Capítulo 43

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Mi boca se abre un poco solo para soltar un suspiro silencioso. Ver a Mackenzie frente mío hace que el dolor de mi cabeza no cese y mi cuerpo tiemble ligeramente. El simple hecho de mirarla con cara de sorpresa me hace pensar en como puede llegar a ser tan real lo que estoy viviendo. ¿Mi mundo cambia constantemente o yo cambio de mundo?

—¡Daniela! De verdad eres tú— no puedo ignorar la felicidad con la que dice esas palabras. Una sonrisa de forma en sus finos labios y sus ojos brillan. No puedo dejar de mirar la calidez de su mirada.

No puedo explicar lo que estoy sintiendo yo al verla.

Mackenzie no tiene porque estar aquí.

En el pueblo.

Ni siquiera en este mundo.

—Daniela, ¿pasa algo? Si me recuerdas, ¿verdad?— me pregunta mientras intenta dar otro paso hacía mí, pero yo me alejo viéndome asustada. —¿Daniela?— ella se detiene y su ceño se frunce un poco, lo más seguro es que dolida.

—Y-yo...— mis palabras se traban entre sí y niego con mi cabeza incapaz de formular tan siquiera una frase coherente. —Lo siento, me tengo que ir— me disculpo viéndola a los ojos, observando su decepción, y doy media vuelta para salir corriendo lejos de Mackenzie.

—¡Daniela, espera!— la escucho gritar a lo lejos, pero aunque intente alcanzarme no lo logrará.

Corro y corro esquivando a cualquiera que se me ponga en frente. ¿Soy cobarde al haber huido de ella? Claro que sí, pero no tenía de otra, ni siquiera sabía como dirigirme a ella, sigo sin entender el cómo está aquí.

Cierro mis ojos con fuerza y dejo que algunas lágrimas salgan producto del dolor que estoy sintiendo ahora mimo. Muchas imágenes, muchos recuerdos, muchos sentimientos se entrelazan entre sí, unos diferentes a otros, luchan para ver cuales se quedan, pero no tiene sentido, solo se quedan los que si existen.

Aún sin perder el ritmo de mi carrera, sigo el camino a la casa de Las Villa. Ahora mismo solo quiero encerrarme en una habitación por los próximos días.

Gracias a lo que sea que exista, la casa de ellas esta cerca, así que no me sorprendo al llegar en pocos minutos. Paso el jardín bien cuidado que tienen y subo las escaleras del porche, al estar frente a la puerta de entrada, mis manos tiemblan buscando la copia de la llave en uno de los bolsillos de mi pantalón. Cuando por fin la encuentro, trato de insertarla en la cerradura, pero me mareo de repente haciéndome perder un poco el equilibrio, gracias a mis reflejos alcancé a sostenerme en una pared.

—Tranquila— me digo a mi misma mientras hago el intento de nuevo y logro insertar la llave. Abro la puerta cerrandola a mi espalda, doy un paso dentro de la casa y de nuevo ese mareo regresa provocando que me tropiece con mis propios pies. —Carajo— me quejo entre dientes al estar sobre el suelo.

Estando se rodillas y con mis manos sobre el piso me comienzo a sentir impotente. ¿Justo cuándo todo empieza a ir bien tiene qué suceder otra cosa qué lo arruine? Me pregunto entre silenciosos sollozos.

Decenas de recuerdos de noticias, notas de periódicos, escenas de peleas, de llanto, de confusión, de incredulidad siguen en mi mente tratándose de quedar, pero ya no pertenecen aquí. No ahora después de ver a Mackenzie.

En medio de mi llanto de confusión y dolor, pensando en que más puede salir mal, en un rincón solitario de mi mente algo se ilumina, algo que me comienza a trasmitirme esperanza, ánimo y respuestas. Algo que ocasiona que mis lágrimas dejen de caer y levante mi rostro decidido.

—Claro...— murmuro al terminar de conectar todo. —Sí, sí, sí, sí, sí— repito varias veces mientras saco las fuerzas para levantar una vez más.

Efecto Mariposa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora