30. Anton: Lo indispensable

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Como si me necesitaras.

Anton

Con el tiempo, los horarios de visita de la familia dejaron de ser los días que más ansiaba que llegaran, restándoles con gran emoción los días del calendario que yo mismo tuve que poner. Mientras que a Salvador los días menos de vida le eran irrelevantes como para restarlos, a Ezequiel le daban terror y siempre me aseguraba que no hubiera uno cerca de su vista. Seguro le daba un ataque de nervios.

Mentiría si dijera que me llegaban por sorpresa, por supuesto que no. Jamás se me harían insignificantes, pero, de ahí a esperarlos con emoción como en mis primeros días, eso mismo, se había desvanecido para siempre. Y no podía definir del todo por qué.

También, debía contentarme más el hecho de que mi mamá estaba más pendiente de mí y mi estadía en el internado, pero hasta cierto punto, me afligía. Llegó a sorprenderme tanto lo poco involucrada que estaba ella en mi matrícula en el sendero del infierno y lo muy insistente que se había puesto conmigo y con mi papá sobre quitarme de ahí. No quería ni reaccionar o manifestar un sentimiento de disconformidad o no al respecto, por lo que siempre hacía como que nunca me hubiera enterado de esa posibilidad.

En unas de esas visitas donde sí sería mi mamá quien me llevaría del internado hasta la casa, me fue imposible no parar las orejas hacia afuera en el jardín, donde tenía una conversación por celular con mi progenitor, como ella prefería que lo llamara porque decirle padre le quedaba muy grande según ella. La sala tenía media pared de vidrio transparente que daba directo hacia donde estaba, y, por si fuera poco, mamá no reparaba en bajar la voz o esconderse, confiando quizás, que lo primero que haría al llegar a casa, luego de tanto, sería ver la televisión. Sin embargo, encontrarme de nuevo con la sala de mi casa, los cuadros, las fotos familiares, los cachivaches (1) en los estantes que faltaban y las que veía por primera vez, me entretenían y hacían despegar más mente en divagues y recuerdos del pasado que un programa de televisión... eso sonaba menos raro en mi cabeza.

—No sé qué mierda estás esperando para quitarlo de ese sitio ¡Eso no es hacerse cargo de tu hijo, perfecto imbécil! —oí la voz de mi mamá con el celular en la oreja.

Pero ¿qué carajos? ¿No era eso lo que querías, perra loca? —respondió mi padre por el celular, por si fuera poco, lo tendría a él en alta voz. Podría ir retirando mi teoría de que no quería que los oyera a la basura—. Ni tú misma sabes lo que quieres, eso pasa.

Había pasado los primeros años de mi vida escuchando sus peleas sobre todo tipo de cosas, pequeñeces tales como por qué no le servía a él primero la comida hasta en temas serios sobre irnos a vivir a Chile o que él se quedara a vivir en Perú cerca de nosotros (porque en la casa jamás). Una bendita infidelidad haría que firmaran el divorcio sin pensar tanto en el que dirán o en los hijos. Bastaría tener dos dedos de frente para preferir verlos a los dos a kilómetros de distancia que en casa juntos matándose entre sí.

—Oye, tú no eres más huevón porque no ensayas ¿no es así? —Mi mamá se tocó la frente y rodó los ojos con irreverencia. Pronto se percató de que la espiaba atentamente y solo me asintió con severidad—. Te dije que te hicieras cargo de Anton, que lo conocieras, pasaras tiempo con él —pronunció con mucha más calma, sin la euforia de insultarlo en cada frase ¿era por mí?—. Mínimo que sepas el tipo de hijo que tienes ¡No que lo llevarás a un internado, Darío! ¡¿Cómo quieres que me guste la idea de que solo sepamos de él una vez al mes?!

—Le estoy pagando la millonada que esos frailucos piden sin pedirte a ti una luca (2) ¿qué más quieres? —respondió papá sin bajarle las rayas a sus humos. Al menos dejó de insultarla también—. No estoy para criar hijos y si no más dejé que me lo dieras era para que no me quites mis posesiones con el divorcio. Porque ya sabía ya que me habrías dejado calato para mantenerlos, como si tú no te cagaras en plata.

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now