65. Ezequiel: Eso que te hace falta

154 12 89
                                    

Seré quizás la piedra en el zapato más insoportable de todas, pero nadie quiere que me vaya tanto como yo.

Ezequiel

Quedé en cuclillas sobre mi cama, tratando de esconder mi cara como si eso me ayudara a desaparecer, a su vez que le daba la espalda a la puerta. Mi padre me acechaba apoyado al filo de esta con los brazos cruzados, esperándome. Sabía que se le estaba haciendo tarde para regresar a la oficina. Al asomar un poco los ojos hacia él se le notaba las muecas desagradables y el pie agitándose, con toda la avidez de encararme de sus tiempos, pero ambos sabíamos que no tendría sentido alguno disputar por ello.

—A más pronto comencemos con esto, más pronto acabará todo —expresó papá presionando su frente con los dedos.

«Dudo mucho que esto termine» medité en mi cabeza, pero tras digerir esas palabras se me tornaban demasiado amargas y pesimistas hasta para ser mías. Por lo tanto, solo reaccioné a cubrirme más. Quería encogerme, tan solo esfumarme por instante. De todos modos, ya ni me sentía presente en la misma sala. Debía gritarme en mi interior que aquel reflejo en el espejo era lo que se suponía que era yo. No podía sentirlo como tal, así que debía conformarme con saberlo. Asomarme a ese mismo reflejo me mareaba, tenía tantas ganas de romperlo, tanto cómo deseaba desintegrarme a mí mismo.

Debía estar más en contacto con lo que sabía que con lo sentía, o acabaría sometido a aquello que no era propio dentro de mí.

—El prospecto —le dije.

—¿Cómo dices?

—¡El prospecto! —me impacienté, encarándolo—. Necesito el maldito prospecto. ¡¡Quiero saber qué mierda me voy a meter al cuerpo!!

Le extendí el brazo mientras volví a evitarlo, esperando solo que me entregara un documento o algo por el estilo.

Escuché cómo exhalaba del agotamiento.

—No, la verdad es que no lo tengo.

—¿Qué? —Lo miré.

—Tendrás que solicitarlo tú solo. Ya me tengo que ir.

Enseguida me temblaron los labios y retuve mal una pequeña risa que opté solo por cubrirla con las manos. Pude dar esa reacción como a otro desborde en mi cordura, pero sin duda alguna todo me supo tan absurdo en el momento.

—Vaya, lo tomaste... bastante ¿bien? —expresó sorprendido.

Después de que dijera eso no pude contenerme y empecé a carcajear más fuerte hasta que tuviera que abrazar mi estómago que empezaba a doler. Ni yo alcanzaba a entender qué era lo que me sucedía. Mas como era de esperarse, el positivismo de mi padre se deformó en preocupación. Con solo oír el desliz de su zapato supuse que quiso acercarse a mí, mas le pedí con las manos en señal de alto mantenerse dónde estaba. Cuando su rostro se desfiguraba de ese modo sabía que era porque le asustaba cómo yo podía cambiar tan rápido.

—No te angusties —formulé mientras recuperaba el aliento, aunque seguía sonriendo raro por cómo se dieron las cosas—. Voy a cooperar de todos modos.

Él guardó silencio por unos momentos, los cuales me hicieron darme cuenta lo mucho que me urgía terminar esto de una vez por todas.

—Me-mejor los consigo yo ¿sí? —reaccionó con notorio disgusto en su mueca—. Tú no hagas nada.

—Tendré que hacerlo algún día —contesté mucho más sereno—. Cuando tú ya no estés aquí.

Papá pareció dubitar un instante, pero luego solo asintió con firmeza y con una señal de mano se despidió antes de abandonar la casa. Tanto tiempo transcurría de esa manera, y yo seguía sintiendo el corazón a mil por hora en cada paso que daba lejos de mí, hasta acabar por apuñalarme en cuanto cerraba de golpe la puerta principal. Era nuestro mismo dolor, nuestro mismo miedo, pero lo difícil era saber cuándo terminaba el suyo y cuándo comenzaba el mío.

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now