16. Ezequiel: Un poquito más

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Creo que vale más lo que no hago que lo hago por él.

Ezequiel

Entré a nuestra habitación a hurtadillas, para luego tener ganas de abofetearme por actuar como si estuviera robando. En mi misma defensa contra mí mismo, diría que lo hice porque había un silencio tan denso pero frágil que daban pocas ganas de querer romperlo.

Al abrir la puerta, vi a Salvador bordando, sentado en su cama de abajo. Agitaba los pies con entusiasmo contrariando su abstracción en la tela. Él solía sacar un poquito la lengua hacia la mejilla derecha cuando se concentraba en algo. Antes de que me diera cuenta ya estaba haciendo esa misma mueca mientras seguía ahí mirándole.

Para romper el silencio, Salvador tarareaba una melodía que al cabo de unos segundos la identifiqué como una canción de los Backstreet Boys. Esta sonaba en la radio de la cafetería de los de secundaria (porque en la de primaria ponían las mismas canciones de las misas). No habría nada de raro si no fuera que, justo esa canción, era la que le dije que era mi favorita.

Resignado a no poder estar viéndole toda la noche, suspiré e hice ruido cerrando la puerta. Por supuesto, él detuvo su performance para saludarme.

—¿Estabas ahí? ¡Oh! Lo siento, no te escuché entrar —pronunció contento. Claro que no quería que me notaras. Te veías perfecto así—. Bueno, ¿Quisieras contarme sobre lo que hicieron? ¿O estás muy cansado?

—¿Qu-qué quisieras sa-saber? —balbuceé. ¿Por qué balbuceé?—. En específico.

—Bueno, lo más interesante, supongo —rio.

"Mi papá se dio cuenta en menos de dos horas que no puedo dejar de pensar en ti".

Sacudí la cabeza con insistencia y me fui acercando.

—Realmente todo fue muy divertido —le dije mientras me sentaba a su costado. Me cohibía y le apartaba la mirada, se suponía que sentarme a su costado no sería la gran cosa para unos amigos—. Fuimos a... ver animales de zoológico, de granjas. Fuimos a juegos grandes también y comimos cosas ricas.

—Se oye genial —contestó—, pero por cómo lo dices no lo parece ¿te ocurre algo?

Me alarmé y volteé de golpe.

—¡No, no! —Agité las manos en negación. Y mi nerviosismo me dio la emoción que él esperaba—. No es eso. Estoy bien ¿sí? En serio, estuvo increíble. Me hubiera encantado que fueras con nosotros.

—Lo sé, pero entiéndelo un poco a tu papá. Quería estar completamente con su retoño ¿no es así?

Pronto su mirada pareció perderse en la tela que bordeaba, pero me percaté que su mente abarcaba más allá, sin ver nada realmente. Seguía poniéndose igual de raro cuando se mencionaba a los padres.

La curiosidad me invadía a preguntar de nuevo, aún si sabía que no lograría nada, sin embargo, importaba más su estado de ánimo, que estuviera bien. ¿Sabrá de sobra que eso tampoco arreglaba nada?

—Oye... —musité.

—¡Ah! ¿Qué? —reaccionó nervioso, como si despertara de golpe.

—¿Cuál es tu sabor de helado preferido? —pregunté, descolocándolo—. Sucede que, bueno, mientras é-él me invitó uno pensé cuál te gustaría más a ti —continué poniéndome más y más nervioso—. Aunque, no sé para que te pregunto si es obvio que me dirás todos, no me sorprendería si así fue...

—El de vainilla —me interrumpió inconmovible ante mis ansias—. Es el que más me gusta, y si bien no lo como hace mucho, recuerdo que el de todos los sabores ese me gustó más.

Mi pecado es amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora