39. Gael: Lo que elegí (parte II)

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Si Adán y Eva mordieron el fruto del conocimiento, como humanidad corrupta deberíamos comernos el árbol entero ¿no crees?

Seguimos siendo Sus hijos.


IV Estación
La verdad

Gael

Le dije a Ana que podría visitarme cada vez que quisiera, necesitara ayuda con sus tareas, para hablar de sus problemas, o solo quería tener a alguien con quien hablar, es decir, solo si lo consideraba necesario. No obstante, la niña venía de visita más a menudo de lo que me gustaría admitir, o decirle a cualquiera de mis conocidos.

Una niña de diez años, yendo a la casa de un hombre de treinta y tres años, sola, y casi todos los días, podría despertar la alerta y la malinterpretación de cualquiera. Y más aún en esos tiempos, donde eran mal vistas tantas cosas que en la actualidad simplemente se ignoran. Donde era más difícil, pero más primordial guardar las apariencias.

-Ana -la llamé una vez, mientras leía una de las revistas médicas que me mandaban por suscripción, postrada boca arriba en el sillón-, tus padres saben dónde estás ahora ¿verdad? Saben que estás aquí.

Vi sus pequeños ojos estirarse en sobresalto, y escondiendo el rostro en la revista, a la vez que la estrujaba con sus cortos dedos hasta arrugarlas.

-Ana... -Di un ligero reproche-... esto no está bien. Estás mintiéndole a tus padres y a tus hermanos. Deben estar preocupados por ti. ¿Qué les dirás cuando regreses?

-¡No es cierto! -vociferó, inyectada de euforia y sacando la cabeza por encima de la revista que aún sujetaba-. A ellos no les importo ¡a nadie le importo! -Su estallido de emociones decayó tan pronto como se elevó, poniéndose decaída-. A nadie excepto a usted, profesor.

Siempre tuve claro que, para una niña tan alegre y llena de amor como ella, no sentirse cómoda con su familia significaba que debía afrontar un problema mayor. Uno que sedaba visitándome, bajo la excusa que fingía creerle de ver a Ismael, o que la ayudara en sus tareas cuando siempre fue de rápido entendimiento.

Siempre se suele alzar a la voz en defensa de uno mismo cuando alguien nos grita, y más aún cuando ese alguien es "inferior" a ti. Pero, yo entendía muy bien que a veces hay que tragarnos el ego herido y ayudar. Entender qué es lo que lo exalta en vez de reprocharlos por qué nos gritan a nosotros. Si al fin gritando pudo sacar todo lo que llevaba por dentro, que siguiera gritando con tal de que pudiera decirme lo que la afligía.

Jalé una de las sillas de madera, colocando el respaldar de este en mi enfrente para apoyar mis brazos y sentarme junto a ella. Pude percatarme de sus ojos rojos.

-Supongo que... yo también te importo ¿no es así? -pregunté.

Ana asintió con insistente desesperación.

-Entonces, no querrás que me acusen de depravado por tener a una niña en mi casa sola ¿o sí? -me reí como aminorando en vano lo que significaba.

Ella se espantó y se apresuró a negarlo con las manos.

-¡No, no, no! ¿Cómo es posible que alguien piense eso? No quiero que piensen mal de usted. Mucho menos que se meta en problemas por mí, pero... pero es que... me gusta estar aquí.

Asentí con ligereza para darle confianza y que continuara.

-Cuando regreso de la escuela siempre es lo mismo. Debo ayudar a mí mamá con la cena y la limpieza porque soy la única mujercita y mis hermanos solo sirven para ayudar a papá ¡pero en casa no hacen nada!, ¡y pueden hacer lo que quieren! En cambio, a mí... a mí me gritan horrible, ¡horrible!, si no hago lo que me ordenan. ¿Solo sirvo para ayudar a mami acaso?

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now