76. Paz: Nunca quise ser cruel

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Tú dueles, pero no dejaré que lo sepas. De alguna forma te haré entender que tienes que parar.

Paz

Las luces se encienden hacia un punto específico, las personas se levantan. Los telones caen a mis espaldas, se desvelan las maravillas tan mundanas para mí, pero tan excéntricas para el resto. Porque en mis manos convergió lo ordinario en lo extraordinario, y estaba más que lista para ser reconocida por ello.

—Querido público presente —inauguró la voz locutora del anfitrión. El claroscuro permitía mostrar en sus ojos el fulgor del orgullo que contuvo con solo rodearme la espalda con el brazo—. Me es un gran honor presentar ante todos ustedes, en esta nueva sección de la galería, el majestuoso arte visual de la gran artista...

Aquella voz barítona tan agradable al oído se transformó al instante en un desafinado grito exigente hacia mi persona. Ya no aclamando, sino ordenando.

—¡¡Paz de los Ángeles, esta la última vez que te llamo para cenar!!

Desperté de mi ensueño en un fugaz desencanto. Un solo vistazo a mi realidad me llevó tanto al inicio como al final de mi fantasía. Estaba yo, a ojos semicerrados entre dos lienzos que quería acabar a la vez, con una paleta en la mano y el pincel en la otra. Obras gemelas se llamarían, y lo que me llevó a alucinar fue imaginarme al borde de la exaltación en los miles de interpretaciones que tendría mi arte y sobre por qué mi supuesta insistencia en que se exhibieran juntos, a pesar de que no sería sencillo encontrar su parecido adyacente con quienes nacen del mismo óvulo.

—¡Ya te oí, mamá, ya te oí!

Iracunda, pero sin nada más de qué quejarme —porque a más pronto despertara de esa mentira, sería mejor—, me quité overol que protegió mi ropa civil de las manchas de mis arranques de "inspiración" y sin más bajé las escaleras hasta la mesa principal.

Por cómo me llamaba mamá, uno pensaría que me estarían esperando, pero, por el contrario, los únicos platos con más de la mitad de la comida eran los de mis primos menores siendo tan mañosos como siempre para comer. Mientras que Francisco, el primo mayor, auguró haber terminado su plato y que ya se iría a su cuarto para proseguir con sus "tareas". Todos sabían que solo iría a viciarse con otro aburrido videojuego de magia, donde le grita a quién sabe quién por el micrófono por "manco".

Los chismes de mis tías parecían llegar a las conclusiones finales tras tanto raje y en medio del final de la cena, yo tuve que comenzar con la mía. Pese a que tenía un lugar reservado, yo de verdad presentía que simplemente no tenía lugar allí.

—Tienes suerte que te separé la comida, hija —me dijo mamá ni bien colocó el plato servido a mi enfrente sobre la mesa—. De lo contrario, tu primo Pancho no te hubiera dejado nada. Ya sabía yo ya que te tardarías un huevo para venir a almorzar.

Era un sábado especial, donde la abuela no se encontraba con nosotros cerca debido a su bingo ridículo junto a sus "chicas", centenarias al igual que ella. Y sin la abuela Francisca cerca, las cenas eran un completo caos donde todos podíamos hacer lo que nos daba la gana, como usar el celular en la mesa o comer sin esperar a que lleguen todos. Para todos nos era un alivio.

—Descuida, mamá —le dije antes de que ella se fuera de la mesa. Con lo atareada que estaba, por supuesto que ni ella me esperó para comer—. Olvidas que Francisco no come pecho así le pagues, quien sí me hubiera dejado sin nada sería...

Miré al otro lado de mi mesa, en un hueco mucho más angosto de lo que debería ser a causa del desorden de los platos acumulados. Había una silla vacía, donde mi mente desfiguraba la posible postura de su anterior dueño: la de un cavernícola incivilizado que devoraría sus carnes con recelo y escándalo ante la ausencia de la abuela y su necesidad de que todos siguiéramos la etiqueta cuando se come junto con ella.

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now