40. Anton: Silencios que faltan, sobran y joden

618 49 550
                                    

Voy a extrañar soportarlos, eso sí.

Anton

Faltaban cuatro días para la graduación. Y no importara cuán contento o no estuvieras de irte, todo sabía cómo a una cruel cuenta regresiva. Los cambios bruscos siempre chocan, por más que los esperes, por más que te prepares.

De los tres idiotas que ocupaban la habitación 1672, yo era el que más cosas (mayormente inútiles) almacenaba. Eran a mí a quién todos me pedían prestados útiles (me veían cara de librería) o cualquier cosa. (Menos a Ezequiel, él siempre me mordía los lápices). Esos tiempos ya habían acabado, solo estábamos haciendo hora, rondando de un lado a otro o en nuestros clubes, por lo que, los otros dos idiotas me obligaron a deshacerme de mi basura antes de tener que esperar el último día para guardar nuestras cosas.

Y si querían que me deshiciera especialmente de cierta basura en particular, debía hacerlo de manera magistral...

-¿Esto era realmente necesario? -preguntó Salvador de brazos cruzados. Mirando el espectáculo infernal con un poco entendimiento amargado.

Estábamos los tres en un parque descuidado de la ciudad, a unas cuadras del internado. Había basura por todos lados, tal vez sin ella sería un parque realmente bonito, con árboles bonitos y un pasto bien verde. Era un espacio abierto y apartado, eso era todo lo que me importaba... para ir a quemar todas esas revistas subidas de tono. Si fuera un poco más poético podría darle un poco más de significado, un trasfondo quizás.

Yo estaba más cerca del fuego que esas gallinas, frente a frente con el fuego y dándole la espalda a ellos. Me encontraba expectante viendo cómo se deformaban las sexys figuras de las revistas, cual clip de película de terror, a una expresión macabra hasta convertirse en cenizas con un olor extraño al que me terminé adaptando.

-Pirómano de mierda -refunfuñó Ezequiel por lo bajo, cruzado de brazos también y apartándonos la mirada a los dos.

-Te oí, basura, te oí -respondí serio sin quitarle de vista al fuego-. Te dije que iba quemar algo algún día.

No dijeron más nada, no preguntaban nada por un buen rato. Y el fuego solo sin motivos, una historia, o eufemismos no era divertido

-¿Y por qué...? -pronunció finalmente Salvador.

-¡Por fin! -renegué mirando al cielo deformando mis manos-. Pues no iba a botar esta mierda a la basura del internado. Me aburren sus polémicas estúpidas por una puta en traje de baño.

-Pero... -continuó Salvador.

-Sí, lo sé -interrumpí, todavía mirando al fuego. Era algo pequeño comparado con el humo que se extendía, pero al menos ya se estaba apagando solo-. Pude botarlo en la basura de la calle ya que ahora podemos salir cuando nos dé la gana, pero... -Hice una pausa. Eso hubiera sido más práctico, pero no quise quedar como imbécil así que pensé en algo rápido-... no quise dejar huella de nada, sí, eso. Haré como que nunca vi estas cochinadas. Es algo poético ¿saben? Los frailes dicen que estas cosas son del demonio, y pues, las mando al infierno que es su hogar. Los demonios las disfrutarán mucho.

Sí, hasta que me salió algo poético. Solo necesitaba inspiración.

-Ah.

Otra vez volvió el silencio, siendo acompañado de las ligeras tronadas del fuego. Pensé que esta sería mi más grande extravagancia, pero al parecer, esos dos eran muy difíciles, como que nada los impresionaba tanto, qué demonios.

-Vaya desperdicio -habló finalmente Ezequiel. Me espantó escuchar esa voz tan seseante y perdida, por lo que me volteé a verlo. Con el brazo izquierdo se rodeaba el pecho y sosteniéndose de esta con el codo de tal forma que pudo apoyar su cabeza en su mano-. Pudiste regalarlas o venderlas, no sé, estarán viejas y todo, pero podían haberle servido a alguien más ¿no crees?

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now