45. Salvador: Decepción y ahogo

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Amaba hasta la forma en la que me mentías.

Salvador

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—Oye ¿alguna vez te han dicho que eres exasperante?

Suspiré agotado mientras bordaba en la habitación. Anton podía ser realmente irritante si se lo proponía.
Ezequiel se habría ido a un recital de no sé dónde y mi otro compañero tenía los juegos de video cargando batería, siendo yo su único centro de distracciones~

—Todo el tiempo —espeté sin perder la vista en mi trabajo. No era algo lindo de admitir, pero estaba claro que quería bajarme el ánimo, o más bien, darme uno.
Ezequiel solía decir que si lo ignoraba se iría solo y en eso estaba.

—Uhm… —emuló. En cuanto lo vi por el rabillo del ojo, vi que exageraba muecas en son de estar pensativo, traspasando los labios de una mejilla a otra—. ¿Ezequiel te ha dicho eso alguna vez?

«No voy a perturbarme. No voy a perturbarme».

—No.

—Pues debió pensarlo al menos una vez —soltó Anton sin tomarle mucha importancia y yo volví por completo a lo mío. Me estaba afectando, pero no debía hacérselo saber—. Como ustedes son taaaan sinceros, se han de contar toooodo todito —insinuó con ironía, haciendo gala que sabía cosas que yo no. Sabía dar donde dolía.

No le mostré mi molestia, y él, notándose vencido, se fue del cuarto sin decir nada.

Regresó a los minutos, luciendo invasivo en solo su manera neutra de mirarme. Hice de cuentas que lo ignoraba.

—Casi no te mueves, pareces un muñeeeeco —canturreó sin más. Me asustó y él hincó un dedo en mi mejilla—. Sí, un muñeco. Un frío y tieso muñeco de porcelana que coleccionan los locos.

Tragué saliva y continué bordando un paisaje otoñal. Era de esos trabajos que quería acabar de seguido, pero la técnica que usaba requeriría al menos una semana en solo una parte. Anton continuó.

—Mira no más, parece que bañé mi dedo de barro si lo comparo con el tono de tu piel. ¿No has pensado en broncearte un poco?

—No —contesté evitando sonar descolocado.

—¡Ash! ¡Eres como una estatua! —renegó de manera infantil alzando los brazos—. Una estatua aburrida y sin vida. No hay quién te soporte cuando te pones así.

No me gustó verlo frustrado y dejé a un lado mi trabajo. Pareció alegrarse en cuanto le di toda mi atención.

—¿Cómo así? Dime.

—Nada, olvídalo. Creo que ya cargó mi play. Te dejo.

—No, dime ¿cómo así?

—Te dije que lo olvidaras.

—Dime, por favor.

—¡Meee! —alzó la voz enfadado y sacó la lengua—. ¿Contento?

«Baboso».

En medio de una extraña tensión me reí un poco ante su burrada. Anton no me acompañó en la risa, algo que me regresó a mi estado de antes, incómodo. Él fue hacia el tomacorriente del cuarto y su gruñido dio a entender que a sus aparatos todavía les faltaba energía.

Asentí en silencio y seguí con mi bordado. Me sentí mal por insistir, por lo que dejé tranquilo.

—Me molestas —expresó de repente, asustándome.

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now