15. Rafael: Gracias (parte II)

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¿Cómo le haces para nunca dejarme solo? Gracias.

Rafael

Para entonces, mi padre falleció sin saber que sería abuelo.

Al menos, se fue cuando estuvimos en buenos términos ¿no? Me recibió con los brazos abiertos a la puerta del centro, convencido, sin decirle yo una sola palabra, que había mejorado. Me perdonó no haberme casado con mi prometida de pequeño, casi sin poner tanta resistencia. Me llamó "campeón" por haber "conquistado" a una enfermera en mi calidad de interno, me reí mucho ese día.

"—Hace mucho que no te escuchaba reír, hijo —me dijo satisfecho—. Sí que te trae loco."

Siempre fui consciente de los convenientes vínculos que se perdían con la cancelación de mi compromiso. No le pedí que lo aceptara tan pronto e incluso así, mi padre y madre la aceptaron no como una nuera, sino hasta como una hija.

Mi madre ayudó mucho a Ana en su periodo de gestación. Hasta creía que mi madre sabría más acerca de los padres de mi esposa que yo. Uno no queriendo presionarla, pero... ¡va! El mundo de la investigación criminal perdió una gran criminóloga cuando mi madre se dedicó a ser una vendedora inmobiliaria.

Lo que sí nunca podré comprender es ¿por qué convencieron a Ana de desistir de su carrera? Yo crecí con madre y padre trabajando ¿no? Me era de lo más normal, aunque mis compañeros de la universidad veían mal que mi mamá no se dedicara al cien por ciento en mí porque "no me quería lo suficiente". ¿Por qué le hicieron eso a ella? Seguro no tendrían mala intención, pero ¿qué importaba ya? Al final, Ana se dejó persuadir y yo tan im... creí que a la primera no pasaría nada.

Por desgracia, mi mamá tampoco tuvo la dicha de conocer a Ezequiel, también falleció a los ocho meses de maternidad de Ana. ¿Qué estarían pagando ellos? Porque de otra forma no me explicaba cómo, ¿por qué?

Ana los lloró a ambos como si fueran sus propios padres, y yo no tendría ganas para decirle que sea fuerte cuando yo mismo estaba destrozado. Ninguno de los dos gozaba de tan buena salud como aparentaban. ¿Acaso creían que seguía siendo el niño caprichoso al que complacer siempre? ¡Por supuesto que pudo haberse evitado! ¡Y quizás estarían aquí ahora!

Aunque, fue en ese momento donde me percaté indudablemente del lado religioso de Ana. No dejó de rezarles por semanas incluso si le costaba caminar o arrodillarse. Abandonó también su dolor por mí y por nuestro hijo en espera más que nada. En su abandono, rendición, también había cierto encanto, cierto valor tan divino como una victoria. Hubiera querido aprender eso de ella.

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"—¿Me seguirás queriendo, aunque siga subiendo de peso?

—Tu figura anterior solo era una trampa. Sí, una trampa para darme tiempo de enamorarme de lo que realmente vale en tu interior.

—¿De dónde sacaste eso?

—Por ahí, no lo arruines."

Estar más tiempo con ella, conocerla y permitir desencantarme un poco de mis expectativas, me hizo darme cuenta más de mi individualidad, de mí mismo. Estando más a la cuenta regresiva del nacimiento, nos hicimos más como mejores amigos que como esposos.

Ana me acompañó a la conferencia a la lectura del testamento de mi padre. Me permitió estrujar muy fuerte su mano cuando me moría de los nervios. Sus expresiones de aguantarse el dolor la delataban. Tuve que desatar mis nervios en alguna otra cosa.

Nunca antes estuve tan cerca de uno de los hombres de confianza de mi padre, de joven jamás me importó si seguiría su legado o no. Federico Cortázar parecía incluso más intimidante, anciano y formal que mi padre. Él leyó con gran dicción y articulando con tiempo cada letra, su testamento con tanta frialdad que no me creí que alguna vez fueran amigos tan cercano mi padre y él.

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now