38. Salvador: Miedos

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Tengo miedo, pero tengo que poder.

Salvador

Desde que el fraile Gael confirmó mis sospechas acerca de lo que venía y lo que anunciaba su visita inesperada al cuarto, tuve miedo. Si algo detestaba en mí era ser cobarde, tan débil por haber sido tranquilamente capaz de darle la espalda a mi origen por años por el miedo. Y en mi miedo al pasado, que a medida que más me divulgaba que no estaba solo en el mundo, más solo me sentía, lo arrastré a él, a Ezequiel y cuánto me arrepentí.

Presentía que lo estaba entrometiendo demasiado, que lo lastimaría tal vez más de lo que me lastimaba a mí. Y él sería incapaz de confesarlo, eso lo sabía muy bien. ¡A veces quisiera que no fuera tan condescendiente! Me encontraba cansado de sus ofrecimientos.

Reconocí que fui muy duro con Ezequiel al pedirle que se fuera, pero, todo lo que enfocaba mi pasado podía desencajarme de la tranquilidad que tanto me costaba mantener. Volvería a abusar de su paciencia y pedirle que disculpas como si nada ¿no es así? Ya sabía que lo iba a aceptar.

La pena no me duró mucho en cuanto estuve frente a frente con Henry. Algo dentro de mí me suplicaba que huyera de ese sitio, esconderme y no salir hasta que el señor se aburriera lo suficiente para irse. Sin embargo, todavía no estaba solo en forma física, el fraile Gael seguía a mi lado, y en su mirada profunda pareció condenar de mis mudas ganas de no querer enfrentar lo que estaba sucediendo.

-¿Quién es usted? -pregunté, fingiendo tener una fuerza que no tenía.

-Eres sordo ¿no, mierdita? -enunció con soberbia. En verdad era despreciable-. Dije que soy tu tío, así que no me hagas perder más tiempo y trae tus cosas. Nos vamos ahora.

-No. -La voz escapó de mi mente sin permiso.

-¿Cómo dijiste? -masculló el señor entre dientes.

-¡Dije que no! -me exalté, y recapacitando me corregí, bajando mis ataques de rebeldía-. O sea, no ahora. ¿Por qué tiene que ser ahora? ¡Usted no me quiere!

-Ya escuchó, señor Henry -intercedió el fraile Gael acercándose al señor-. No pienso proceder su solicitud de retiro si Salvador no accede a este. No importa que sea menor de edad.

-¡Bah! -renegó el sujeto estirando el brazo-. ¿No me digas que me harás perder el boleto interprovincial? Descarado... debí suponer que los chiquillos como tú ya no tienen respeto por los grandes.

In... ¿interprovincial?

-Disculpe, señor ¿dijo usted inter...?

-Sí, viejo sordo, eso dije. De limeño no tengo ni un pelo ¿contento?

Me preocupó tanto el rostro tenso y afligido del fraile Gael, por un momento pareció apartarle la mirada en su desazón. Siempre lo creía firme y seguro como una roca. Él había sido mi soporte desde que tengo memoria. Si él podía ser afectado ante las duras palabras de ese señor que se hacía llamar mi tío. ¿Qué me esperaba a mí, junto a Henry, sin nadie a mi alrededor?

-Le pido encarecidamente que no me falta el respeto, ni a mí ni a su... -Noté la dificultad en su gesto al pronunciar esa palabra-... sobrino.

-Le pido encara-no-se-qué-huevada no meterse más en estos asuntos -exigió enfurecido Henry. Luego, dio media vuelta para dirigirse a mí-. ¡Y tú, mocoso! Más te vale no contradecirme. Nos vamos ahora y punto.

-Pues le recuerdo que yo todavía no le he atribuido el título que tanto aclama de tutor -manifestó el fraile desencajado. Estaba ¿alterado?-. Porque sigo siéndolo yo. Y escúcheme bien porque en el nombre de Dios Padre, yo no le pienso tolerar un segundo más de sus...

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now