70. Rafael: Dependemos de ti

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Si pudiera decir que sí, diría que no.

Rafael

—Papá, vámonos. Ya vámonos. —Jalaba de las manos Marina a un Ramiro cabizbajo que parecía no escucharla—. No tienes que ponerte así, solo hay que irnos.

«No debieron venir para empezar» pensé por impulso.

Al jalarlo más de la muñeca, ella pudo hacerlo caminar de regreso a la salida. Sacó la lengua y se bajó lo que recubre debajo del ojo en la dirección en la que se fue mi hijo. Fácilmente me hicieron a un lado, más aún así, la hija de Ramiro incluso así pudo voltearse a donde estaba yo y mirarme con un gesto incómodo. Le acabé provocando las mismas sensaciones desagradables que Ezequiel le provocaba a ella.

Pero esa vez, no había manera en que alguna parte dijera un "lo siento" sin que fuera incoherente.

Me quedé incluso cuando los perdí de vista luego de un tiempo. A diferencia de ellos, yo no quería irme. No quería continuar. Solo quería que se congelara el tiempo y no avanzara nada ni nadie a una dirección salvo por ellos, incluyendo incluso a mi hijo junto a nuestras promesas rotas y lo que quedaba de nuestras esperanzas.

Unos minutos más y dejé que se fueran esos deseos infantiles y egoístas, y seguí con mi camino. Dejé que el tiempo transcurriera como siempre lo haría, lo cual significaba que nada volvería a ser igual.

Se sentía más seguro darme cuenta que yo mismo debía ser mi lugar seguro donde reposar la cabeza. Porque las personas tienen que irse tarde o temprano, por miles de razones, tanto nobles, injustas como egoístas, pero se iban.

Tenía suerte de que mi propio compañía no me resultara agobiante. Lo odioso de lidiar sería precisamente el porqué me quedé solo. Y el tener que hacer algo al respecto si es que quisiera que eso no durara para siempre.

«Además, debía preocuparme de los sentimientos de otra persona aparte de mí y mi hijo para variar».

Regresé a mi auto, palpando desde el comienzo la soledad físicamente debido a que padre e hija estuvieron en el asiento de atrás, dispuesto a continuar con el trabajo tan atrasado que tenía. Solo para tentar la situación y qué tanto se podía evitar lo inevitable. Estaba seguro que Ramiro pensaría igual.

¿Por cuánto tiempo podríamos hacer como que nada pasó? Porque mientras él o yo pudiéramos huir, no habría ninguna respuesta, ningún encaramiento ni ninguna explicación que dar.

Contaba con ello todo el tiempo que fuera necesario.

****

Trabajé varias horas seguidas sin ninguna interrupción por más de cinco segundo de algún otro trabajador que ni tiempo daba para perder la concentración. Y podía decir con todas sus letras que... era la primera vez en que las horas pasaban demasiado lento, como en un bucle eterno.

El tiempo solo parecía avanzar cuando sumergía mi mente de vuelta en lo acontecido.

—¡¡Pero si tuvo un hija!! —renegué en voz alta—. A menos que él fuera lo mismo que Ana decía llamarse. ¿Cuál era la palabra?

«¡Ugh! Eso no importa».

—Juraría que Julieta estaba a punto de recuperar su matrimonio, pero se confió y se fue más pronto de lo esperado. ¿Por qué? ¿Se rendió? ¿Soy la causa de que ellos no puedan estar juntos? ¿Por eso ella me odia?

«Suponiendo que soy el último en enterarme, claro, porque hasta mi hijo que lo veía una décima parte que yo lo sabía y Marina actúo con demasiada calma como para interpretarle un sola impresión de sorpresa...»

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now