64. Ezequiel: Eso que te vendría bien

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Brilla un sol negro que no puedo ver, pero se hará dorado muy pronto.

Ezequiel

Fue como si el aliento se me regresara al cuerpo en cuanto volví a cortarme el antebrazo. Sabía que sería suficiente cuando empezara a sentir ardor. Era bastante contradictorio cómo me urgía deshilar mis pieles para atarme el alma.

No tenía otra opción. Ya no tenía más pastillas desde que dejé de asistir a psiquiatría; y además tuve que dejar de beber alcohol porque me habían descubierto. Pero necesitaba tranquilizarme de algún modo, o por lo menos abandonar la pena por un rato. No podía dejar que Jordana me viera tan deprimente de nuevo, no después de lo que nos pasó, o más bien, lo que tuve que hacer para mantenernos juntos.

Debía ser normal para ella.

Debía probarle que mejoré, y que lo vio de mí esa noche en su patio solo fue un error. Porque lo fue, ella no tenía que ver mi debilidad.

Tras ver cómo pululaba demasiado la sangre muerta al filo del corte con cierta indiferencia, entendí que ya era suficiente y debía limpiarme. Tuve que vendarme también para acabar con el sangrado, aunque mi vendaje fue bastante torpe por haberlo hecho con una sola mano.

Fue esperable en mí la repentina repulsión al tener que interactuar con más personas que no fueran ella. Pero debía soportarlo. Mentí diciéndole que no había algo tan serio entre nosotros, mas mi urgencia por entregármele por completo siempre me superaba. Jordana nunca podría imaginarse de cuánto me estaba sacrificando por ella, por lo nuestro. Y si lo supiera se asustaría. Todos se asustan.

Aguardamos en el mismo jardín de siempre a cuadras de la academia. Ella no era muy partidaria del silencio, por lo que la dejé leer los problemas del libro en voz alta, aunque yo estuviera un poco más atrasado y eso me quitara la poca concentración que me quedaba para realizar mis deberes.

—... Y opción "D" N.A. Ninguna de las anteriores. Pff —Hizo un ruido extraño con los labios—. Ya, ya, suficiente por ahora. Hagamos otra cosa.

«Apenas pude con dos» lamenté para mis adentros. Pero aún así cerré mi libro de golpe y posé toda mi atención en ella.

—¿Qué se te ocurre? —le dije mientras la miraba con cierta ternura.

Jordana botó aire por la nariz y negó ligeramente con la cabeza, irreverente.

Me asusté. En instantes traté de hilar las formas en que la había decepcionado. En cómo ella quisiera que fuera más atrevido, pero no lo conseguía. Pensé en cómo la estaba defraudando y en cómo ya idearía las palabras precisas para hacerme a un costado hasta que...

—Siempre suelo ser yo la de los planes —aseveró mientras se acomodaba de su asiento para guardar sus cosas—. Así que por una vez al menos, hagamos algo que a ti se te ocurra. ¿Qué quieres hacer tú?

Por cómo me lo decía, debía entender en que ella estaba tratando de darme más potestad en nuestra relación. Para nuestra mala suerte, yo no necesitaba que hiciera eso por mí. Las cosas que solían gustarme solo me regresaban a un pasado que debía olvidar. No tenía nada, y ella era lo más novedoso que tenía en mi vida y todo lo que me gustaba.

—Depende de lo que podamos hacer.

—Lo que tú quieras, tenemos tiempo. —Se levantó del pasto y empezó a sacudirse—. Que sea algo solo de a dos, por si se te ocurre querer ir a mi casa de nuevo. A ellos los veo todos los días y a ti no tanto.

Reí un poco ante sus pucheros. Ella era mayor que yo, y si bien me encantaba lo avezada que era la mayoría de las veces en casi todo, también me gustaba ver su lado más tierno y aniñado.

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now