Lavisier

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No sabemos lo que tenemos ni cuánto apreciamos algo hasta que lo perdemos. Es un dicho popular, pero su verdad resulta abrumadora. Pensamos en la muerte como algo lejano. Pero, en cambio, está tan presente en nuestras vidas... Nunca sabes cómo, ni cuándo, ni por qué llegará o a quién se llevará. ¿Cómo saber cuánto tiempo le queda a nuestro reloj vital para que suene la alarma, para que el contador de segundos se ponga a cero.

Si me lo contaran, jamás creería que no iba a volver a verle. Era extraño pensar que nunca contemplaría su rostro de nuevo... No, no me lo creía, no podía ni tampoco quería hacerlo. Tuve que dejar incluso de pensar porque un gran nudo me ahogaba en la garganta. Se había ido y yo nunca le agradecí el tiempo que estuvo conmigo, ni su comprensión, ni su amabilidad. Ya nunca más podría hacerlo. Ojalá pudiera expresar mejor mis sentimientos, ojalá fuese una persona capaz de decir con palabras qué es lo que siente, pero, desgraciadamente, no lo soy. No puedo explicar la conmoción, la falta de aire en mis pulmones al verle ahí, su sangre, él, al fin y al cabo, esparcido por las paredes de aquella ruinosa cabaña. Solo. ¿Cómo debió de sentirse al verse morir sin la gente que quería? ¿Cuál fue su último pensamiento?

Él me había hablado tantas veces sobre la muerte; sus labios habían pronunciado en numerosas ocasiones esa palabra..., era, seguramente, el tema que más habíamos tratado y, sin embargo, no estaba preparada para presenciar cómo se llevaba a lo más parecido a un padre que tenía. Lo único que me quedaba por hacer, lo único que realmente podía hacer a esas alturas, era pedir que su alma, por fin, encontrara la paz.

Lisange se levantó de un salto en cuanto me vio aparecer por la puerta de la cocina. Se acercó a mí con expresión preocupada y me abrazó.

—¿Cómo has dormido?

—Sin pesadillas —reconocí sorprendida—, así que su- pongo que bien.

Liam me hizo un ademán con la mano a modo de saludo, sin apenas levantar la vista del periódico que estaba le- yendo; la verdad es que esperaba encontrarle bastante peor.

—Ayer fue un día muy duro —reconoció Lisange con una extraña comprensión—, ¿qué vas a hacer hoy?

Como acto reflejo miré hacia la ventana. Me sentía mal al pensar que podría estar esperando fuera desde primera hora de la mañana, pero él no estaba allí.

—No ha llegado aún —dijo ella adivinando mis pensamientos—. Seguramente habrá imaginado que dormirías hasta tarde.

La miré y me encogí de hombros intentando disimular mi frustración. Volví a echar un vistazo hacia fuera. El todoterreno estaba aparcado en el mismo lugar de la noche anterior. Los recuerdos volvieron a mi mente pero sacudí la cabeza para desecharlos. Flavio..., sentí la mirada de Liam como si hubiera leído mi mente; yo me aclaré la garganta para disimular.

—¿Qué vais a hacer con el coche? —fue lo único que se me ocurrió decir.

—Nos desharemos de él.

Contemplé una vez más el vehículo que nos había sal- vado la vida y sentí lástima.

—Quizá pueda arreglarse —aventuré esperanzada. Después de ver la forma en que Christian había doblado en dos la bicicleta de Liam, ya todo era posible.

—Habría que responder a muchas preguntas, Lena, no es seguro. —Su voz sonó tajante y seca, impropia de Liam.

—¿Y esconderlo?

—Nuestro rastro está ahí y no nos conviene atraer la atención.

Me di por vencida. Eché una última ojeada y volví a centrar mi atención en la cocina. Me acerqué a Liam e intenté ver algo por encima de su hombro

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora