4. Ezequiel: Los regalos

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Abril, 1999

Había una vez, un ave que se enamoró de su encierro, pero el encarcelero, al notar que sus alas se habían recuperado, solo quería ver al ave volar....

Ezequiel

Adoraba el aroma de sus sábanas, el calor de su almohada que era exactamente igual a la mía por fuera, pero si era suya ya las hacía especiales para mí.

Y maldecí cada una de esas telas que no me dejaban esperarlo despierto. Aunque lo que debí maldecir era más bien la falta que me hacía, aun teniéndolo tan cerca. Fingía estar enojado mientras lo esperaba, listo para encararle, era un enojo que rosaba lo ridículo hasta para mi edad infantil, pero al poco tiempo, preso de mi propia mente y mis pensamientos fatalistas, estaba dispuesto a "perdonarlo" con tal de que apareciera, con tal que estuviera a mi lado, de nuevo, como al principio, cuando aún yo le parecía fascinante. Para mí, él seguía siendo maravilloso.

¿Qué había hecho él en mí que yo no podía hacerle?

Salvador aparecía finalmente a muy altas horas de la noche. Me sacudía para que me fuera a dormir en mi cama, o al menos para que no durmiera con el incómodo uniforme y en una pésima posición. Me decía contento que no le incomodaba cambiar de camas si es que tanto me empezaba a gustar dormir abajo.

—Me gusta porque es tuya, si cambiamos dejará de ser tuya y ya no me gustará.

Recuerdo que le respondí eso un día, entre adormilado y despierto, donde escupía la verdad sin digerirla siquiera.

Salvador nunca se aprovechaba de que mi boca se mandara sola, prohibiéndome siquiera en pensar una mentira cuando estaba demasiado cansado.

Él solo me sonreía contento, con una ternura infinita que quería poseer. Fue la segunda vez en la que me acerqué a su rostro de sobremanera, sin meditar, solo quería tenerle así de cerca, tal vez solo quería rozar la punta de su nariz con la mía, no lo supe. Sentí esa puntita tan caliente como una taza de café hirviendo y le devolví la sonrisa de vuelta en un suspiro embobado, perdido.

—Entonces quédate aquí si gustas solo por hoy. Seguro también me gusta tu cama solo porque es tuya. Pero, cámbiate ¿sí? —me susurró. Seguro le molestaba tan cerca pero no llego a recordar su expresión al respecto. Solo sentía ese suspiro dulce y cálido en mis mejillas que solo me embriagaban más, me adormilaban más.

—Cámbiame — alcé ambos brazos, apoyando en sus hombros con mis codos.

Al despertar sentí tanta vergüenza por cómo le actué, que mi mente bloqueó su reacción luego en la mañana siguiente. No tendría cara para verle después si lo hubiera sabido, por muchos años hasta creí que solo era un sueño.

Sin embargo, aquellos momentos donde solo éramos dos sombras en medio de una noche encendida, que bajo su luz podían conectarse esas sombras en una sola, no eran más que momentos que en ese estado dormitivo no podría estar tan seguro si eran solo sueños o no. A más avanzaba la mañana, a más tiempo él pasaba con su grupo de estudios, de jardinería, de costura —muchos se burlaban de ese club porque era "muy femenino", que al menos cocinar era por "supervivencia" pero que bordar no. Miserables—, a más tiempo él se volvió el centro de todos y no solo el mío, el cómo lo elogiaban más y más personas, que llegué a la conclusión de que lo soñaba demasiado, porque lo extrañaba demasiado.

Hasta que un día, gracias a la bendita tarea de matemáticas de la que demoré gran parte de mi tiempo libre, que terminé por esperarlo esa vez en la silla de mi escritorio, donde ni un sueño tan pesado como el mío podía permitirse acogerse estando tan incómodo.

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now