39. Gael: Lo que elegí (parte I)

618 50 412
                                    

Y si al final debí condenar lo que compadecí y apoyar lo que repudiaba, pues… jamás estaré más feliz de no estar arrepentido, así debiera hacerlo en nombre de Dios.

I Estación
EL LLAMADO

Distrito de Miraflores, 1954

Gael

Siempre me resultó tan contradictorio cómo la vida misma; la que no elegimos cuando, ni donde, ni con quienes surgirá; sea la que a partir de su florecer la que brinde tantos rumbos y caminos para elegir vivirla.

Nunca me consideré un sujeto interesante, tanto así que pude contar con los dedos de ambas manos, las más grandes decisiones que cambiaron para siempre, e irremediablemente la senda del destino.

Concebía apenas ocho años, en una ciudad todavía de reyes (1) y tradicional, cuando entonces mis tiernos ojos pudieron comprender, lo cuán lejos que estaba mi familia entera del fervor y la devoción de nuestro pueblo hacia las figuras consideradas divinas. Según ellos, no se podía probar ante su visión algo que comprobara la veracidad de la fe. O más bien del origen de esta, porque, oh Señor mío, esa fe de incluso algunos fieles de seguir, enfermos y con pies desnudos en una pista deshecha, un anda con la imagen de su santo amado, era real.

Mis padres y mi hermano se cuestionaban con la razón y la lógica para dejar sin cabida alguna a la creencia en un ser superior, o en la deidad del ser mismo. Que no tenían a nadie a quién agradecer el hecho de estar vivos.

Y de no ser por un ahora viejo amigo, yo hubiera sido igual…

—Buenas tardes ¿está tu mamá, papá, o algún adulto? —indagó un niño tras la puerta ni bien me dirigí hacia ella para atenderle.

Era un chiquillo gracioso, parecía de mi misma edad infantil, pero se quería comportar como un adulto. Vestía una túnica blanca hasta sus zapatos oscuros y algo negro le rodeaba el cuello. Era trigueño, de oscuros ojos y cabello, pero yo había visto niños de teces claras más nocturnos que él. Me hubiera encantado que hubiera mantenido ese candor en su adultez.

Pero, mi entusiasmo por ese muchacho decayó de golpe: me percaté que, en uno de sus brazos contra su pecho, sostenía una pila de volantes hechos a mano. La cruz que se dibujó en todo ese primer afiche de su gavilla me desilusionó por completo.

—Oye, escucha —mencioné incómodo. Permití que se me notara en toda la cara—, no sé cómo te llamas, pero…

—Me llamo Toribio Gallanes ¿y tú? —me interrumpió todavía emocionado.

—Gael —respondí con disgusto. No quería desviarme—. Mira, en la puerta pusimos que no aceptábamos propaganda religiosa. Lo siento.

Era cierto. Debido a que varios adoradores prácticamente nos acosaban para que nos leyeran la biblia (su versión de esta), terminamos siendo los renegados del pueblo con esa pegatina roja en nuestro portón, tachando una cruz y cuantos otros símbolos de representaciones más.

Con todo el dolor de mi corazón y la impresión de ser inhóspito, cerraba la puerta lentamente hasta hacerle rechinar, sin apartar los ojos del exterior.

A más transcurría el tiempo, más le agradecía que Toribio trabara la puerta a puntapié.

—¡Pues por eso mismo! Auch… —exclamó entre dientes y encorvándose por el dolor. No tuve de otra que volver a abrir la puerta—. Por eso también fue a tu casa la primera que me dirigí.

Mi pecado es amarteΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα