14. Rafael: Gracias (parte I)

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"Se los debo".

Rafael

Pero ella ya tenía novia.

Por supuesto, ella lo ocultaba muy bien, y de todas formas ¿cómo creer algo así? Ana a simple vista no tenía nada en su físico o en su manera de ser que delatara su gusto también por las mujeres. A usted le constará aquello mejor que nadie ¿verdad, fraile? Si aún con mis creencias desaprobatorias a esa idea y la niebla mental que tenía de no concebir esa posibilidad debido a mi creciente gusto hacia ella, lo pude reafirmar de todos modos —tanto que constara totalmente hasta que ni yo mismo pudiera buscarles otra excusa a esos extraños comportamientos con una de sus colegas—era porque, por supuesto, yo di mis mejores intentos por convertirme en su sombra.

Solo que... ¿cómo me convertiría en la sombra de una luz?

Incluso así, lo intenté: Ana Victoria Espinoza García con dieciocho abriles recién cumplidos, trabajaba desde los quince años gracias a una "amiga" suya que tenía allegados a la institución. No había terminado la secundaria por falta recursos debido a la hiperinflación del 87 —una que hacía nada más que piñizcos a la gran fortuna de mi padre—, ni siquiera era enfermera como pensé al principio, sino una asistente mal pagada de estas. Poco se sabía de sus padres, y se rumoreaba que habría fugado de casa y su familia no tendría ni el menor interés en encontrarla. Y también pocas veces la veía salir y/o entrar al centro, ¿dormiría en la institución? ¿Acaso no tenía otro sitio donde vivir?

Eso fue lo que pude descubrir de ella en los primeros meses revisando archivos que no debía y preguntando a cada quién al que me topaba en el camino. Meses que se hicieron tan rápidos en mi paulatino enamoramiento, uno que me venía tan nefasto en mi condición de desestabilizado mental y mi dependencia a la bebida. Por si fuera poco, Ana se percató antes que nadie que yo ni siquiera quería curarme, que estaba en ese sitio en contra de mi voluntad, y con una paciencia casi divina no se rindió hasta hacerme dar ese primer paso de reconocer que estaba enfermo, que tenía que estar aquí. Aun estando en lo más abajo, ella amaba lo que hacía, y como un tarado, como si no supiera que su trato no era especial ni nada por el estilo, la empecé amar. O lo que yo creía que era amar.

Debió afectarme mucho enterarme de su condición, pero no fue así. Ni siquiera surgió en mí las típicas recaídas siendo aquella una buena excusa. Teniendo de última posibilidad en mi mente de que era que fuera bisexual por mi ignorancia, la imagen risueña de Ana junto con Sonia Barrios cuando según ellas nadie las veía, me llenaba el corazón en un calorcito indescriptible. Aparentemente, Sonia, una muy alta y voluminosa muchacha, le daba esa misma alegría en el rostro que Ana me daba a mí. Estaba bien que ese mismo sentimiento que radiaba ella en mí fuera devuelto, aunque no fuera yo quién lo hiciera. Por esos momentos, solo supe justificar mi comportar en el cómo una joven tan magnífica como ella se fijaría en un desahuciado como yo. La plata de mi padre era mi única gracia y ella siendo feliz con tan poco, por primera vez el dinero dejó de tener valor para mí, solo porque no compraría su amor. Y que eso, algo que ni siquiera era mío, sería lo único que pudiera ofrecerle.

Una vez, cuando me daba una de sus charlas sobre el creer en uno mismo y en ese Dios piadoso que te ama sin importar qué, me preguntó de repente.

—¿Cuál es su motivo o inspiración para salir sano y limpio de este lugar? —musitó como si su voz se deslizara suavemente en el viento hasta los oídos—. Aférrese a ella cuando se sienta abatido y entonces así...

—Eres tú —respondí. Dándome cuenta muy tarde de lo que dije—. ¡Ah! ¡No! Quise decir que si usted me ayuda a curarme —continué más nervioso y evitándole la mirada, negando hasta con los brazos—. Mi motivo soy yo mismo, eso tiene que ser ¿no? Y mi familia, claro está. No crea lo que dije antes... Yo...

Ana solo me miró por unos segundos aterrada y luego solo encogió su expresión en una risa burlona no ofensiva. Por supuesto, yo no sería el único que estaría babeando por ella.

Unos pasos la alteraron, le seguí la mirada cuando ella la giró a la derecha, estando Sonia con una expresión casi demoníaca. Ana solo hizo un puchero en su dirección. Volteó repentinamente a verme de nuevo en silencio y depositó un rápido beso en mis labios. Cosa que estalló en rabia a su pareja y Ana estaría más pendiente de cómo reaccionaba Sonia que lo loco que me dejó su beso. Al parecer, habían peleado y ella solo quiso darle celos.

Hasta que desencajó su quijada y salió corriendo sin decir nada. Sonia pareció perseguirla y yo... yo solo me quedé sentado tratando de procesar lo sucedido, sintiendo con la yema de mis dedos ese roce en mis labios, como si no fueran tan evidentes sus otras intenciones.

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Desde ese incidente, su luz pareció apagarse, y empezó a ausentarse más, evitándome. Y las pocas veces en que la veía, vislumbré que empezaba a usar faldas más largas y mangas hasta la muñeca. Cuando ya no tenía otra opción y pedían su ayuda conmigo, pude notar que su maquillaje no era solo para resaltar su belleza externa, sino para ocultar un dolor interno.

—Lamento haberle hecho eso —dijo con una entristecida calma, pero le seguiría el llanto—. ¡Por favor, no crea que soy una cualquiera! ¡Le suplico que olvidemos esto ¿sí?! ¡Perdón! ¡Perdóneme! —me imploró con ambas palmas de su mano cubriendo su rostro. Sus faldas se sacudían ligeramente y supuse que sus piernas ya les costaban mantenerla a ella de pie.

—Jamás pasó.

—¿Cómo? —preguntó mirándome a través de sus manos.

—Oyó bien, señorita. —Traté de sonar formal, pero si la seguía mirando de frente mi fachada se iría a la mierda—. Jamás pasó. Yo incluso ni lo recordaba, no se preocupe, y por favor, solo, límpiese la cara, no puede trabajar en esas fachas ¿verdad?

Asintió como una niña y se limpió las lágrimas con las muñecas, escurriendo así su maquillaje y los moratones en el rostro.

—Gracias.

—No, gracias a usted.

—No es nada, en serio. Si habla por mi desempeño, yo solo hago mi trabajo.

—Aun así, gracias.

Ana me miró a los ojos unos segundos, puso ambas manos en su pecho, asintió para despedirse y se fue corriendo y saltando, así como una niña.

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—...Tremenda zorrita resultaste ¿no?

—¡No me hables así, Soni! Además, te pueden oír.

—¿Así cómo? ¿Cómo la perra que eres? Te he dado un trabajo, un techo donde dormir, dinero, comida ¿Sabes cómo están las cosas ahora? Si no fuera por mí estarías en la calle ¡Y así es como me pagas!¡Qué se entere todo el mundo tu verdadera careta!

—¡Yo hui de mi casa por ti, Sonia!...

Las escuché en una de esas que las seguí discutiendo acaloradamente dirigiéndose al sótano. Iba a salir si no fuera porque sonaron palmazos y llantos ahogados.

Me llené de rabia y entré viendo esa horrible escena. La amenacé con denunciarla, no se habría espantado si no fuera porque le recordé mi nombre. Claro que podría llevarla a la cárcel con solo el testimonio de Ana, o al menos, mi padre podría hacerlo y conociendo el sentido de justicia de él, me hubiera respaldado sin duda.

En modo defensa, Sonia empezó a insultarme diciéndome cosas como que yo no era nada sin mi apellido, recordándome que solo era un alcohólico de quinta más y todo eso. Y Ana tendida en el suelo, se reincorporó, resguardándome, negando todas esas cosas que dijo de mí, como si en el fondo no fueran ciertas. Porque, demonios, cómo lo eran.


Lo siento mucho. A la siguiente se acaba.

¡Gracias por leer!

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now