71. Rafael: Te recuperé

106 5 65
                                    

Volverás... y cuando suceda, el yo que te esperaba y el tú que estaba lejos... morirán, para que renazcamos juntos.

Rafael

—¿U-una amiga?

—Sipi.

—¿Cómo así?

Se rio jocosa, y a su vez sonaba más como un susurro suave bajo el crujido de la intersección de una llamada telefónica.

—Ezequiel tenía razón, a usted le gusta mucho preguntar.

—¿Cómo no hacerlas? Si ni siquiera entiendo ¿por qué no estoy hablando con él?

—¡Oh! Es que ahora está durmiendo. Incluso las pastillas que no son para dormir le dan mucho sueño. 

—Y dime...

—Entonces poco antes de que se recostara, sabiendo que le tocaba una llamada con su papá, yo le pregunto si puedo ir a la llamada en su lugar, y me dijo que ya, que sí podía. Y aquí 'toy. 

—¿Está enojado conmigo y por eso no quiso venir?

—Nopi. O eso digo yo. Es que él habla demasiado sobre usted y dudo mucho que su hijo pueda enojarse con alguien que quiera mucho.

Solté un bufido al no poder contener más una carcajada de los nervios. 

—¿Aló?

—Aquí. Aquí estoy, señorita. Sigo en la línea.

—Oh bueno, como le decía. No, no, no está molesto. Él no es del tipo de los que se enojan y hablan feo. 

«¿Por qué querrá ser diferente con ella? ¿No será que...?».

—Supongo entonces que te trata bonito ¿no?

—Mucho. Yo le enseñé a hacer trencitas con mi muñeca y él me las hace en mi cabello. Cuando intentó cargarme y falló, en vez de decirme que estaba gorda, empezó a comer más y a hacer ejercicio para poder lograr alzarme. Se la pasa sonriendo siempre y siempre me sienta a mi lado en las terapias grupales. Le gusta pasar el rato más en mi cuarto que en el suyo porque dice que hablo mucho sola y que quiere escucharme para que ya no hable sola

»Duerme mucho en las mañanas porque sabe que yo en las noches tengo pesadillas, y se queda hasta muy tarde cantando suavecito hasta que me duermo. Su voz también es muy bonita. Él es muy bonito. Seguro su papá también es bonito, por eso quise hablarle a usted.

«Ella habla como una niña».

—Ah... ¿qué edad tienes, corazón?

—No... eh... Eso no se pregunta.

«Sin duda alguna es una niña».

—Al menos me dices ¿desde cuando estás internada? ¿Y como así llegaste a hablar con mi hijo?

—Casi una semana. A él lo conozco hace cuatro o cinco días más o menos. Lo vi cuando él sin querer confundió el baño con un cuarto de limpieza y me encontró escondida. 

«Apostaría bastante a que no se confundió».

—Desde entonces se llevan bien.

—Uhm... más o menos, pasaron varias cosas después pero, se podría decir que sí. Desde allí. 

Más allá de lo de la edad, no se negó a responderme nada y me hablaba con suma confianza solo por ser el padre de quien hacía llamar amigo. Se le oía con una vocecilla tan contenta para ser una interna del centro, pero lucía demasiado pequeña como para ser una trabajadora Mencionaba tener pesadillas y la necesidad de ocultarse, por lo que no debía caberme menor duda de que se trataba de una paciente del hospital también. Y mi hijo, según las palabras de ella, se comportaba tan gentil, como si quisiera serle otra persona. 

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now