Palabras mayores

2.8K 420 90
                                    

La presión en mi pecho se hacía insoportable. El dolor de mi corazón había incrementado mucho más de lo que jamás habría imaginado. De alguna manera, de pronto, todo había cobrado sentido: las predicciones de Helga, las visiones de Valentine, incluso mis propias pesadillas. Justo al recordar su rostro marfileño inerte, sin vida, y sus ojos apagados y vacíos, tomé la decisión más difícil a la que jamás pensé que tendría que hacer frente y, por alguna extraordinaria razón, la presión que sentía se desvaneció un poco. Como si me estuviera indicando que eso era lo correcto, como si me felicitara.

Uno de los dos iba a tener que ceder y en el fondo me alegraba de que no fuera a ser él. Yo no podría vivir con la culpabilidad, así que esta era la opción más sencilla. Resultaba curioso que todo fuera a terminar igual que comenzó: conmigo pidiéndole que hiciera lo que se suponía que debía hacer. Supongo que desde un siniestro y perturbado punto de vista podía considerarse incluso bonito. Por algún motivo, la posibilidad de volver a morir había sido una constante en mi existencia; Christian, la Orden, los guardianes, los grandes predadores. Aún podía recordar cómo me había sentido, no hacía mucho, cuando había decidido abandonar a los De Cote para protegerlos. Ese había sido mi único acto heroico, pero Christian lo había hecho fracasar. Sin embargo, aunque ahora tuviese el mismo resultado, lo que me movía no era el valor, sino la cobardía, y ni Christian, ni Liam, ni Lisange me detendrían.

Decidí salir sin decir nada a nadie. Pasé por delante de Lisange y Reidar, que hablaban ocultos en su escondite, y vi en la cocina a Gareth y Gaelle, intentando descifrar el funcionamiento de una batidora eléctrica. En la puerta estaba Valentine, con las manos en la espalda, balanceándose ligeramente de un lado para otro. Tanteó con la mano el picaporte y lo hizo girar, abriéndome la puerta. Entonces, sonrió con una enorme, sincera, preciosa e infantil sonrisa. No había ni un leve rastro de la niña que había conocido hasta ese día. Sin duda había visto lo que iba a ocurrir.

No corrí como solía hacer cuando tenía miedo. En lugar de eso, paseé. No puedo decir si estaba asustada o no. Imagino que sí, pero aún no había asimilado mi decisión, ni las consecuencias, ni la forma, porque no valían de nada. Solo lamentaba no haber vuelto a ver a Liam y el odio que Lisange sentiría hacia mí.

Cuando llegué, la puerta estaba abierta. Entré y lo vi allí, tranquilo, apoyado contra el pilón de velas, contemplando el fuego apagado. Era como si él fuera consciente de mis intenciones, como si me estuviera esperando porque, en cuanto puse un pie dentro, se volvió poco a poco hacia mí y me miró. Medité una última vez e inspiré cogiendo aire con fuerza.

—No quiero prolongar tu agonía —dije, fingiendo fortaleza—, y tampoco quiero que prolongues la mía, así que adelante, haz que te odie.

—Dijiste que nunca lo harías —recordó de forma fría.

—Eso ya no importa. Confío en esa experiencia que dices tener.

—Es la segunda vez que me pides que te arrebate la vida —comentó.

—Y aún no lo has hecho. —Los muros devolvían mi voz acongojada—. Estoy cansada. Sabes lo que tienes que hacer, así que simplemente hazlo.

—Tú no quieres esto. ¿Por qué estás aquí?

—Porque esto es justo lo que necesitas y a pesar de todo, te quiero. Es lo que me has pedido todo este tiempo.

—Alcé la mirada, vacilante, hasta cruzarme con sus ojos—. No puedo decir que adore esta vida pero tú le diste un sentido a todo esto. Tú —recalqué—, pero voy a perderte, tanto si vivo como si muero. —Tomé aire—. No puedo soportar la idea de hacerte daño y, mientras yo viva, tú seguirás su- friendo.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora