12. Rafael: Lo que (no) debes enfrentar

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Solo lo diré una vez más ¿cuál es el otro problema?

Rafael

Incluso si veía el centello de la luz roja del semáforo a una cuadra y varios peatones aprovechaban para serpentear los vehículos, prácticamente estacionados en la pista, para cruzar de un lado a otro, yo no quise quitar mi vista de la ventana. Estrujé con una fuerza desconocida el manubrio de mi auto y divisé a mi cuerpo de la cintura para arriba como se tensaba, haciendo rígidas especialmente mi cuello, necio a girarse en alguna otra dirección.

—El señor Gael —mascullé. Sintiendo una dificultad de separar el engarce de mi dentadura— me ha querido decir por qué infectaste de una enfermedad a ese pobre muchacho...

Oí de pronto un grito ahogado de mi hijo. Mi brazo sin querer se movió solo y acomodó el espejo de encima de tal manera que pudiera verle sin dirigirle la vista.

—Pablo —contestó cohibiéndose gradualmente en el asiento del copiloto evitándome la mirada, y dirigiéndola hacia la ventana—. Se llama Pablo Tórtora.

—Pero le he dicho que no —continué como si no me hubiera dicho nada. A esas alturas cómo no iba a recordar su nombre—. Prefiero oírlo de tu parte. Solo así podremos frenar todas tus...

—¡Tonterías! ¡Sí, papá, son mis tonterías! —refirió con los ojos inyectados de furia y enfrentándome. Incluso así, sonó como una respuesta mecánica, como programada.

Yo no reaccioné y todavía por el espejo vi como su éxtasis inicial se degradó solo un poco ante mi inexpresividad.

—La vida del chico Pablo no es una tontería —repliqué sin dejar de ver la calle.

—¡Yo no dije eso! —exclamó con un furor más controlado—. Me has preguntado por qué lo hice ¿no? Eso es lo tonto. Suena más y más tonto cada vez que lo repito.

Indudablemente, Ezequiel habría encarado la situación, sus posibles razones que tanto perjudicaba en cada momento, diciendo lo mismo y lo mismo una y otra vez. No importara que yo fuera su padre, mi recriminación tenía menos peso que los que le habrán hecho los frailes, y, por el contrario, junto al mío mantendrían esa desazón.

—Comparado con las consecuencias, la razón siempre es tonta —decreté con firmeza, la mejor que pude y temería admitir que hasta soné indiferente—. Soy el último aquí que pensará en justificarte.

—Nadie lo ha hecho —murmuró desviando con sutileza la cabeza—. Pero te prometo, papá, que no hay nada que discutir ¡de veras!

—No, Ezequiel, —sentencié. El cuello ya me mataba y lo decliné mirando el manubrio—, así hayas hablado con miles de personas y hayan visto miles de soluciones, nosotros siempre tendremos que discutirlo ¿no lo ves?

—Pero si por eso yo estoy in...

—¡No! ¡Ya basta! —me harté—. Que te haya internado en ese lugar no significa que quise librarme de ti o tú tengas que fingir no tener padre. Eso jamás sucederá.

Lo observé todavía por el espejo queriendo decir algo y sellando los labios de inmediato. Estando en silencio, un silencio que mataba de nervios y tendría que romper sea como fuese.

—Escucha, así como quiero pasar tiempo contigo, divertirnos y todo, también quiero saber lo que te perturba, lo que molesta. Dime ¿por qué lo hiciste? ¿Acaso ese chico te hizo algo malo? Déjame ayudarte. No me excluyas así.

—¡Él no me hizo nada! ¿sí? No hizo nada —Y a medida que hablaba su voz se suavizaba más y más en un susurro. Sin dejar rastro de su inicial ira—. Además, tú ya hiciste mucho... cuando le pagaste a la mamá de Pablo su recuperación. debió de ser muy cara ¿no es así?

Mi pecado es amarteTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon