62. Rafael: Desquitando, acabando

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Tan solo... Tan solo quisiera no tener que hacer nada de lo que estoy haciendo.

Rafael

Levité fuera de mí mismo, siendo dominado por el modo automático que no fui capaz de apagar. Muy en el fondo debía reconocer que no podría funcionar de otra manera.

No me sentía así de lejano en años y menos en tal terrorífica duración de lo más extensa. Días enteros en lo que me convencía que tal abstracto desconcierto no eran sinónimo de un declive en mi cordura.

—Ehm... jefe.

Escuché tumultuosa la voz de Ramiro, como si estuviera en otra sala, pero yo fui consciente de que él estaba allí, más o menos cerca.

Mi percepción del tiempo se estiraba y se encogía a su antojo. Ramiro podría haber estado parado allí por pocos segundos o unas horas y no hubiera notado la diferencia.

—¿Sí?

Por estar tan abstraído en mi desorientación corpórea, se entorpecía aquella ejecución autómata de la que dependía mi desempeño laboral. Estaba allí pero no hasta cierto punto. Fui como un radio que funcionaba débilmente segundos después de haber sido desconectado, no tenía forma de espantarme con el hecho de no tener control, de haber sido apagado.

—Está... —balbuceó dudoso señalando mi mesa con el dedo—... está batiendo su café con un lapicero.

—¿Ah?

Me aturdí por unos momentos porque me lo sugirió así el piloto automático, pero en mí seguía la planicie del aturdimiento.

Agaché el cuello para encontrarme con el vaso de café de máquina junto a mi mano ajena que se movía de forma mecánica batiendo el contenido con un lapicero azul, el cual vertía su tinta diluyéndose con la espuma.

—Oh... —Traté de reaccionar con sorpresa, pero no fui más que un pésimo actor—... oh no.

—¿Gusta que le traiga o...?

Antes de caer en cuenta de que me hablaban, ya estaba con el filo del vaso sobre mis labios.

Fui un poco más auténtico en cuanto sentí el metálico amargor de la tinta de bolígrafo en mi café y lo escupí de golpe.

—¡¿Por qué hizo eso?! —regañó Ramiro—. ¿No le estoy diciendo acaso que...?

—Está horrible —acoté demasiado apagado para alguien que acababa de probar tinta de lapicero por toda la boca.

—¿Qué te ocurre ahora, Rafael? ¿No has podido dormir bien? —preguntó girando el cuello.

«Sí, pero no es solo eso» pensé.

—Cuando... —Intenté articular a pesar de que se hacía tan impropio el sonido de mi voz—... ¿Me dices cuando has optado por llamarme por mi nombre y tutearme?

Alcé el cuello en lo que intentaba dirigirme a mi subordinado y encararlo. Sin embargo, mis ojos no podían centrarse en el exterior. Apunté la mirada hacia donde sentía el peso de su presencia, pero no lo estaba observando de ningún modo. No había forma de que pudiera mirarlo si yo estaba en algún otro lado sobre mi cuerpo.

—B-bueno... —Se encogió con un ligero rubor en sus mejillas y jugueteando con los dedos—... es que... es que yo pensé que... es que cómo usted...

—Pregunto para saber qué hice para que me llamaras así, y cuestionarme por qué no lo hice antes —contesté terminando mi idea—. Llevamos tanto tiempo trabajando aquí, no sé cómo recién a estas alturas me quitas los títulos de encima.

Mi pecado es amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora