrección la agradezco y la uso en la brevedad posible.

El personaje en cuestión presenta latentes contradicciones. Si esto logra confundirte o marearte, pues ese es el objetivo.

No quiero dármela de gran escritora o nada, pero es probable que tenga escenas que hieran susceptibilidades. Ya me dirás si exageré al decir esto o no.

*****

"¿Acaso me complazco yo en la muerte del impío? -dice Dios, el Señor- ¿No vivirá, si se aparta de sus caminos?"

-Ezequiel 18:23

Sálvame antes de que ya ni tú puedas hacerlo.

Ezequiel

En cuanto desperté, encontrándome con su bello rostro dormitando encima de mi antebrazo, volví a enamorarme de él. Y pensar que hace unos días creí que lo había logrado, que podía deshacerme de él antes de que lo hiciera conmigo.

De verdad lo creí... ¿Aún podía creer en mis propias mentiras?

El piso frío y duro del cemento pulido, estar recostado como si por fin me hubiera lanzado de la azotea -un pensamiento recurrente que brotaba en uno de mis insomnios-, y el hecho de ya no tenía sensibilidad en ese antebrazo que él usaba de almohada, hizo que todo mi cuerpo se adormeciera, como si se solidificaran todas mis articulaciones en una sola pieza. Me dolía.

Y, aun así, era otro tipo de lamento el que en realidad me torturaba, uno tan insensible como sofocante, uno que tontamente buscaba refugio en aquellos ojitos cerrados y rostro iluminado que dormía en serenidad, a solo unos centímetros de mi rostro. Podía escuchar sus lentas y ligeras respiraciones de su descanso profundo, y hasta el débil vaho tibio que se mezclaba en el aire.

Empecé a acariciar aquellas tímidas hebras de su cabello de miel que caían en su frente, para hacerlas a un lado y sentirlas. Con toda mi mano libre, reposé su mejilla en mi palma, mientras que con la yema del pulgar empecé a percibir lo suave y tibia de su piel pálida. Trataba de sentirlo, trataba de hacerme entender que él aún no se había ido, que permanecía a mi lado todavía. Pero no. Él no estaba.

«No lo siento aquí. No hay nada aquí. No estoy aquí».

Una parte de mí siempre se resistiría hasta el final que él se tendría que ir. Todos siempre condenaban esa parte de mí: Gael, mi padre y sobre todo Anton, pero... pero, en realidad, ese lado no era el peor de todos, ese lado solo me protegía. Esa parte mía solo luchaba para que otra no ganara el control de mi ser, y esa otra parte era el vacío. Cualquier cosa era mejor que estar cara a cara con ese vacío.

¿Un extraño dolor que me estrujaba las entrañas, como si algo quisiera emerger de mí? ¿Sentirme como un maldito estorbo para todos? ¿Sentir que todos me estorbaban a mí? ¿Sufrir por cómo sus caricias, sus abrazos y sus miradas dulces eran tan inocentes y amicales, pero las mías tan perversas y contaminadas, deseosas de dejar la fachada del mejor amigo y hacerlo mío de una buena vez? ¡Bien! En serio... bien... sí, bien. Sufrir estaba... ¿bien? Así fuera un completo infierno que ardía en mi interior, que quería torturarme hasta acabar conmigo, aquello era parte de vivir, de sentir que seguía aquí con los que amaba.

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now