11. Rafael: Su presencia ausente

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Ana sintió alguna vez, en la misma forma, lo que sientes ahora y jamás podría juzgarlos a ambos. 

Rafael

—Y tú, pequeño ¿qué me dices tú? ¿Seguro que quisieras acompañarnos?

Vi la incomodidad de mi hijo cuando el niño Salvador apretó con demasiada fuerza la mano de Ezequiel.

—La verdad que sí —dijo el niño por fin mirándome, y a medida que hablaba su semblante se suavizaba más y más, así como sus nervios—, me encantaría, pero, depende de usted si los acompaño o no.

—¿Tus pa...

—¡No! —me interrumpió Ezequiel apretando los párpados, sorprendiendo incluso hasta a su compañero—. No hay problema con los suyos. Solo di si puede ir o no, papá.

Sí que era listo. Más que desentrañar el origen de su compañero, Ezequiel notó cuando quise extender las cosas innecesariamente. Así era cuando me pedía cosas imposibles que yo no podía o quería darle.

Salvador lo miró, satisfecho ante su respuesta. ¿Sería un secreto entre ellos? ¿Una especie de código?

—Uhm... —farfullé exagerando un puchero—... pero tú pasas todo el tiempo con tu amigo ¿cierto? Y nosotros apenas nos vemos hoy luego de tanto tiempo ¿no puedo disfrutarte solo para mí solo por hoy? Me haces sentir celoso —dije exagerando un tono tristón.

Ni bien terminé de hablar, Salvador lo soltó inmediatamente y asintió muy seguro de sí. Echando para atrás por completo su timidez inicial. Demasiado rápido.

—No importa. Yo te espero aquí, Ezequiel —pronunció el niño Salvador sonriendo sin lucir los dientes y hasta rio un poco alzando sus mejillas y achinando sus ojos.

Y mi hijo pareció perderse en él, solo por un momento casi imperceptible, viéndole embobado con una sonrisa que mostraba un poco la fisura de su dentadura.

—Claro... —respondió Ezequiel, no pudiendo ni aguantar su extasías.

Era la primera vez que veía a mi hijo responder tan bien a un no. Dejó las mañas casi en su mayoría a inicios de sus cuatro años, pero igual antes se le tenía que convencer, hablarle de razones como si fuera un adulto. Aún si en media calle todos me decían que con un palmazo era suficiente. Y en cambio ese niño, le bastó solo que él accediera para también hacerle sin chistar un segundo... me lo había cambiado.

—Está decidido entonces —bramé con un aplauso que puso a ambos niños de vuelta a tierra—. Ve por tus cosas. No hay tiempo que perder.

Asintió por última vez y ambos corrieron contentos de vuelta a su habitación. Efectivamente, solo Ezequiel regresaría ya con ropa de calle.

Me levanté con torpeza, casi no sintiendo las piernas por tanto tiempo estar semi arrodillado y con algo de miedo le di mi mano para andar. También era la primera vez que con solo un gesto bastaba para que él lo hiciera, no como antes con sus infinitos ¿por qué?



******

Antes de encender el auto, observaba por el espejo retrovisor los movimientos de mi hijo sentado en el asiento del copiloto. Sin pedírselo se colocó el cinturón de seguridad y sacudía sus piernas de lado a lado, alternando una y otra. Solo la punta de sus zapatos rozaba el suelo del coche.

Pero no me dirigió palabra alguna ni antes de dar principio ni en todo el recorrido. Solo se quedó en silencio viendo la ventana sin emoción alguna, concentrado viendo todo lo demás. Ciertamente esperaba cualquier reacción de su parte al verme, al estar por primera vez tan lejos de mí, todas menos esa aparente expresión ¿nostálgica? O extrañando el internado.

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now