1. Ezequiel: En donde despiertan los sueños

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Enero, 2020

Ezequiel

En sus ojos se refleja el cándido brillo de los altos faroles de la iglesia, se realza su devoción tan ardiente como al infierno al que yo debería ir al contemplarle a él y no al Dios como se debería. Este lugar divino tan inmenso que ni toda esta gente (aunque no es tanta como él quisiera) la colma por completo, pero que aun así me es tan abrumador, pesado ¿O es que me siento así todo el tiempo? ¡Qué más da! Quienes me daban de manzana podrida, un caso perdido, déjenme decirles que tenían toda la maldita razón.

Eso es porque mientras todas estas personas que observan al clérigo Salvador como al mismísimo Cristo encarnado al levantar el cáliz y dar gracias, al que nos enseñan desde muy niños que debemos amar sobre todas las cosas. Yo no veo ningún Dios de mi devoción, pero sí tal vez a un santo, tal vez al ser más puro del universo, yo solo veo al hombre que más amo en este mundo.

Pero hoy, todo va a ser diferente. Hoy le pondré punto final a toda esta mierda. O más bien, hoy él mismo le pondrá un fin a todo esto, como debió ser hace mucho tiempo.


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Marzo, 1999

Cuando era niño fui muy indolente, desconfiado. Parecía que el afecto y el amor no eran necesarios en mí. Eso hasta que cumplí los seis años y conocí a Salvador Páez.

Todo sobre mi vida antes de entrar al internado eran solo escenas confusas y borrosas. Las pocas piezas mentales que tenía del rompecabezas de mi mente ni siquiera podían encajarse entre sí al faltar tantas. Esto era algo que a mi padre le alegraba, lo aliviaba. Sí recuerdo que no tenía reparos en recalcarlo.

Según mi padre eran momentos hermosos (Y entonces ¿por qué estaba bien no recordarlos?). Porque todo era perfecto, todo era felicidad —citando literalmente sus propias palabras por supuesto— hasta que mamá murió. Yo no lograba recordar mucho su imagen viva. Ni siquiera recuerdo su voz o algo que no me muestre su foto, eso era lo que en verdad todo lo que tenía de ella.

Tenía cuatro años cuando mi madre no volvió jamás a cargarme entre sus brazos. Sin embargo, en lo único que estaré de acuerdo con mi padre al respecto de ella era en la gran falta que nos hizo y nos hará por siempre, debido a que mi papá nunca dispuso del tiempo suficiente para criar a un hijo. Según él, fue porque muy egoístamente había elegido su futuro profesional y laboral por encima de mí, aunque yo nunca lo vería de tal manera.

Mi madre se conocía muy bien con uno de los superiores del internado "Sendero al Cielo", siendo la única forma en la que yo podría estar bien cuidado sin que mi padre saliera perjudicado en lo más mínimo.

—El niño ya ha perdido a su madre. No debería perder a su padre también, señor Rafael.

—Y no lo hará, no se preocupe. Siempre estaré pendiente de mi hijo, estaré puntual en las visitas, y no duden en avisarme si algo le ocurre, sea la hora que sea, si me necesitan estaré.

—Él lo necesita a usted. O usted perderá a su hijo.

Yo estaba abrazado como un koala a la pierna de mi padre mientras charlaba con el buen amigo de mamá para mi inscripción. Mirando hacia arriba perplejo cómo el imponente performance de mi padre era doblegado, intimidado ante un señor de apariencia dócil y hasta frágil.

El asunto parecía incomodarle demasiado, como su talón de Aquiles. Yo era el talón de Aquiles de mi padre.

Fue difícil —o eso quiere recordar mi yo de infante— pero lograron soltarme del agarre a su pierna para dejarme solo en el patio. Lleno de niños, solo niños, jugando y corriendo contentos, contrariando el sobrio y triste color de sus uniformes, pero complementando a la vez el ambiente del jardín, tan lleno de vida.

Mi pecado es amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora