58. Ezequiel: Me observas

177 13 54
                                    

Mi infierno consiste en anhelar que todos me vean y entrar en pánico cuando sucede.

Ezequiel

Febrero, 2011

Nuestros encuentros se convirtieron con gran facilidad en lo único que me mantenía cuerdo y con ganas de levantarme de la cama. Al acabarse, yo solo podía pensar en cuánto tiempo más faltaría para volver a verla.

Nada podría compararse a cuando hacía a un lado a los otros para pasar tiempo a solas conmigo. Pronunciaba muy contenta el cómo le resultaba ameno reunirse conmigo en cuando le preguntaban sus amigos. Lo decía como si no fuera gran cosa, como si no iluminara las sombras de mi interior, desvaneciéndolas tan solo en un instante. Me era difícil de creer que no se estaba dando cuenta de lo mucho que yo gozaba de su compañía también, y de cuánto me estaba costando ya tener que despedirla cada vez o verla con alguien más.

Sus miradas de reojo me lo confirmaban, junto a esa misma sonrisa casual tan inmiscuida y atenta a mis reacciones. Ella no tenía un pelo de tonta, sabía bien lo que estaba provocando.

Y por suerte, el alcohol en mi cabeza convertía todo en una algarabía donde nada importaba. Donde cada intercambio peligroso que antes me deformaría en un histérico en instantes, se convertía en una agradable melodía en la que me deslizaba sin tener nada de qué preocuparme. No tendría más esos ataques de locura que tanto alejaban a todos de mí.

Podía ser tan solo un ser humano normal que no tuviera miedo de desbordarse emocionalmente y perderlo todo otra vez.

—Esta vez sí creo que te pasaste —refirió Jordana mientras guardaba sus libros en la mochila—. Estás tantititito pasado de copas.

Contuve mal una carcajada, soltando por error un resoplido. Me daría igual cómo se lo tomaría ella, aunque esa debería ser lo único que debería importarme.

No sabía si la cabeza me era muy pesada o muy liviana. Solo no sabía donde ponerla, por lo que cayó por gravedad hacia atrás, otorgándome la vista hacia el cielo despejado cubierto apenas por las ramas de un árbol con hojitas tan pequeñitas que danzaban saltando al compás de una brisa que nos sacudía a ambos. Todo se sentía tan fresco, y era el momento justo para poder disfrutarlo gracias a mi mente hueca.

—Nah, no es cierto∼ —contesté sin dejar de mirar al cielo, me mareaba tanto el solo hecho de mover el cuello—. No me digas eso, por fa'.

Volví a reírme. Paré en seco en cuanto ella no me siguió.

—Como quieras, yo no sé cómo harás para irte a tu casa. —Se hizo de hombros.

—Me voy a la tuya entonces —de inmediato agachándome hacia su maleta antes de que la levantara.

—¿Perdón?

—¡Por fa'! —le rogué abrazando su mochila contra mi cuello, teniendo todo el tronco boca abajo—. Llévame contigo.

Sin decir nada, ella trató de zafarme, pero pude seguir aferrándome a su mochila, e incluso enterré la cara contra esta porque me estaba dando vértigo tantas sacudidas suyas. No le vendría mal una lavada por su olor a guardado.

—No seas infantil, ¿quieres? —se irritó con ligero fastidio—. Ya suficiente tengo que lidiar con mi hermano.

—Mientes. —Saqué la cara de su mochila para mirarla desde el suelo. Su expresión divertida confirmaba mis sospechas—. En el fondo te encanta que te ruegue.

Jordana se sobresaltó como viéndose expuesta y yo solo me divertí de dar en el clavo.

—N-no estoy para juegos —balbuceó con la cara colorada—. Y por supuesto que no estoy mintiendo, te estás comportando como un niño, uno muy mimado por cierto.

Mi pecado es amarteWo Geschichten leben. Entdecke jetzt