5. Ezequiel: Epidemia de culpas

824 90 80
                                    

Esto era lo que yo quería ¿verdad? ¿Por qué no me satisface en lo absoluto?

Ezequiel

—¡Por mi madre! ¿Cómo no se me ocurrió antes? ¡Eres un maldito geniecillo, Elvis!

Jorge Torres, compañero de Pablo, parecía estar en su habitación del quinto piso todo el maldito día. Él era mucho más alto y larguirucho que su compañero. Lo primero que me percaté de él era como sus ojeras prominentes se notaban más en su piel demasiado pálida y hasta sobresalían sus pequeños lentes cuadrados. El cabello negro intenso lo llevaba en un gracioso peinado de coco. Sus ojos jalados miraban a medio mundo como un ser insignificante y asqueroso más y yo no sería la excepción.

Hasta que me vi a forzado a contarle al menos una parte de mis intenciones cuando quise devolver la almohada a su sitio. Jorge no era ningún idiota y no me dejaría completar la fase de mi plan sin que le contara qué era lo que exactamente lo que tramaba con esa almohada que agarraba con guantes de látex y un cubrebocas. ¡Dios mío! ¿Cómo aún después de expresarlo literalmente no tomaba conciencia todavía? Lo cierto es que, al inexpresivo de Jorge se le encendió todo el rostro cuando se lo conté. Inclusive casi no había diferencia de edades entre nosotros.

—Me llamo Ezequiel —contesté sin más que responder ante su afirmación. Era la primera vez en que veía a alguien tan contento en desearle el mal a otra persona. O tal vez la primera era yo mismo.

—¡Da igual, mocoso! ¡Ya era hora que a ese bueno para nada tuviera su merecido! Pasa rápido y ponla en su sitio. Igual, justo iba a quedarme fuera de mi habitación todo el día. —Su exaltación se calmó de pronto viendo su escritorio.

—Entonces ¿no vas a decirle a nadie? —pregunté ansioso y sin prestarle tanta atención. No me importaba en lo más mínimo que asuntos tendrían esos dos. Yo solo quería que Pablo se enfermara.

—Me vas a deber una, tranquilo niño. Además, si por mi fuera me quedaría con el crédito.

Iba a preguntarle qué significaba especular, pero me aguanté la pregunta. No parecía ser una persona paciente, incluso hasta parecía tan amargado como algunos de los frailes.

Me quedé afuera mientras lo veía sacar unos libros de su escritorio y unos lapiceros con gran prisa, dejando la habitación toda deshecha. Salió dándome el visto bueno, y tomando distancias conmigo y la almohada, me dejó entrar y la coloqué en su lugar en la cama de arriba.

Jorge se quedó ahí parado unos segundos, mirando satisfecho todo lo que conllevaría una simple almohada. Tuve suerte de que Pablo solo fuera a su habitación para dormir, no obstante ¿realmente tenía suerte de que su compañero de cuarto también lo odiara? No lo supe en ese momento, pero yo no odiaba a Pablo, solo eran mis patéticas ganas de echarle la culpa a alguien, a quién fuera, de que la atención y el cariño de Salvador no fueran solo míos, o ni siquiera míos. Sin embargo, Jorge sí parecía detestarlo con ganas. Y tanta aprobación de su parte a algo que los dos sabíamos que estaba mal, me terminó por dar curiosidad.

—¿Por qué tú y Pablo se llevan tan mal? —pregunté finalmente. Jorge detuvo su paso de pronto.

—No es de tu incumbencia, niño. —farfulló dándome la espalda. Sus palabras se sentían amargas como los limones verdes—. Te estoy ayudando ¿no? No te conviene enfadarme.

—No creo que sea agradable odiar a alguien a tal punto que... seguro cualquiera en tu lugar hubiera... —De solo pensar en que podía delatarme me titiritaban las piernas. Nada me aseguraba que él no diría lo que hice. ¿Cómo esperaba que le creyera, así como así? ¿Cómo esperaba yo tener una certeza de su palabra diciendo cosas como esas en ese momento?

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now