En estos momentos es cuando me pregunto, ¿qué hubiera pasado si yo no hubiera tomado la decisión de regresar al pueblo?

¿Estaría mejor o peor de lo que estoy ahora?

La verdad no sé, pero lo que si tengo claro, es que nunca hubiera sabido que Poché vive. Con solo pensar en eso, agradezco el haber vuelto.

Entré a mi cuarto y caminé solo unos pasos para dejarme caer sobre mi cama como si fuera un costal de papas. Me muevo sobre mis cobijas hasta envolverme en ellas y quedar totalmente tapada, solo dejando mis ojos y nariz descubiertas. No tenía ganas de salir de aquí al Lunes.

Pasé varios minutos viendo la interesante esquina de mi habitación hasta que escuché pisadas fuera de mi cuarto, la puerta abrirse y luego cerrarse despacio.

Yo me encogí en mi propio espacio mientras hundía mi rostro en la almohada al estar boca abajo. Se que ella venía hacía mi y lo confirmé al sentir un peso extra sobre la cama a un lado mío.

—¿Estás bien?— colocó su mano sobre mi espalda. A pesar de estar separada por una capa de tela, podía sentir su toque.

—Sí... solo creo que tengo mal humor porque no tengo ganas de nada— susurré sobre la almohada. No quería verla.

—¿Ah, sí?— siento su voz demasiado cerca de mi oído derecho; yo asiento a su pregunta. Acto seguido sentí como su mano bajaba de mi espalda a mi costado, y al darme cuenta de lo que planeaba, rápidamente me alejé.

—¡Poché, no!— me separé de ella hasta quedar en la orilla del otro lado de la cama.

—¿Qué?— ella alza sus manos fingiendo inocencia. —No iba a hacer nada— ríe entre dientes pero no le creo.

Me siento solo para enfrentarla, pero parece que esa acción la hace reírse a carcajadas.

—¿Qué te da tanta risa?— le pregunté alzando una ceja.

—Es que como estás...— me señaló. —¡Pareces una crisálida!— exclamó con una gran sonrisa.

—¿Crisálida?— susurré sin saber a lo que se refería.

—Oh, ¿es en serio Calle?, ¿no sabes qué es una crisálida?— ella se cruzó de brazos sorprendida. Yo negué lentamente, ¿tengo que saberlo?

—Es la transición entre el estado de una oruga al de la adultez— me contestó. ¡Ah, lo tengo! ¿Cómo pude olvidar eso? —Y a la adultez me refiero ¡a que se convierte en una hermosa mariposa!— ella tomó la cobija que me envolvía y la jaló dejándome descubierta. —Y tú eres esa hermosa mariposa— se acercó lentamente hasta dejar nuestros rostros a centímetros.

Me fue imposible dejar de verla, sus ojos siempre han sido mi perdición. Juró que nunca he visto una mirada más linda que la de ella, y se qué nunca la habrá.

Gracias a mi fascinación por ver los ojos de Poché, no me di cuenta cuando se acercó a mí y comenzó a picotear mis costillas.

—¡Ay no, Poché!— me quejé en alto mientras comenzaba a reír como una desquiciada. Ella siempre lo hacía, sabe que esto me hace poner de buen humor.

No me contestó, ella solo se acercó aún más para hacerme cosquillas en mis costados, y aunque intentara defenderme, Poché siempre iba a un paso delante de mí, sino eran mis costillas, eran mis pies.

No se cuanto duramos entre risas y juegos por parte de ella, pero agradecía que no se hubiera ido después de esa actitud grosera que tuve cuando llegó a casa. Si ella no estuviera aquí, seguramente seguiría de mal humor. Y triste.

—Te odio, casi me dejas sin aire— dije entre jadeos después de una intensa sesión de cosquillas.

—No me odias, me amas— se acercó hasta quedar de lado a mi costado izquierdo. Habló tan segura que me hizo soltar una pequeña risa. —¿Por qué te ríes?, ¿acaso es una mentira?— me cuestionó haciendo un puchero.

—No, es solo que me encanta la seguridad con la que dices eso— confesé girando mi rostro para verla. Ahora estábamos cara a cara.

—Lo digo con esa seguridad porque lo sé— se inclinó hasta dejar su frente sobre la mía.

—Saber... ¿qué?— susurré sobre sus labios que estaban a centímetros de los míos.

—Que me amas tanto como yo a ti— su boca estaba a nada de llegar a la mía, pero al último momento cambió la dirección y beso mi mejilla, y de eso beso le siguió a otro y así hasta ir por todo mi rostro mientras no dejaba de sonreír por lo que hacía. Dios, me tiene tan enamorada. —Quiero invitarte a un lugar— se detuvo por un momento.

—¿Ah, sí?, ¿a dónde?— le pregunté ahora sintiendo sus labios sobre mi mandíbula.

—A una fiesta— responde sobre la piel de mi cuello para después dejar un beso allí haciéndome estremecer. —Es de una chica llamada Mackenzie, no se si la conozcas...— susurra dejando atrás mi cuello para regresar hacía mi rostro. Sí, he oído hablar de ella, es muy... popular. —Me invitó ayer— mencionó dejándome confundida.

—¿Desde cuándo hablas con ella?— le pregunté frunciendo un poco el ceño. En todo este tiempo que llevamos en la Universidad, ella nunca se había acercado a Poché y viceversa, solamente habíamos oído de ella, pero nada más, así que se me hace un poco (demasiado) raro que, de un día para otro, la inviten a una de sus fiestas.

—¿Ayer?— contestó con duda. —Da igual, me invitó y obviamente acepté— dijo restandole importancia a lo que pregunté. —Me dijo que puedo invitar a quien quiera y bueno, ¿quién mejor qué tú?— su linda sonrisa me hace olvidar lo raro de esa invitación.

—Tienes muchas ganas de ir, ¿verdad?— la miré. Poché me respondió con un puchero y sus mejores ojos de cachorrito.

Hice una mueca pensando en el hecho de ir. Se me hacía demasiado extraño esa operación de Poché + fiesta, ella las odio, solamente va a las que hago y eso solo por el hecho de ser mías, así que ir a una como las de Mackenzie era como una tortura para ella, pero pensándolo mejor, seguramente yo esté exagerando todo, ¿qué pasa si ella solo quiere ir a disfrutar una de esas fiestas? Ahg, creo que tengo que dejar de desconfiar en todo.

—Bien, te acompañaré— le sonreí sintiéndome derrotada por su carita y ella estiró sus brazos hacía arriba gritando emocionada.

—¡Nos la pasaremos bien, te lo aseguro!— su sonrisa no podía ser más grande.

—Yo se que me la pasaré bien, Poché, pero no se si tú la pasaras bien— le contesté. —A ti no te gustan tanto las fiestas, ¿por qué ahora quieres ir a una tan grande cómo las de esa chica?— al cuestionarla, pude notar lo nerviosa que se puso.

—P-pues... simplemente quiero dejar de ser tan... asocial— se encogió de brazos. —Siempre la pasó con ustedes o en mi casa, siento que debería conocer a más gente... disfrutar un poco más la vida.

La miré por unos segundos antes de respirar. Si, hoy últimamente estoy tan paranoica, ella solo quiere salir a disfrutar y yo ya le quiero hacer mil preguntas.

—¿Dónde va a ser?— pregunté.

—Será en una finca a unos kilómetros de aquí— contestó mientras tomaba mi mano la cual reposaba sobre la cama. —Mi papá nos dejará usar su camioneta así que no hay problema en como llegar— entrelazó nuestros dedos y yo suspiré; sí que lo tiene todo controlado.

—Está bien, ¿a qué hora?— separé nuestras manos solo para levantarme e ir a escoger ropa. Necesitaba estar presentable.

—La fiesta es todo el día— me contestó haciendo que girará sobre mis talones para verla sorprendida. —Nosotras solo llegaremos a la hora que queramos— también se levantó hasta llegar a mi lado. —Vamos, escoge tu ropa y nos iremos a alistar a mi casa— dijo mientras abría mi clóset para ayudarme a elegir.

Será un largo día.

Efecto Mariposa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora