67. Rafael: Como él

103 8 147
                                    

Si en verdad es esto lo que yo quiero.


Rafael

En cuanto le expliqué al doctor Benicio, el psiquiatra de mi hijo, lo intensas que habían sido las últimas semanas me arrepentí al segundo de terminar de formular mis palabras.

No pude entender nunca qué fue lo bueno que veía mi hijo en aquel médico, así como las buenas referencias que tuve de él. ¿Debía de darle algunos puntos porque nunca lo agredió de alguna manera? No. Me rehusaba a tener tan bajas expectativas.

Entre varios de sus balbuceos que solo me daban ganas de dormir, me pidió con carácter de urgencia autorizar y dar sustento a todo lo necesario para empezar con nuevas evaluaciones, las cuales encerraban la posibilidad de dar un nuevo diagnóstico de mayor severidad.

Aquello acabó por mortificarme, capturando la atención que merecía el asunto, en lugar de distraerme con las telarañas de las ramas secas que se veían desde la ventana.

—Tendrá que disculparme, doctor —referí en cuanto se me dio el turno para hablar—. Pero esto no nos va a llevar a ninguna parte. Le juro que hicimos todo lo que pudimos; sin embargo, no podemos seguir así. No quisiera que fuéramos por ese camino.

—Lo entiendo, señor —contestó el médico con los dedos entrelazadas—. Por lo que me cuenta, sé que estas situaciones se le han escapado de las manos.

—Esa es una forma muy suave de decirlo —declaré.

—Por ello, es que precisamente necesitamos hacer este tipo de intervenciones. No vamos a otorgarle ninguna enfermedad que no tenga ya, lo único que buscamos aquí es poder hallarle un nombre para empezar a tratarlo de forma más efectiva.

—Entonces... ¿todo lo anterior no sirvió para nada? Todas esas drogas que le recetaban y lo topaban hasta quedar como moribundo. ¿Fueron en vano? ¿Y ahora usted me viene a decir que tiene algo aún más grave? Que requiere por lo tanto, una medicación mucho más fuerte.

—Yo no lo describiría de esa forma —insistió. Luego, se quitó los lentes de lectura como quien se pone más cómodo para contratacar—. Se realizó todo lo que estaba en nuestro poder, fuimos descartando opciones. No habrá forma de acertar con su hijo si tememos tanto el equivocarnos.

—¡¡Pero ni él ni yo estamos para aguantar más errores!! —exclamé, escapándose de mis ojos un poco de humedad—. ¡No después de que tuviera otro intento de quitarse la vida!

El doctor sacó unos pañuelos del cajón de su escritorio, los cuales rechacé al tener a la mano unos propios en el bolsillo de la camisa. Sí, tenerlos a la mano ya se había vuelto algo necesario. Y así no los tuviera, para nada querría recibir un solo objeto de ese doctor. Sería como aceptar su inútil ayuda.

—Yo... no sé si resista seguir considerando la posibilidad de un nuevo intento. —Sorbí por la nariz antes de cesar con el sollozo—. O por no querer verlo, tenga que contemplar algo aún peor. Por eso le pido que entienda que... ya no podemos esperar más.

—Desde el principio le aclaré que esto no sería fácil, ni mucho menos efectivo a corto plazo. Los primeros pasos suelen ser los más difíciles, los que más ganas dan de ir para atrás.

—No estoy hablando de una cuenta bancaria ¿sí? —me fastidié—. Estoy hablando de mi hijo. Irse para atrás significaría ya no contarla, eso lo sé, pero no veo mucha diferencia entre no tratarlo y que siga este proceso. La última sesión faltó porque... Oh Dios mío, si hubiera visto cómo estaba ese día...

—Si es tan grande su preocupación —me interrumpió antes de que el ambiente se tornara demasiado trágico—. Y si ningún tratamiento ambulatorio los mantiene tranquilos, lo mejor por el momento será efectuar el proceso para una intervención, internarlo, así sea involuntariamente.

Mi pecado es amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora