53. Ezequiel: Actuación desfigurada

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El desborde más hilarante suele escaparse de la razón, pero esa es la respuesta más desgarradora ante la verdad.

Ezequiel

¿Cómo se ve el cielo después de partirse por un rayo? La tormenta jamás será tan oscura como en el primer instante en que desaparece el rayo.
Nada es tan cegador, y, por lo tanto, imperecedera de oscuridad, como la propia luz. Te sacia con más de lo que esperas, y ahora necesitas más de lo que deberías.

Supe que estaba ciego, pero las penumbras se situaban también desde afuera, densas como la niebla y espesas como la espuma del mar. No atravesé ninguna puerta, mas di por sentado que había un techo sobre mí cuando me rodearon muros lisos y congelados. El laberinto de un solo camino.

Con mi palma me deslicé por el largo del muro, frío e infinito. Era difícil de creer que andaba en línea recta por tanto tiempo, aunque no encontré un solo borde, curva o final.
No sabía hacia donde iba, salvo que mis pasos estaban guiados por su propia búsqueda, por su mismo movimiento, aún si me convencía cada vez más de que no tenía rumbo alguno.

El silencio se mezclaba con los latidos acelerados de mi corazón y mis jadeos inexplicables. Lo único insertado en el tiempo fue lo cuán difícil era mantenerme de pie debido al irremediable cansancio. A pesar de ello, la pared seguía, así como las tinieblas densas abrazando todo mi cuerpo.

Aún de rodillas debía continuar.

No me invadieron pensamientos ni deseos, solo era mi agitación lo único audible en el espacio. Eso me liberó de creerme atrapado también por la sordera.

Y de repente sucedió: Un trueno furioso rugió como mil leones a la vez, estallando mis oídos como lo más insoportable jamás vivido, hasta creí que me sangrarían las orejas.
De inmediato le siguió una ráfaga que traspasó la neblina en mi visión. Solo el inclemente ardor en mis ojos trajo de vuelta mi percepción más allá de la negrura interminable.

Paredes grises, tumultos negros entre la niebla. La luz era blanca, débil y lo demás, era solo un grisáceo sendero sin vida. El suelo se presentó como un abismo al que no pude caer.

Y de pronto remeció una vez más la tormenta bajo el techo. Estalló impotente entre las paredes, aprisionándose junto conmigo. Explotó con todos mis sentidos, y me rompí en llanto, sometido en mi dolor. Un fuego negro me incendiaba.

Grité hasta desgarrarme la voz y mi garganta, tan profundo como el alma me lo permitiese, pero nada se le comparó con el chillido que me acompañó.

Se quebró no solo su voz, sino el propio viento hasta rajar las paredes. Remeció con todo a mi alrededor.

Aún adolorido seguí mi camino sin soltar un solo instante mis muros. Pero el llanto se hizo más claro, más cruel, más tortuoso. Las paredes me acercaron tanto hasta que la pude entender.

—¡¡Suéltame!!

Me hallé en peligro escuchándola tan de cerca y hui. Corrí con desesperación hacia donde las superficies no querían que fuese. Pero fue inútil, solo no podía soltarlas. Eran lo único que podía guiarme, lo menos oscuro.

Traté de regresar, me di vuelta y retrocedí de donde había venido tan rápido como pudiese. El llanto no pareció acercarse o distanciarse, solo se calló. Creí haberme librado, hasta que la luz de un reflector, impetuoso, pero mucho más suave al ser más artificial, se posó sobre mí, cegándome por unos instantes. Me cubrí con ambas manos, y la luz que empezó a parpadear por ratos me reveló que una de mis manos sangraba y marcó las paredes como un pincel su sendero desde que cambié de rumbo.

Y antes de percibir la herida en mi palma, el llanto regresó con más fuerza que nunca. Su origen se hallaba cerca. No, estaba justo a mi lado.

La luz parpadeó hacia mi enfrente y la vi. Nunca se reprodujeron los colores, pero una luz gris que tintineaba ya mostraba demasiado.

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now