33. Salvador: Lo que (no) siento [parte II]

490 56 487
                                    

¿Quién no ha sido cruel contigo alguna vez?

Salvador

Quise estar solo un momento, tirarme en la cama hasta el día de mañana, aunque apenas eran las tres de la tarde y olvidarme de todo. Pero en cuanto abrí la puerta de la habitación, vi a Anton relamiéndose los labios con una revista de esas. Retrocedí del asombro y perdí el aire como si hubiera visto un fantasma.

—¡¿Qué estás haciendo?! —le grité perturbado.

Anton arqueó una ceja y dio un gesto de desgrado.

—Ay ya... —renegó—... solo estoy mirando. Si no me toco ahí no pasa nada. Le juré a la Virgen que no lo haría y no lo hecho, bueno... —Puso una expresión incómoda—... solo una... vez.

—¿Tocarse en dónde?

—Si no lo sabes, mejor todavía —contestó tranquilo mientras pasaba de página—. Olvidé con quién estoy hablando ¡eres San Salvador! ¡Tú eres muy puro! Hasta a mí me daría pena contaminarte con marranadas.

—Hazlo —le pedí. No quería seguir siendo raro o "puro". Si era pecado me arrepentiría de corazón y me confesaría, pero yo quería... quería saber qué era eso, que se sentía—. Muéstrame.

—¿Cómo dijiste? Creo que escuché mal o acaso tú...

—Quiero... ver.

—No.

—¿Qué?

—Dije que no —sentenció certero, cerrando la revista—. Si lo hago, Ezequiel me mata, y desde que supe lo que le hizo a un tipo de quince con solo seis años, no quiero imaginar lo que me haría ahora con catorce. ¡Lo siento, pero ya no me conviene hacerlo enfadar! ¡Y peor si tiene que ver contigo!

«¿Por qué es peor conmigo?».

—No puedo creer que digas que le tienes miedo. Además, él ha cambiado. Ezequiel sería incapaz de hacer algo así de nuevo.

—¿Miedo? ¿Dijiste que le tengo miedo? ¿Sabes qué? A la mierda entonces —Agarró la revista y me la abrió en mi cara en la página central, con una mujer rubia de gran cuerpo y fina cintura cubriéndose el pecho con un brazo y usando nada más que una trusa que casi no era más que hilos—. ¿Contento ahora?

Tragué en seco y en reacción le desvié la mirada. Pero de ahí a hacer todo lo que dijo por una imagen, no sentí nada. ¿Acaso tendría ganas de ir a orinar cuando se ve una imagen como esa? ¿O diarrea?

«¡Soy un tarado! ¡Eso no tiene sentido!».

—No siento nada.

—¿No quieres tocarla? ¿No la deseas? —Negué con la cabeza—. Vaya, tal vez si haya esperanzas —mencionó haciendo un además pensativo—. A ver, déjame buscarte algo.

Me quedé en silencio ahí parado, viendo cómo buscaba algo debajo de su colchón con una mano, mientras que con la otra lo sujetaba. Estaba tan confundido sobre lo que planeaba hacer.

—¡Acá la tengo! Sabía que no la había botado —festejó tirando su colchón de nuevo, sujetando una revista con la portada del rostro de una chica maquillada y con la palabra Avon en la parte superior.

Anton la puso encima de su cama y volteaba a las siguientes páginas con prisa.

—Ya, esto está decente. Si fuera desviado me gustaría —pronunció Anton mirando la página y cuanto me la mostró no supe ni cómo reaccionar o cómo no hacerlo. Era una página con un hombre bronceado sin camisa con músculos dibujados y cabeza pequeña haciendo un mal gesto de mirada insinuante. Usaba solo con un bóxer, estando a su lado un perfume y su precio desorbitante.

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now