61. Salvador: Planes (parte II)

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El destino llama, uno más mío que divino.

Salvador

—¡Causa, al fin llegas! —me saludó Carlos en la entrada alzando los brazos, sentado en una esquina de la barra de tragos—. Aquí estamos.

Quise llegar puntual, pero me fue difícil ver cuál era cuál entre tantas discotecas por la zona, logrando perderme. Al parecer, el local que mis compañeros eligieron era de las más solicitadas al estar más repleta de gente que las otras.

Me apenaba entrar con las ropas sencillas que traía, no era algo que me pasara a menudo cuando se me inculcó la sencillez como una virtud. Pero esa no era mi casa, ahí debían sobreponerse la exuberancia y el estilo. Todos los demás invitados que lucían de lo más arreglados, en especial las mujeres del local desfilaban entre vestidos ostentosos y telas cortas que desnudaban la piel más de lo que las cubría. Por más que me emocionaban las celebraciones de todo tipo, estaba claro que ese no era mi lugar, o al menos no uno al que estuviera adaptado todavía.

La gente amontonada, los rostros desconocidos entre la oscuridad me eran agradables de ver, a pesar de estar inhibidos en los excesos. Lo que sí me fastidiaba eran las pocas luces salvo las de colores movedizas y la música pegadiza con letra poco clara sonando a todo volumen por los parlantes enormes por todo el local. Las personas ni gritando podían escuchar la voz de quien tenían al costado.

Era la zona más parecida a Lima de toda la ciudad por sus instalaciones. Salvo que estas fiestas alzaban sus copas más veces de lo que normalmente se hacía en Lima.

—¡Voy! —les grité a lo lejos, alzando los brazos. Sabía que ni raspando toda mi voz podrían escucharme.

Estaba alrededor de muros humanos a los que tuve que anteponerme para avanzar. Había algunos que bailaban solos o en pareja, muchos lucían bastante extasiados, como idos sobre la compostura y la realidad entera. Me acababa disculpando con cada persona con las que chocaba que se agitaban como olas, hasta que pude llegar con mis colegas sentados en la barra de las bebidas.

—Pucha, hasta que por fin, o' —habló Carlos dándome unas palmaditas en la espalda como saludo—. ¿Te perdiste, o qué?

—De hecho...

—No lo molestes, amor—dijo Reyna gritando por la bulla, empujando de broma a su pareja—. Lo importante es que ya llegó.

Me acerqué un poco a ella porque no la alcancé a oír, ella se acercó a mi oído gritando lo que ya había dicho.

—¿Quién más falta? —preguntó vociferando al parecer Jaime a una silla de nosotros. Las luces verde neón del bar pudieron permitirme los bordes de sus rasgos.

—A ver, Julia ni cagando la iban a dejar entrar por ilegal y chaparra —contó Carlos con los dedos—. La jefa vino y se fue porque la llamaron de no sé dónde, los cocineros están allá y pues... no, nadie más falta.

De repente, Reyna sostuvo la quijada de Carlos y ambos se acercaron a besarse entre sonrisas. Sintiendo que veía algo que no debía ver, me volteé para otro lado queriéndome hacer pequeñito en mi asiento en lo que escondía mis manos entre las piernas porque las sentía bastante frías. A pesar de que no se me hacía nada apetecible ver este tipo de escenas de manera fortuita y menos entre gente que conocía, me alegraba bastante por ellos dos. Carlos podría por fin dejar de renegar de su mala suerte con las chicas y a Reyna se le veía bastante feliz con él, deshaciéndose de la tristeza que yo le di sin querer y a la que no estaba en mi poder disiparla hasta regresarle sus sonrisas hoyueladas.

Al separar sus rostros para respirar, Carlos se levantó a sostener ambas manos de Reyna, la levantó de su silla y ambos se introdujeron en la mar de gente y oscuridad al centro de la pista de baile. Y para mi sorpresa, en lugar de solo juntar sus cuerpos para solo menearse de lado a lado como hacían la mayoría de las parejas, ellos quisieron divertirse danzando con elaboración al ritmo de su una música que se saboreaba picante y encendida. Los pies de ambos se deslizaban tanto a un punto en que parecían flotar ante soltura suya, así como el son de sus caderas y brazos conectaban entre la armonía y agilidad de sus movimientos, todo lo acabaron sellando sus risas sinceras y el brillo de sus ojos reflejadas en las luces de colores.

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now