39. Gael: Lo que elegí (parte IV)

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Cuando los ayudo, me cuido dos veces. Y al cuidarme, puedo seguir multiplicando.

Gael

XII Estación

El deambulo

Año 2010 — Un año después

Para ser un recinto educativo basado en religión, un vago sinónimo de la rectitud y lo normalizado, existía un colorido variopinto en cuanto a cualidades que presentaban los alumnos; que se distorsionaban en circunstancias tan dispares, superando mi propia comprensión.

No era lo habitual, pero me fascinaba incluso poner en la cuerda flojo mi propio juicio, mis creencias y todo lo que formaba parte de mí. Así solo me iría quedando con lo más sólido, siempre cambiando, aprendiendo, fluyendo.

A nada le temía tanto como la idea de estancarme.

Entre bromas, mi amigo Toribio lanzaba la indiscreción de si acaso no sería una búsqueda mía en mantener la mente actual y joven como una huida de mi vejez.

—A mis sesenta y cuatro años, sé que en el día en que deje de dolerme la cadera, daré por hecho tener un pie más allá que acá. —Recordé que le dije, mientras lo ayudaba a arreglar los destrozos de una jovial travesura en medio de la Santa Misa, acabando en serpentinas y bolitas de Tecnopor hasta por las estatuas más altas. Los encargados de limpieza hicieron un trabajo muy superficial—. Así como deje de estar "crujiente" como tanto parlotean los frailes más jóvenes. No tengo una gota de juventud de la que mantenerme.

—No me has entendido, amigo —acotó a su vez que se limpiaba un papelito de la nariz de Judas Tadeo—. Bien claro le comenté que me refería a una mente joven. El cuerpo físico no tiene nada que ver, ¿no se menciona acaso siempre, que la juventud se la lleva en el alma?

Contuve tanto como pude una carcajada, y en mi fallo, habría hecho volar las basuritas. Y si acaso me contuve con torpeza fue por el respeto que le tengo, nada más, porque en verdad valoraba y aproveché tanto tomarme la libertad de expresar mis discordancias, incluso siendo él toda la personificación de lo que me oponía. Nadie más que él sabía cuánto me contenía de verdad con los demás frailes.

—Me perdonarás, Toribio, pero yo jamás entenderé por qué se le divide en fases mortales a algo tan propiamente inmortal como el alma.

Sentí su mirada dirigiéndose a mis espaldas, a la que de soslayo encaré con solo medio girar el cuello. Lo conocía lo suficiente para connotar cada una de sus reacciones y adivinar sus patrones: Asombro, resistencia, negación, duda, orgullo. Nos habríamos encontrado en situaciones de este tipo demasiadas veces, demasiado ensayadas.

—Es decir —agregué—, hasta decirle viejo al mar lo entiendo, algún día se evaporará, pero el alma para ser joven ha de envejecer, y para envejecer hay que morir.

—Ya, pero qué me dices de fray Jeremías, es mucho mayor que nosotros y siempre pesca fuera de forma a la gran mayoría de los estudiantes. De eso te estoy hablando, no lo compliques tanto.

Percibí en su voz irreverente el toque justo de negación, pero de intromisión abierta, la suficiente para dejarme explicar. Sonreí.

—Mantener las cualidades adyacentes de la juventud no trae juventud. Se le asocia a la frescura y vitalidad, la trae por consecuencia mas no es su cualidad propia. Podrías no tener ninguna de esas cualidades teniendo catorce, quince, dieciséis años, y nada de eso le va a quitar del estado de mortalidad en la que está, lo opuesto va para Jeremías. Dejémonos de parámetros.

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now