42. Anton: Cuenta regresiva (parte II)... y adiós

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Estamos empeorando...

Anton

Fueron unos largos minutos tensos en lo que el Rafo se puso a mandar a llamar a todo el mundo con su Nokia, quitándonos las ganas de cuchichear. Cuando me moría por exigirle respuestas de lo que me acababa de decir el perro de su hijo.

Dos horas después, la ceremonia estaba a punto de empezar, y los tardones de siempre de mi mamá, que demoraba siglos en vestirse y arreglarse; mi enamorada Eva, lindísima con su vestido verde limón pero igual de tardona y... y ¿Paz? ¿Mi hermana?

Ella se asomó hacia la puerta con un vestido hasta la rodilla medio celeste, entallado hasta la cintura, pero suelto y sencillo después de las caderas, como una falda.

En momentos así, la carcajada de subnormal solía salirme con cualquier huevada, como cuando al dar su primer escalón hacia adentrarse en el salón, tuvo que sujetarse de la puerta para no caerse en un paso en falso, por lo alto de sus tacones negros brillantes.

-¿De qué ríes, baboso? -gruñó Paz caminando hacia mi mesa.

-Dime si acaso no fue gracioso, hermana -respondí con una sonrisa, siguiéndola con la mirada hasta sentarse a mi costado.

-Cállate -renegó histérica apoyando su frente con su brazo apoyada en el codo, haciéndome a un lado-. Solo dime cuándo acaba esto. Ya me quiero ir.

-Si acabas de sentarte, monga -me burlé.

-Me llega. -Se echó más en la mesa-. No quiero saber nada que tenga que ver con tu internadito de anormales.

Resoplé del aburrimiento, cuando se ponía así no había quién la aguantara -¿estaría con su monstruasión? Esperaba que no- y decidí no responderle mirando también hacia otro lado. Estaban mi madre y Rafo saludándose con cortesía programada, para luego hacerle ella el truco barato de hacerle creer que tenía una mancha en la camisa para después restregarle el dedo. Si no estuviera tan tenso, no me hubiera reído con los viejos.

A decir verdad, su manera tan ligera la del señor de tomarse una bufonada de mi madre me recordó mucho a su hijo.

-¿Cómo pude volver a caer? -rio el señor con una mano en su nuca.

-Limpie mejor su camisa a la próxima, querido.

Finalmente, el salón estaba completo y pudo empezar la ceremonia como tal y sus formalidades tontas y nostálgicas. Pero vamos, fue algo... lindo supongo. Iba a ser de las últimas veces que les iba a ver la cara a todos. Eran jodidos, ni qué decir de mis compañeros de habitación. Sin embargo, era una linda forma de terminar un ciclo en nuestra vida, sosteniendo ese méndigo anuario de fotos cursis y firmas de los pendejos con los mismos mensajes de superación de mierda. Los amaba.

Llegó la hora de bailar con la pista de Chayanne con nuestras acompañantes, después de bailar con los familiares, obviamente. Eva no sabía bailar por lo que tuve que apoyarla. Se le veía algo tierna mirando mis zapatos, con una sonrisa de oreja a oreja que se ensanchaba en una risa tímida cuando al parecer no acertaba el siguiente paso, mientras intentaba seguirme. El largo de su vestido no me ayudaba a ver si lo estaba siendo bien o no.

-¿Sabes? ¡Me hace muy feliz que estés aquí! -le confesé casi riéndome-. No sé qué habría sido de mi en esta fiesta si no me hubieras pedido ser tu enamorado. ¡Antes muerto que bailar con mi hermana mientras todos con chicas! En serio, gracias.

Eva alzó la cabeza algo sorprendida y rio. Se había laceado el cabello para la fiesta, pero en verdad me gustaba más su cabello normal. La poca luz de la pista, brilló lo suficiente en sus labios gracias a su lápiz labial transparente.

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now