18. Salvador: Me necesitas

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«Debí saberlo antes ¿no es así?

Fue en ese preciso momento donde él desembocó un sentimiento del que yo mismo me había vedado.

Estuve encerrado en una burbuja por muchos años, creyendo ciertas solo simples siluetas, y que tras esas paredes de jabón todo era color de rosa.

Definitivamente no existían ni las segundas intenciones ni ese tipo de amor en mi burbuja. Y si acaso se me insinuara lo contrario, él sería la última persona en el mundo quién me lo desmentiría personalmente, mostrando su lado tan... tan humano y roto. Roto por un sentimiento que debería dar solo alegría y gozo al corazón. Roto por amor.

Te juraba dentro de mi burbuja, Ezequiel, tú sobre todas las cosas y personas, pero siempre estuviste tan afuera como todos los demás.

En verdad, lo siento.

Y por favor, contesta mis llamadas».

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Salvador

Solía abandonar el sueño a las seis y media de la mañana. Salvo por ese día, que por estar en una misma posición toda la noche desperté con el cuerpo tieso un poco antes. Lo supe al no ver la luz del entrando a la habitación por la ventana.

Casi me golpeaba con la cama de arriba al tratar de levantarme, cuando vi y recordé que Ezequiel dormía a mi costado. Creía que no fue taaaan buena idea, porque me dolía un poco la cadera y la parte baja de la espalda. Me sentí como un viejo, yo recordaba solo los frailes más ancianos quejándose de esos mismos dolores, y nunca a alguno mis compañeros, ni siquiera después de jugar toda la tarde.

Me senté en la cama tratando de estirarme y vi Ezequiel durmiendo profundamente, parecía estar muy cómodo con tan poco espacio y casi al filo de la cama. Me permití alegrarme por él, pero, el gusto no perduró nada cuando percaté su cara colorada, y su respiración era muy intranquila para alguien que solo dormía.

—Eze... —musité dirigiendo mi mano derecha a su hombro—…. ¡Ay! Estás caliente —dije asustado, en cuanto lo toqué, y reaccioné repentinamente retirando mi mano, como si hubiera tocado un carbón encendido o la punta de una aguja.

Comencé a tocar sus mejillas y su frente con el dorso de mi mano y efectivamente tenía una fiebre muy alta. Y ver cómo comparado conmigo él hervía como agua de tetera, me estremecía mucho más.

—Vamos, despierta —le dije, agitándome también al sacudirlo con más insistencia.

Incluso si lo agitaba como malteada, Ezequiel despertaba lentamente, acomodándose entre gruñidos, como si solo lo estuviera meciendo.

—¿Q-qué hora es? —preguntó él adormilado y con los ojos medio abiertos.

—Todavía no amanece —respondí inquietado ante tanta lentitud de su parte, aunque debía entender que no lo hacía para molestar—, pero eso no importa ¿sí? ¿Cómo te sientes?

—¿Cómo me...? —preguntó Ezequiel entre quejidos —. ¿Qué todavía no amanece? Mejor, así puedo regresar a mi ca... —Trató de levantar su cabeza y emitió un gesto afligido—… Estoy bien.

Mientras yo me seguía espantando por su agitada respiración y el sudor que le empezaba a brotar de los bordes de su frente.

—No, no lo estás. Quédate aquí.

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now