72. Salvador: Retorno

105 7 39
                                    

Diciembre, 2017 - Seis años después

El sol brilla más cuando estoy a tu lado, pero también el viento sopla tan fuerte, como si quisiera arrastrarme a algún otro lugar.

Salvador

Tras varios años de preparación en el seminario mayor, de tantas clases extensas de filosofía, teología y sufrirle por mis bajas notas, empezaba a alistar mis cosas e ir rumbo a hacer voluntariado en una parroquia cuzqueña no muy lejos de allí. Sería un año entero de servicio como diácono antes de que pudiera ordenarme.

No era como si hubiera detestado mi tiempo como seminarista, pero no podía negar la alegría que me rebosó en el pecho cuando la parroquia del Padre Benito me aceptó enseguida en sus puertas. Aquella con la que tuve una última conversación antes de ir al seminario, junto con el hombre que me había ayudado tanto en cumplir mi meta, pese a todas sus incertidumbres sobre si "estaba en lo correcto". De todas maneras, yo le regresaba ya a medio camino, listo para probarle que no me equivoqué y que ahora sí, podía servirle como un semi profesional.

Me despedí de mis compañeros, de aquellos que se irían a hacer el servicio a otras iglesias de la zona, e incluso de recién ingresados con los que hice me amisté con facilidad. Se sentía como si lo de ser Hermanos de congregación no solo se sentía en el título sino en el corazón. Nos dolía despedirnos, pero así como a mí, más nos extasiaban nuestros sueños y la esperanza por un nuevo futuro.

Dije adiós a mis maestros que por tantos años soportaban mis ruegos por unas décimas en los exámenes o trabajos extras. Todos eran conscientes de cuánto me esforzaba por aprobar los cursos, e igual sabían de mis desastrosos resultados. Por lo que necesité mucha ayuda para no retrasar demasiado mi ordenación y seguir adelante justo en ese momento.

Nada tenía que ser perfecto, solo tenía que suceder.

Siendo de los primeros en irme, subí al mismo tipo de bus que un día me llevó al seminario.

Antes de que me diera cuenta, Dionisio ya se había sentado a mi costado en el vehículo que al arrancar nos sacudía de un lado a otro como gelatinas por las irregularidades del suelo.

—¿Verdad que ya te hablabas con el Padre Benicio, Salvador? —preguntó curioso después de saludarme—. Si no te conociera, diría que tuviste vara para quedar allí.

Supe que hacía referencia al hecho de que él siendo uno de los mejores estudiantes del seminario, había acabado yendo a servicio al mismo tiempo que conmigo.

—No niego que... ser conocido suyo pudo favorecer que me aceptara. Quiero decirle muchas cosas sobre mi ordenación y seguro él también cuando volvamos a vernos.

—Qué tierno, amigo, qué tierno. Así no dan ganas de reclamarte nada.

—Me alivia —referí mirando más a la ventana, resistiendo las ganas de apoyar la frente contra el vidrio porque me batiría todo el cerebro como malteada—. No pienso renegar de mi suerte tampoco, si justo porque fui tan cercano a ese ambiente es que me decidí por terminar aquí.

—Eso es fabuloso —acotó—. Es como si tu camino ya hubiera sido escrito por Dios en las estrellas. Así bien fácil de ver. En cambio, uno se la pensó harto antes de tomar esta decisión. Lleno de dudas inmensas, o incluso con el miedo de que quizá ni el propio Dios te quiera demasiado cerca. Sentir fuerte el llamado, pues. Algunos nos conformamos solo con un susurro, uno que ni siquiera sabemos si fue real o invento de la mente, pero a ti debió haberte dado un grito tan alto como Él mismo.

Me cohibí un poco, y me rehusé a responder. Como si debería tener vergüenza de haber dudado alguna vez, antes, durante y después de entrar a un seminario. No quería quitarle las altas expectativas que tenía de mí, como si fueran solo estas las que consolidaban nuestra amistad y el aprecio de mi amigo a por mí. Y con ello, mi valía.

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now