69. Rafael: El sentimiento es mutuo

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Qué es entonces, lo que debería superar.

Rafael

Me hice a un costado para dejarla pasar. Ella dio un ligero saludo inclinando la cabeza antes de entrar. Pasó a mi lado, solemne, andando como si no hubiera suelo sobre sus pies. Vislumbré aquel cabello castaño que la perseguía y le cubría las espaldas, cayendo cada mechón liso como finas cortinas de seda ante una tenue brisa de viento antes de regodearse al final.

Era tal y como la recordaba. Engalanó entallado pero sutil su vestido favorito naranja pálido de siempre. Lo que debió sorprenderme fue haber remembrado tantos detalles sobre su persona; las suficientes para poder destacar aquel ser eterno del que me había enamorado y tenerla solo a unos metros de distancia.

Ana paseó su mirada curiosa y serena por toda la sala. Sus pasos retumbaban en mi pecho y en toda la casa. Pronto, al reencontrarse con el patrón estipulado en los cuadros que decoraban el salón, se dio cuenta de soslayo que hice de nuestra casa un museo sobre ella.

Fue algo vergonzoso de reconocer, y ella al percatarse supo contenerse sus ganas de burlarse. Aunque quizás, hubiera extrañado que lo hiciera. Poca gente conocía tanto como yo su lado más travieso. La Ana frente a mí parecía ser una figura pública, con todo el mejor porte listo para presumir el mundo, por lo cual se le sentía tan distante.

—Todo está como lo recuerdo —mencionó casi como un susurro, siguiendo con su contemplación—. Salvo por las fotos. Me acuerdo que cuando me mudé aquí, ni tus padres ni a ti les gustaba exhibirlas por toda la casa.

Quise responderle, pero se me anudó la garganta hasta para expresar sofoque de la impresión. Cada segundo frente a su presencia era una lucha constante entre mis pensamientos sin poder creerlo, y mis deseos haciéndose ya la idea de que estaba a mi lado. De solo pensar que le dirigiría otra palabra me arrebataba la posibilidad de dedicarle algún sonido.

—Aparezco en todas, pero eso fue hace mucho —prosiguió mientras se agachaba a ver una en particular—. ¿No tendrás por allí algunas más recientes? —Me miró al preguntar, con aquella expresión tierna y acogedora con la que siempre recibía al exterior.

Todo era tan colorido a su alrededor. Jamás podría recuperar de mi pasado algún momento en mi vida en que jamás haya sentido la vitalidad del ser palpando mi banal existencia. Sin embargo, la sensación de que solo el hecho de que estuviera allí, era sinónimo de que estábamos en algún punto perdido en el tiempo que se condensó con la realidad.

Había sido más ella quien fuera la que amaba capturar momentos en fotos, siempre repelía en las que me forzaban a aparecer. Pasaba la mayor parte del tiempo fuera de un ambiente de lo más indeseado de conservar en una foto. No tenía nada que ofrecerle a alguna remembranza, más que una rutina fría y aislada de lo que alguna vez fue valioso para los dos. Fue así desde que se marchó de nuestras vidas. Y no fue hasta que la tuve de regreso lo cuán muerto viviente que estuve en los últimos años en realidad, por más que me daba por haberla "superado". Como si solo dejar de llorarle en su imagen significara eso. No lo era.

Si solo con su presencia podía recuperar la significancia de lo que era estar vivo, debía de dar por hecho que nunca podría haberla superado.

—¿Por qué querría preservar algún momento donde tú no estés? —admití con cierta pesadez, destilando amargura al acordarme del hueco vital que me dejó.

Vi con aflicción cómo sus ojitos llenos de ilusión al pisar de nuevo nuestro hogar se tornaron opacos al escucharme. Mas, ella asintió con severidad, como si ya se esperaba una respuesta de ese tipo. Que la aceptaba y la predecía, pero que eso no quería decir que era lamentoso de admitir.

Mi pecado es amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora