40. Anton: Silencios que faltan, sobran y joden

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«¿Qué? ¿Acaso tú las querías?» formulé en mi mente. No supe por qué mierda me faltó huevos para decirle eso. SI bien todavía persistían sus raros sentimientos, supe darme cuenta que sus horizontes se expandieron también en lo que era "correcto". Eso era incluso más anormal.

-Intercambiarlas en el internado sería innecesariamente peligroso -respondí con la cabeza girada hacia su dirección-. Y mi madre me sacaría el ancho si me ve llegando a casa con esas mierdas, tras regresar de mi penal religioso.

Ezequiel rio. Y dio miedo. Ni siquiera era un puto chiste.

Pronto me tocaría reírme a mí también.

-Y también lo hago como una cursi muestra de amor a mi novia.

Tres... dos... uno...

-¡¿Qué?! -escupieron los dos al mismo tiempo, totalmente desencajados.

Satisfecho, volteé nuevamente a ver el fuego agonizar sus últimos segundos de vida. Aunque mi mente ya desvariaba en la bonita afortunada.

-Tiene que ser una broma ¿verdad? -cuestionó Ezequiel.

-Sí... -dije medio ido para después reaccionar-. Digo ¡no! Claro que no, no es una broma. De verdad me conseguí una enamorada.

-¿Cuándo? -preguntó Salvador. Tan perdido como siempre.

-En el último feriado, cuando me fui a mi casa ¿recuerdan? -contesté volteando a verlos de nuevo-. En cuanto ella se enteró que regreso al barrio el 18 ¡pam! -Aplaudí-. Se me declaró ¿pueden creerlo? Una chica linda se me declaró ¡y encima pensaba que la iba a rechazar! Pero le dije que sí, obviamente. Es una ternurita ¿saben? Primera vez que no tuve ganas de vomitar con tanta cursilería.

Como cuando lanzas indirectas sin querer...

-Fue una putada en realidad -continué al ver que no surgían preguntas, con una risa estúpida, pero feliz-. Desde que empezamos a hacer bisutería en el club de artesanía, quise regalarles a las mujeres de mi familia las joyitas que hacía, y si nadie las quería por no ser "de su estilo" empecé a dárselas a ella. Creo que sin querer la acabé conquistando.

Eva se llamaba. Era una morenita chinita bien bonita de cabello chocolate rizado. Por su pelo bien esponjoso le apodaron como "la leona". Traté de sobre fingir mi fascinación en la belleza de la chica a medida que se las describía. Tal vez así los (me) convencía de que realmente me gustaba.

Las caras que ponía Salvador cuando se hablaba solo de la apariencia de alguien iban entre la confusión y el hartazgo. Eran chistosas, y con más gusto se las contaba.

-Soy el primero de mis patas en tener pareja -concluí mientras apagaba el fuego con los baldes de agua que trajimos (solo pa' eso quise que ellos vinieran, para traerme más baldes)-. Y... tengo entendido que el primero de nuestro salón también. Díganme si eso no es de pros-me reí de mi propio performance narcisista.

Ezequiel empezó a aplaudir con irreverente lentitud y rodando los ojos. Deberían pagarme por cada que lo hacía o insinuaba aplaudirme con ironía.

-Pues... felicidades, Anton -dijo Salvador finalmente. Tuve que valorar sus genuinos intentos en alegrarse por mí-. Está bien si yo no entiendo mucho de esas cosas. -Se tocó la punta de los índices entre sí-. Pero si t-te hace bien y-yo me alegro.

-Ah pues, gra...

Claramente Salvador se puso algo tenso de repente. Esos temas del romance solían ponerle demasiado incómodo. Y hasta yo tenía mis límites para joderlo con esas vainas. Sabía que era demasiado para él cuando en su búsqueda de relajarse -o eso creía- trató con disimulo tomar la mano de Ezequiel...

Mi pecado es amarteWhere stories live. Discover now