37. Ezequiel: Juramentos

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Por nuestro propio bien, no te enteres nunca que me estás rompiendo el corazón.

Ezequiel

En un segundo pasé a sentirme útil para los demás, a ser inútil para él. Primero me buscaba para luego parecerle un estorbo.

«No, no seas tonto. Jamás serías un estorbo para él» me dije para mis adentros «Solo estaba siendo obediente ¿verdad? ¡¿verdad?!».

Me quedé esperándolo en su cama de abajo, sentado mientras me cubría el rostro. Estaba preso de mi angustia, me tragaba las fervientes ganas de ir a sacarle su mierda a ese hijo de perra. Claro que saldría perdiendo, pero un ojo morado o cualquier cosa era mejor que quedarme ahí, muerto de nervios, sin hacer nada por él, por el chico que me quitaba el aliento desde que tengo memoria. Por el chico que amaba con locura y anhelo.

No lloré, no tenía lágrimas que derramar, estaba seco. Tampoco tenía voz para gritar y ahogarme en una almohada. Quería... quería hacerme daño y en mi desesperación, ante ya ni servirme seguir dando vueltas, solo acaté a estrujarme el cabello como si quisiera arrancármelo de la cabeza. Dolor con dolor se eliminan ¿no es así?

Todo el cuarto me mostraba que él estaba tan cerca que nunca, hasta parecía que duraría para siempre. Su esencia estaba en todos lados, era como el aire que respiraba. Era tan masoquista pensar en que eso podría esfumarse un día... y pensar que eso mismo me atormentaba hace unos años. Fueron los mejores tres años de mi vida, no por creerlos eternos no los aprecié menos. Esa calma, ese alivio de tenerlo todo el tiempo fue maravilloso, no lo cambiaría por nada. Así fuera una mentira que todos nos creímos, hasta mi padre y Gael.

Fue una hermosa mentira...

Hasta que recordé que tenía corazón cuando finalmente escuché el eco de la puerta rechinante abriéndose, y me apresuré a colocar mis manos en las rodillas.

—¡Sal...! —pronuncié levantándome de su cama.

—Otra vez te preocupé ¿verdad? —me interrumpió con ojos decaídos y opacos—. Cuánto lo siento.

Iba a decir algo cuando me acallé viendo que él llevaba esa misma caja entre sus brazos, rodeándolo con un extraño apego.

Él entró empujando la puerta con el pie, a vista y paciencia viendo como sucumbía en nervios. Salvador colocó la caja en el escritorio, buscó una tijera en el cajón de abajo y la abrió en silencio. Expandiéndose solo el sonido del forcejeo y después unas burbujas en la bolsa reventándose. Miró el interior por unos segundos sin sacarlo de su caja y ahí lo dejó.

En cuanto volteé a verle, sus ojos me parecieron tan profundos que le aparté la mirada, incómodo.

—Ya no te hagas eso —murmuró—. No me gusta.

—N-no sé de qué hablas.

—Tienes algunos cabellos entre los dedos. ¿No te duele acaso? —su voz se tornó más dura y demandante—. ¿Cómo puedes provocarte algo así? ¡Dime!

Pude pedirle que no cambiara el tema y me dijera quién era ese sujeto, que al dejarme en un estado de inminente pánico eso era lo mínimo que merecía saber. Pero, si de eso quería hablar, debía soportarlo.

—N-no es nada, solo estaba angustiado... por ti.

—Deberías...

Mas no pude seguirle el juego.

—¡No! ¡Tú deberías recordar que no puedes pedirme que no me preocupe! —vociferé, cansado de que me pidiera calma como si fuera tan fácil—. Llevamos más de diez años juntos. ¿Cómo quieres tú que me calme si permites que ese imbécil te agreda, que encima se atrevió a apoderarte? ¡¿No entiendes acaso lo mucho que me importas?!

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now